Comentario
La Revolución francesa no puede entenderse cabalmente si no se tiene en cuenta la actitud que, simultáneamente a los acontecimientos que con tanta intensidad se producían en el interior de sus fronteras, adoptaron las demás potencias europeas. Como tampoco puede entenderse la historia de Europa sin conocer el impacto que produjo en ella la Revolución. En efecto, sobre todo a partir de 1792, Francia se mantuvo en un conflicto bélico ininterrumpido con las principales naciones del continente que no finalizaría hasta 1815. No puede decirse que la Revolución fuese mal acogida desde el momento de su estallido en 1789, pues la aristocracia europea sólo vio en ella al principio una lucha contra el absolutismo centralizador, y en los ambientes intelectuales no se disimularon las simpatías por la plasmación de las ideas de los philosophes. Se dice que el filósofo Kant, que era un hombre de costumbres rigurosamente metódicas, cuando se enteró el 14 de julio del asalto a la Bastilla, cambió excepcionalmente el itinerario que solía seguir desde su casa a la Universidad en Königsberg. Por su parte, los campesinos de otros países europeos acogieron con grandes expectativas la supresión de los derechos feudales y hubo hasta alguna manifestación al grito de "Queremos hacer lo mismo que los franceses". Los hombres de Estado de las principales potencias, por último, consideraban que lo que ocurría no era más que un signo de debilidad de Francia y eso, naturalmente, les complacía.Sin embargo, estas impresiones se modificaron rápidamente a medida que la revolución fue radicalizándose. Las sublevaciones populares y las presiones ejercidas sobre Luis XVI comenzaron a inquietar a los monarcas europeos. Las nacionalizaciones de los bienes eclesiásticos hicieron cambiar de actitud a muchos clérigos y nobles que hasta entonces se habían mostrado admiradores de la Revolución o simples espectadores indiferentes. Pero quien mejor expuso los peligros que podrían derivarse del curso de los acontecimientos en Francia fue el inglés Burke en su obra Reflexiones sobre la Revolución francesa, publicada en noviembre de 1790 y que, según Furet y Richet, iba a convertirse pronto en el breviario de la contrarrevolución.Los que más pronto sintieron el peligro del contagio revolucionario fueron los príncipes cercanos a la frontera francesa, sobre todo a causa de la influencia de la emigración de los realistas, los cuales contribuyeron a cambiar la postura favorable a la Revolución que en un principio habían sostenido. Ésta fue la actitud de Renania. Desde el último tercio del siglo XVIII, los arzobispos electores de Tréveris, Maguncia y Colonia habían entrado en conflicto con la Santa Sede, cuya autoridad ya casi no reconocían. La Revolución frenó este intento de episcopalianismo nacional e hizo entrar a estos príncipes alemanes en el campo de los enemigos del liberalismo, del que hasta entonces habían sido fervientes defensores. En otros lugares se tomaron también medidas antiliberales. Sin embargo, Francia se consideraba en esos momentos un país pacífico y en un decreto promulgado el 22 de mayo de 1790 se decía textualmente que "La Nación francesa renuncia a emprender ninguna guerra para efectuar conquistas y jamás empleará sus fueras contra la libertad de ningún pueblo". Pero de ese decreto se desprendía también la idea de que los pueblos debían disponer de sus propios destinos. Ese principio había nacido en la Fiesta de la Federación y referido a Avignon y a La Alsacia, como Merlin de Douai lo había señalado ante la Asamblea francesa: La Alsacia era francesa, no porque los tratados de Westfalia la habían adscrito a Francia, sino porque los alsacianos habían mostrado su voluntad de pertenecer a Francia. La proclamación de este principio iba a tener unas importantes consecuencias, pues se trataba de una ruptura con el Derecho internacional público tradicional. Pero, además, podía acrecentar igualmente la agitación en los países vecinos de lengua francesa, como Bélgica, Suiza, Saboya, y llevar a los franceses a sostener guerras revolucionarias fuera de Francia.La guerra comenzó por la frontera del Rin, precisamente por los territorios que habían acogido a mayor número de emigrados franceses, y entre ellos a los mismos hermanos del rey, los condes de Artois y de Provenza. Los nobles alemanes que poseían señoríos en La Alsacia y