Época: Revolución Francesa
Inicio: Año 1792
Fin: Año 1794

Antecedente:
La Segunda Revolución Francesa

(C) Federico Lara Peinado y Joaquín Córdoba Zoilo



Comentario

Los sucesos del 10 de agosto dejaron a Francia sin gobierno. Jurídicamente la Monarquía seguía existiendo, pero no había rey. De hecho había una República, pero no tenía una Constitución. La Asamblea Legislativa nombró un Consejo Ejecutivo provisional compuesto por seis miembros, dominados por la personalidad de Danton. Georges Danton es una figura controvertida que ha dado lugar a valoraciones muy diversas por parte de los historiadores. Había nacido en Arcis-sur-Aube en 1759 en el seno de una familia perteneciente a la burguesía de toga. Se hizo abogado y desempeñó esa profesión sin particular brillantez. Cuando estalló la revolución comenzó a destacar por su talento oratorio y por su capacidad como agitador callejero a la cabeza de los cordeliers en el distrito de su barrio parisiense. A su alrededor fue surgiendo toda una leyenda como auténtica encarnación de la Revolución, que Albert Mathiez y otros historiadores se han encargado de matizar poniendo de manifiesto su tendencia a la venalidad y a la corrupción. Danton fue uno de los promotores de los sucesos del Campo de Marte y se destacó en los primeros momentos revolucionarios por su actitud extremista, que fue moderándose con el transcurso del tiempo.Detrás de Danton y del propio Consejo estaba la Comuna insurreccional de París, para la que había sido elegido Robespierre y que era la que en realidad mantenía el control del poder, de la misma forma que en las provincias lo mantenían sus comisarios. Las primeras medidas que se tomaron fueron las relativas a la defensa frente a la posible reacción de La Fayette y sus partidarios por la caída del rey. El 17 de agosto, la Asamblea, presionada por la Comuna, nombró un tribunal extraordinario para juzgar los crímenes del 10 de agosto, formado por jurados y jueces elegidos por las secciones. Pero lo más acuciante era la guerra en el exterior. Verdún cayó en manos del ejército austro-prusiano el 2 de septiembre, casi sin combate. El pánico cundió en la capital y el gobierno provisional hizo un llamamiento desesperado a los voluntarios para que marchasen al frente del Norte. Pero se temía de nuevo, como sucedió a raíz de la fuga de Varennes, un complot aristocrático y se creía que los sospechosos encerrados en las cárceles desde primeros de agosto podían aprovechar la ausencia de los patriotas y maniobrar para salir, cometer atrocidades y hacerse con el poder. Eso fue lo que provocó las masacres de septiembre. En las prisiones de París fueron ejecutados centenares de sospechosos por tribunales extraordinarios y sin juicio previo. En el resto del país se produjeron hechos similares y el 14 de agosto se decidió vender los bienes de los emigrados, que habían sido previamente confiscados. La amenaza no era, sin embargo, tan seria como se creía. Resulta significativo que el aristócrata liberal La Fayette, máximo representante del compromiso entre la Revolución y la Monarquía, buscase refugio entre los austriacos y desapareciese de la escena política por unos años. Por otra parte, la Comuna, que era la que llevaba la iniciativa en todas estas acciones, emprendió una política anticlerical consistente en la confiscación de los palacios episcopales, en la prohibición de los hábitos religiosos y de las manifestaciones públicas del culto y en la deportación de los curas refractarios. Se trataba de una ofensiva de descristianización por parte de los revolucionarios más radicales que creían que la Iglesia seguía ligada estrechamente a la Monarquía y de laicización del estado civil.En el frente, las cosas comenzaron a cambiar para el ejército de la Revolución. El 20 de septiembre, las tropas del general Dumouriez, reforzadas por las de Kellermann, consiguieron derrotar a los ejércitos prusianos en Valmy. "Desde ese día, desde ese lugar, se inició una nueva era en la historia del mundo", escribiría Goethe que asistió a la batalla. La eficacia del ejército francés respondía a los cambios que se habían producido en su organización y en su composición. En efecto, la incorporación a las filas francesas de numerosos voluntarios procedentes de los guardias nacionales en junio de 1791 (después de Varennes) y de los federados en julio y agosto de 1792, había rejuvenecido notablemente al ejército revolucionario. De otra parte, la huida de muchos oficiales aristócratas había sido