Comentario
La sucesión entre el pontificado de Gregorio XVI (1831-1846) y el de Pío IX (1846-1878) defraudó las esperanzas de los liberales ya que la Iglesia Católica intensificó aún más sus planteamientos doctrinales de carácter conservador. El desarrollo de los acontecimientos revolucionarios de 1848 sirvió para comprobar rápidamente que el Papa no estaba dispuesto a ponerse al frente del nacionalismo italiano, enfrentándose a una potencia católica como era el Imperio austriaco. En todo caso, y al margen del enfrentamiento con los círculos liberales, la Iglesia Católica experimentó una fuerte reactivación de la práctica religiosa, tal vez como respuesta a las dificultades experimentadas durante los ciclos revolucionarios.El papel del Papado se vio fortalecido por concordatos, como el firmado con España en 1851, o con Austria en 1855, a la vez que el establecimiento de nuevas congregaciones y la preocupación misionera desarrollada por Gregorio XVI daban testimonio de un aumento de la religiosidad. La difusión de la práctica religiosa facilitó la aceptación de acontecimientos extraordinarios como apariciones (La Salette, 1846; Lourdes, 1858) que tuvieron un enorme impacto en la religiosidad popular. A ese clima de religiosidad parece responder también la proclamación, en 1854, del dogma de la Inmaculada Concepción. Por otra parte, junto con el fomento de la religiosidad popular, la reorganización de los estudios teológicos en Alemania (Döllinger), Lovaina y París parecía responder al interés de algunos eclesiásticos para que la Iglesia pudiera participar en los debates que estaba planteando la ciencia moderna.A una idea análoga habían respondido los intentos de conciliar la Iglesia con el liberalismo, desarrollados por Lamennais desde el periódico L´Avenir, que se publicó entre 1829 y 1831 (con el lema de Dios y la, libertad), y en el que colaboraron el dominico H. de Lacordaire y el conde de Montalembert. El movimiento fue seguido en Italia por Rosmini (Las cinco plagas de la Iglesia) y el Papa terminaría por condenar las proposiciones del catolicismo liberal (encíclica Mirari Vos, 1832). La condena pontificia obtuvo el sometimiento de Lacordaire y Montalembert (aunque en el congreso de Malinas, de 1863, aún abogase por la fórmula Iglesia libre en un Estado libre), pero no el de Lamennais, que derivó hacia un deísmo social y revolucionario. El Papado, por otra parte, también condenaría el racionalismo (en relación con el libro de Frohschammer, De libertate Scientiae), por medio de la Bula Gravissimas, de 1862.La ruptura definitiva con el mundo de la ciencia positivista, sin embargo, se produjo en 1864, a través del Syllabus que, en sus ochenta artículos, hacía una sistematización de proposiciones condenables, a la vez que la encíclica Quanta Cura hacía una condena global de los fundamentos filosóficos del liberalismo. Napoleón III prohibió la publicación del Syllabus y las reacciones anticlericales se generalizaron en diversos países europeos. En ese contexto, las derrotas de Austria en 1866, y de Francia en 1870, se vivieron como otras tantas derrotas de la influencia de la Iglesia Católica.Pero esos contratiempos no impidieron que, algunos años después, y en circunstancias todavía difíciles, provocadas por la presión del nuevo Reino de Italia sobre los Estados Pontificios, se produjese la convocatoria del Concilio Vaticano I que, en julio de 1870, aprobó el dogma de la infalibilidad pontificia. La fuerte resistencia de quienes juzgaban inoportuna la declaración hizo que algunos destacados católicos, como el teólogo muniqués I. Döllinger, llegaran hasta el cisma. Meses más tarde, el Papa sería desposeído de su poder temporal, después que las tropas francesas se vieran obligadas a abandonar Roma, que fue ocupada por las tropas del nuevo Reino de Italia.El protestantismo experimenta una situación similar, pero las tensiones contra el racionalismo generan menos tensiones con las autoridades eclesiásticas, que tenían mucha menos capacidad de decisión que las de la iglesia Católica.