se vieron afectados por las medidas que suprimían los derechos señoriales, hicieron causa común con los exiliados. Sin embargo, ni José II de Austria ni su sucesor Leopoldo II se mostraron muy dispuestos a entrar en un conflicto con la Francia revolucionaria hasta que se produjo el intento de fuga de Luis XVI en Varennes. Fue entonces cuando la posibilidad de destronamiento del rey francés provocó la inquietud del monarca austriaco, quien en su declaración de Padua (5 de julio de 1791) invitaba a los monarcas europeos a "poner término a los peligrosos excesos de la Revolución francesa". En la Declaración de Pillnitz firmada conjuntamente con el rey de Prusia el 27 de agosto siguiente se especificaba que los dos soberanos se sentirían directamente afectados por todo lo que pudiese sucederle al rey de Francia.Esta declaración, aunque estaba redactada en términos relativamente moderados, fue considerada como una provocación por los revolucionarios, especialmente por los girondinos que veían en ella un magnífico pretexto para extender la revolución fuera de Francia. En marzo de 1792 murió Leopoldo II y le sucedió Francisco II que a la sazón contaba veinticuatro años de edad. El nuevo emperador se mostró pronto como un encarnizado enemigo de la Revolución, más decidido y belicista que su antecesor, dispuesto a obligar a Francia a restablecer los derechos de los príncipes alemanes en Alsacia. La guerra era inevitable. Excepto Prusia, las demás naciones europeas mostraron una actitud tibia. Catalina de Rusia ofreció 15.000 hombres, aunque sólo después de la pacificación de Polonia. España, Inglaterra y Holanda tardarían todavía un año en declarar abiertamente la guerra a Francia. España no se decidiría hasta la ejecución de Luis XVI, Holanda no lo haría hasta ver amenazadas sus fronteras y en cuanto a Inglaterra no intervendría en el conflicto hasta que no consideró que sus intereses particulares se encontraban en peligro. De los estados alemanes, solamente Hesse y Maguncia ofrecerían un contingente armado.El duque de Brunswick, general en jefe de las tropas austroprusianas, lanzó en Coblenza un manifiesto el 27 de julio de 1792 en el que declaraba categóricamente que sus ejércitos estaban dispuestos a intervenir en Francia para suprimir la anarquía y para restablecer la autoridad del monarca. Esta declaración no hizo más que excitar los ánimos de los revolucionarios que suplieron las carencias de su ejército con entusiasmo. Los aliados habían tomado la ofensiva y habían atravesado la frontera francesa por dos frentes: en el Norte, el duque de Sajonia-Teschen, al frente de 4.000 emigrados franceses, había conseguido llegar hasta Lille; en el Noroeste, el mismo Brunswick, al frente del ejército principal compuesto por 75.000 hombres, había marchado a lo largo del río Mosela y había tomado Verdún. La caída de Verdún, que era la fortaleza que defendía París, así como las derrotas iniciales no podían tener otra explicación para los patriotas franceses que no fuera el resultado de una serie de traiciones. El miedo desatado en la capital y en las provincias se transmitió a los ejércitos. El general Dumouriez, que se hallaba desde el principio al mando de las tropas francesas, reunió a sus hombres a espaldas del ejército prusiano y provocó un enfrentamiento en Valmy que, como ya se ha visto más atrás, se saldó con una rotunda victoria de los franceses.No obstante, la retirada en Valmy de los ejércitos prusianos no se debía sólo al empuje de los franceses, sino a la preocupación que el rey de Prusia sentía ante los acontecimientos que se estaban produciendo en Polonia. El rey de Polonia, Estanislao II Poniatowski, antiguo amante de Catalina II de Rusia, había llevado a cabo el 3 de mayo de 1791 un verdadero golpe de Estado al promulgar una nueva Constitución destinada a transformar el sistema político para darle un aire más moderno y satisfacer así los deseos de una nobleza y una burguesía reformistas. Rusia, Austria y Prusia creyeron que eso podía ser el preludio de una nueva revolución y decidieron intervenir para aniquilar el peligro jacobino. Este asunto retuvo a los ejércitos de estos países en el Este y contribuyó a reducir la presión sobre Francia. Las tropas revolucionarias ocuparon los Países Bajos austriacos (batalla de Jemmapes) y la mayor parte de los territorios situados a la orilla izquierda del Rin, y