compensada con el ascenso de los suboficiales o con el nombramiento de nuevos oficiales procedentes de la burguesía. Además, el ejército de campaña estaba reforzado por francotiradores que operaban a retaguardia del enemigo y que no estaban dispuestos a soportar el brutal restablecimiento del Antiguo Régimen que habían producido las tropas extranjeras de ocupación. Este factor y el hecho de que el rey de Prusia no deseaba implicarse excesivamente en Francia a causa de que quería tomar parte en el reparto de Polonia, que a la sazón había sido ocupada por las tropas de Catalina II de Rusia, explican la victoria de Valmy. Sin embargo, para los franceses había sido el Terror lo que había llevado a ella: el Terror aparecía como la condición de la victoria.El mismo día de Valmy se reunió la Convención Nacional. La campaña para elegir a los diputados de la nueva Asamblea Constituyente se había desarrollado entre el 10 de agosto y el 20 de septiembre de 1792. La Constitución de 1791 había quedado caduca y era necesario elaborar una nueva que satisficiese las aspiraciones de los revolucionarios más radicales que habían tomado el poder. Los diputados tenían que ser elegidos por sufragio universal a doble vuelta, de tal manera que las primeras elecciones se fijaron para el 26 de agosto y la segunda vuelta para el 2 de septiembre. Las elecciones se llevaron a cabo en París y de forma irregular, ya que la Comuna decidió que el voto se haría en alta voz por apelación nominal de los electores. En algunos departamentos se siguió el mismo procedimiento. Los más moderados se abstuvieron y el porcentaje de participación apenas llegó al 10 por 100, pero evidentemente se trataba del 10 por 100 más revolucionario. Sin embargo, la inmensa mayoría de los diputados elegidos para la nueva Asamblea procedía de la burguesía -sólo podían contarse dos auténticos obreros- y aunque eran partidarios de la implantación de una República no estaban dispuestos a permitir una revolución social que acabase con el principio de la propiedad.La Convención tomó su nombre de la revolución americana y designaba a un poder que tenía como objetivo la redacción de una nueva Constitución y el ejercicio provisional de todos los atributos de la soberanía. El ala derecha de la Convención estaba integrada por los girondinos. Eran republicanos, pero desconfiaban de París y de su radicalismo revolucionario, por eso querían reducir su influencia en proporción con el resto de los departamentos. La influencia de los girondinos procedía precisamente de las provincias en las que residían sus más importantes apoyos y su denominación les fue atribuida por Lamartine en 1840. Representaban al mundo de los negocios de los puertos franceses, a los manufactureros y también a la burguesía intelectual. Habían roto con los jacobinos en agosto de 1792 y solían reunirse desde entonces en el salón de Mme. Roland, por lo que adquirieron cierta fama de aristocratizantes. Sin embargo, por su pasado político y por su actitud en la Convención pueden ser considerados como auténticos revolucionarios. Contaban aproximadamente con 150 diputados de los 749 que componían la Asamblea y sus hombres más destacados eran Brissot, Vergniaud, Pétion y Roland.El ala izquierda de la nueva Asamblea estaba formada por La Montaña, cuyo nombre procedía del lugar, en los escaños más altos, que pasaron a ocupar. Su apoyo estaba en los clubs jacobinos y en la Comuna de París y de algunas otras ciudades. Socialmente procedían de una burguesía profesional de juristas y funcionarios. Estaban más cerca de las masas populares y eran acusados por los girondinos de querer implantar una dictadura radical. El número de sus diputados ascendía aproximadamente a 150 y sus principales jefes eran Robespierre, Marat, Danton, Saint Just y Couthon.Entre estas dos tendencias, en el centro, se encontraba el grueso de los diputados, los cuales, en su mayoría, fluctuaban a un lado y a otro según las circunstancias del momento. Eran conocidos por el nombre del pantano o la llanura y el ganarse el apoyo de estos diputados era una cuestión fundamental en la lucha por el poder de los otros partidos.Aunque no tenían ninguna representación en la Asamblea, seguían ejerciendo una gran influencia sobre ella los sans-culottes de París y de otras ciudades francesas. Sus aspiraciones podían parecer contradictorias, pues defendían la extensión y la consolidación de la propiedad privada y al mismo tiempo demandaban una reglamentación rigurosa sobre la