Comentario
La experiencia del progreso material en la vida de cada día derivó en una crisis de la autoridad del cristianismo, que vio puestas en entredicho algunas convicciones fuertemente arraigadas en la sociedad. Los trabajos del fisiólogo holandés Jakob Moleschott (Doctrina de la alimentación, 1850), o los del francés Claude Bernard, afectaron profundamente a la idea del carácter espiritual del hombre (existencia del alma), y pusieron en duda los límites entre pensamiento y materia.En ese sentido, la publicación en 1859 de la obra de Charles Darwin, El origen de las especies, marcó un hito fundamental porque sirvió para poner en duda la narración bíblica del origen de la creación y, muy especialmente, el carácter único del origen del hombre. La crítica racionalista a la religión, que contaba con una larga tradición (Strauss, Vida crítica de Jesús, de 1835), se continuará en los años siguientes hasta llegar a la obra de E. Renan (Vida de Jesús, 1863).Aunque el propio Darwin fue relativamente cauto en el uso de sus expresiones, no pudo evitarse que se generalizara el convencimiento de que la ciencia podía brindar una explicación sistemática del universo, al margen de la que habían proporcionado hasta entonces las religiones. Los avances de William Thomson, al presentar las dos primeras leyes de la termodinámica, o los descubrimientos de Dmitri Mendeleiev, al confeccionar la tabla de elementos periódicos, contribuyeron al fortalecimiento de esa idea, y al rechazo de las especulaciones filosóficas que caracterizaban las épocas anteriores. El historiador T. B. Macaulay escribió por entonces (1837) que la ciencia era, en sí misma, una filosofía que no conocía el descanso, que nunca se consideraba satisfecha, que nunca llegaba a la perfección; porque su ley permanente era el progreso.En esa línea de pensamiento se había movido, algunos años antes Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon que, a través de sus obras (De la Industria, 1817; Catecismo de los industriales, 1823; El nuevo cristianismo, 1824) se había situado en una posición intermedia entre el liberalismo y el socialismo, construyendo una teoría sobre el papel del Estado en la organización de las clases productoras. La ciencia tendría que ser, para Saint-Simon, la base de la organización de una nueva sociedad.Casi tanta importancia como el fundador tuvieron los discípulos (O. Rodrigues, P. Enfantin, M. Chevalier, Ph. Buchez) que, a comienzos de los años treinta, trataron de desarrollar las propuestas religiosas contenidas en los últimos escritos de Saint-Simon. El sansimonismo religioso, sin embargo, no prosperó porque algunos de sus aspectos más estrafalarios condujeron pronto al enfrentamiento con los gobernantes de la Monarquía de julio francesa.Muchos sansimonianos se dedicaron entonces a la propagación de teorías socialistas (S.-A. Bazard y H. Carnot, L´Exposition de la Doctrine de Saint-Simon, 1830) en las que abogaban por el rechazo de la propiedad privada y la abolición de cualquier privilegio hereditario. Estos seguidores tuvieron sus órganos de expresión en los periódicos Le Producteur (1825-1826) y Le Globe (1830).Hubo, finalmente, quienes insistieron en la necesidad de acometer grandes empresas capitalistas que se realizarían durante la época del segundo Imperio. Michel Chevalier, profesor de Economía Política del Colegio de Francia, está en ese grupo, junto con los hermanos Péreire o P. Talabot.