en el sur, los reinos sardos de Saboya y el condado de Niza.A finales de 1792 los girondinos hicieron aprobar en la Convención una declaración en la que se ofrecía ayuda a los pueblos que quieran recobrar su libertad. Con ello Francia amenazaba con extenderse hasta sus fronteras naturales y ese fue el acicate que llevó a las naciones europeas a formar la Primera Coalición entre febrero y marzo de 1793. Además de Austria, Prusia, Rusia y Cerdeña, entraron en la coalición España, Inglaterra, Portugal y la mayor parte de los estados alemanes e italianos. Sólo quedaban al margen del conflicto en Europa, Suiza, los Estados escandinavos y Turquía.La crisis por la que en aquellos momentos atravesaba el ejército francés, especialmente por la falta de efectivos, fue el motivo por el que sufrió una serie de reveses frente a las tropas de la coalición. En diciembre de 1792, el ejército del Rin había iniciado una retirada en el Sarre, perseguido por los austriacos. En marzo del año siguiente, Dumouriez fue derrotado en Neerwinden (18 de marzo) y acto seguido tuvo lugar su defección. La situación en la primavera de 1793 era alarmante y la amenaza se extendía a todas sus fronteras: en el norte los ingleses sitiaban Dunkerque; en el nordeste, los austriacos después de haberse apoderado de Condé y de Valenciennes, sitiaron Le Quesnoy y Maubeuge; en el este los prusianos avanzaban por el Sarre y sitiaban Landau; en el sureste los sardos recuperaban Saboya, y en el sur los españoles traspasaban la frontera de los Pirineos.La Convención tuvo que realizar un extraordinario esfuerzo para superar aquellos difíciles momentos, pero en el otoño comenzaron a verse sus resultados. Las levas de soldados permitieron reforzar los ejércitos, que ahora iban al frente mejor pertrechados. Los ingleses fueron derrotados en Hondschoote (5 y 6 de septiembre de 1793) y se vieron obligados a levantar el sitio de Dunkerque. Los austriacos fueron vencidos en Wattignies (15 y 16 de octubre) y fueron rechazados en Maubeuge y Valenciennes. Los prusianos sufrieron, la derrota de Geisberg el 26 de diciembre y los españoles habían detenido su avance. De esta manera, en poco tiempo fueron liberadas las fronteras francesas de la presión a la que habían sido sometidas por parte de los aliados.La contraofensiva francesa en el norte les permitió recuperar Bélgica mediante la victoria de Fleurus, el 26 de junio de 1794, y las Provincias Unidas en el invierno de ese año. En la frontera del Rin también se recuperaron los territorios situados en su margen izquierda, excepto Maguncia. En España, los ejércitos republicanos atravesaron por dos puntos diferentes la frontera de los Pirineos. Estas derrotas provocaron la ruptura de la Coalición, en la que existían graves disensiones, sobre todo entre Prusia, Austria y Rusia, con motivo del reparto de Polonia.A finales de 1792, Rusia y Prusia se habían repartido una gran extensión de Polonia y habían dejado al margen a Austria, que se había sentido defraudada. La revuelta de los patriotas polacos en 1794, que intentaron establecer una república a semejanza de la de Francia y expulsar a los ocupantes de su suelo, fue el pretexto que Austria utilizó para intervenir junto con Rusia. Los rebeldes fueron sometidos y Varsovia fue ocupada el 6 de noviembre. Prusia tuvo que volver su atención hacia el este y se vio obligada a firmar la paz con Francia el 6 de abril de 1795 en Basilea, mediante la cual reconocía a la República francesa y aceptaba la neutralización de los territorios del norte de Alemania. Las Provincias Unidas, que se habían transformado en la República Bátava, firmaron la paz el 6 de mayo en virtud de la cual cedían a Francia el Flandes holandés, Maestricht y Venloo y se comprometían a pagar una indemnización de 100.000.000 de florines. En cuanto a España, mediante la paz de Basilea firmada el 22 de julio se comprometía a ceder a Francia la mitad de la isla de Santo Domingo a cambio de la retirada de sus tropas al sur de los Pirineos. En virtud del tratado de San Ildefonso, firmado poco después, la España borbónica iba a sellar una alianza con la Francia republicana y regicida, pero la hostilidad contra Gran Bretaña, su enemiga tradicional en el Atlántico, hizo viable esta componenda. Por su parte, Polonia no tenía más remedio que aceptar el tercer reparto de su territorio el 24 de octubre de 1795.