tasación de los precios o la requisa de alimentos que, en definitiva, significaban una limitación de la propiedad. Pero es que la crisis económica coyuntural amenazaba su nivel de vida y temían que la gran burguesía utilizase los mecanismos revolucionarios en beneficio propio y exclusivo. Por eso A. Soboul califica a los sans-culottes de "retaguardia económica y vanguardia política".La Convención tomó como primera medida la abolición de la Monarquía y aunque de momento no hubo unanimidad en proclamar la República, ésta entró un tanto furtivamente al decretar la Asamblea el 22 de septiembre que sus actos serían fechados desde el año I de la República. Se aprobaba, pues, al mismo tiempo un nuevo calendario que se alejaba de toda referencia religiosa y los meses tomaban el nombre de las distintas estaciones del año o de sus correspondientes actividades agrícolas. Estuvo vigente hasta 1806, en que se volvió al calendario gregoriano. A la espera de la aprobación de una nueva Constitución, se mantuvieron las instituciones establecidas por la Constituyente y los jefes de la Gironda supieron maniobrar en estos primeros momentos para hacerse con el control de los principales comités de la Asamblea. Sin embargo, aunque algunos girondinos eran partidarios solamente de encarcelar al rey hasta que se restableciese la paz en el exterior, los republicanos más entusiastas, y entre ellos los jacobinos, querían que se le aplicase un castigo más severo que consolidase la República y que hiciese imposible una restauración de la Monarquía.El descubrimiento de un cofre en la Tullerías en el que aparecieron pruebas de la complicidad del rey en los contactos con el enemigo fueron determinantes a la hora del juicio. Luis XVI fue condenado a muerte y ejecutado el 21 de enero de 1793. Albert Sorel hizo esta valoración del monarca francés a la hora de su muerte: Luis "había reinado mediocremente... La guerra civil había hecho odiosa su memoria; la proscripción hubiera borrado su recuerdo; el cadalso le creó una aureola. Al quitarle el manto real y la corona que lo abrumaban, la Convención descubrió en él al hombre, que era de una mansedumbre sin igual, y que afrontó -en la separación de todo lo que había, amado, en el olvido de las injurias recibidas, en la muerte, en fin- ese sacrificio de sí mismo y esa confianza absoluta en la justicia eterna, que son fuente de las virtudes más consoladoras del género humano. La Convención lo excluyó de la lista de los soberanos políticos, en la que no tenía cabida; le situó en la categoría de las víctimas del destino y le confirió una dignidad superior y rara en la jerarquía de los reyes. Por vez primera desde que reinaba, Luis pareció a la altura de su misión. Y como ese día lo ofrecieron como espectáculo al mundo con una extraordinaria solemnidad, y ese día es uno de los que cuentan en la historia de las naciones, su nombre se asocia en el espíritu de los pueblos a la idea del mayor de los infortunios soportados con la más noble entereza."El bicentenario de la ejecución de Luis XVI ha dado lugar también a una revisión histórica de su papel y de las circunstancias que produjeron su condena. Historiadores como Pierre Chaunu han manifestado que su proceso fue un absurdo puesto que era inocente, estaba lleno de buenas intenciones y además estaba protegido por la Constitución. A juicio de este historiador, "murió víctima del envenenamiento ideológico de su época". En el mismo sentido han escrito François Furet y Mona Ozouf Sólo "estaban previstos tres casos de suspensión de esta garantía (de inviolabilidad constitucional): si el rey abandonaba el reino, si se ponía a la cabeza de un ejército extranjero o si rechazaba el juramento de fidelidad a la Constitución. En noviembre de 1792, con los elementos del informe, no era posible invocar ninguno de ellos."Así pues, a pesar del unánime reconocimiento de que Luis XVI no supo jugar en aquella ocasión el difícil papel que le tocó como rey, muchos historiadores se han preguntado recientemente si en verdad había sido necesario ejecutarlo para sacar adelante la Revolución.Los franceses, tanto los monárquicos como los republicanos, recibieron la noticia de la ejecución del rey sin grandes aspavientos. El cansancio prevaleció sobre la indignación entre los primeros y la atonía fue la actitud dominante entre los segundos. Este silencio de todo un pueblo ante la muerte de su rey -afirman Furet y Richet señala una ruptura profunda en la historia de los sentimientos populares.