Comentario
Los elementos radicales de la oposición fueron los republicanos, frustrados por el mantenimiento del régimen monárquico, y que trataban de aprovechar cualquier ocasión para exponer sus reivindicaciones. Una de esas ocasiones la brindó, en junio de 1832, el funeral por el general Lamarque, uno de los jefes del ejército napoleónico. La revuelta fue sofocada sin excesiva represión pero permitió, al menos, que Victor Hugo la inmortalizase en Los Miserables (1862). El acontecimiento sirvió, por lo demás, para advertir a algunos liberales de los peligros de la democracia radical, tal como expresó claramente Alexis de Tocqueville al publicar La democracia en América (1835).La prensa tuvo un notable papel en la difusión de este ideal. Le National se había hecho republicano desde comienzos de 1832, tras la separación de Armand Carrel, que había sido uno de los fundadores. En ese periódico tendrían acogida las voces más templadas del republicanismo, como Garnier-Pagés o Arago. Por el contrario, los republicanos con una mayor preocupación por la cuestión social (A. A. Ledru-Rollin, F. Flocon, Louis Blanc) encontraron acogida en La Réforme. Otro destacado título republicano, La Tribune, de Armand Marrast, había desaparecido en 1835, como consecuencia de la represión gubernamental. Las dificultades experimentadas por las clases trabajadoras les hizo especialmente receptivos a la propaganda republicana. Un sector de ellos, los trabajadores de la seda (canuts) de Lyon se sublevaron en noviembre de 1831 para reclamar trabajo. El gobierno, deseoso de dar muestras de firmeza, envió al Ejército, comandado por Soult, que realizó una dura represión.Propagandistas de las teorías sociales, como Auguste Blanqui, organizaron sociedades casi secretas de agitación, como la Sociedad de los Derechos del Hombre, creada en 1832, y animaron agitaciones como las de los trabajadores de la seda de Lyon, en 1834, e inspiraron atentados como el que sufrió Luis Felipe en julio de 1835. Más adelante, en mayo de 1839, la Sociedad de las Estaciones, creada también por Blanqui, intentó un golpe de Estado en París, que llevó a su inspirador a la cárcel.Esta propaganda revolucionaria estaba ya muy atenuada a la altura de 1840, a medida que remitía la amenaza de las clases trabajadoras, que abandonaron paulatinamente el asociacionismo reivindicativo y se orientaron hacia fines puramente asistenciales. El programa republicano se enriqueció con elementos socialistas, que le distanciaban de su origen liberal. Experimentaron también entonces alguna boga las ideas de Saint-Simon, o las de Pierre-Joseph-Benjamin Buchez, que trataba de impregnar el catolicismo con los principios de la democracia y el socialismo, y que defendía las condiciones de contratación de los obreros desde el periódico L´Atelier, fundado en 1840 por Anthine Corbon. Otro periodista, Pierre Leroux, que editaba Le Globe, desarrollaba un concepto de fraternidad en el que trataba de hacer coincidir las posiciones de cristianos, republicanos y socialistas. Flora Tristán proponía que los trabajadores crearan palacios del trabajo en los que habría escuelas, centros para estudio de adultos, hospitales y residencias para ancianos. El periodista e historiador Louis Blanc sugería en 1839 (L´Organisation du travail) que el trabajo debería ser organizado a través de talleres sociales, impulsados por el Estado, y con beneficios distribuidos igualitariamente entre los trabajadores.Por su parte, Pierre-Joseph Proudhon, el único teórico socialista de origen proletario, reclamó la destrucción del Estado y de Dios, así como la abolición de la propiedad de los instrumentos de producción (Qu´est-ce que la proprieté, 1840). Trataba de superar la explotación a través del mutualismo y del libre crédito, pero fue la ausencia de ese libre crédito la que lo hacía imposible. Pese a sus iniciales buenas relaciones con Marx, terminaría por atraerse las criticas de éste, que le calificó de pequeño burgués. Desde la dirección del periódico Le Peuple participó en la batalla política que condujo a los acontecimientos revolucionarios de 1848.El régimen también tuvo una oposición desde la derecha. Los legitimistas (antiguos ultras) estaban sin dirección como consecuencia del alejamiento de Carlos X en Carlsbad y la abdicación de su primer hijo, el duque de Angulema. El conde de Chambord, hijo póstumo del asesinado duque de Berry, contaba con diez años en el momento de la revolución de 1830 y era sólo un peligro potencial. Por otra parte, la vieja nobleza, que se resistía a prestar juramento de fidelidad al nuevo monarca, prefirió refugiarse en una especie de exilio interior en sus posesiones rurales o limitarse a la vida cultural (Academia) o actividades sociales al margen de la nueva clase dirigente, a la que descalificaban permanentemente. Su órgano de expresión era el periódico La Quotidienne. En esas condiciones no resultaba extraño que fracasara el golpe montado en abril y mayo de 1832 por la duquesa de Berry, que desembarcó en Provenza, a la vez que parte de la población campesina se sublevó en la región de la Vendée. El arresto de la duquesa, a finales de año, tuvo como objetivo desalentar a la oposición monárquica.A partir de entonces tuvieron una escasa presencia en la vida política pero, como ha sugerido Furet, mantuvieron una fuerte influencia en la vida local, sobre la que tenían un gran ascendiente. Los diversos complots que se sucedieron en los años siguientes fueron, sobre todo, la obra de una minoría exaltada y la policía los desarticuló sin excesivas dificultades. Más importancia tuvieron algunos grupos renovadores como el de la Montaña Blanca, organizado después de 1840 en torno al abate de Genoude, y la Gazette de France, que preconizaba una Monarquía popular, con sufragio universal, y que no descartaba la posibilidad de una alianza con los republicanos, o los que manifestaban preocupaciones sociales (Armand de Melun) y presentaban a la Monarquía legítima como la mejor garantía contra los abusos que los obreros tenían que sufrir como consecuencia de la alianza de política y negocios que había traído el orleanismo. La oposición al régimen también fue animada por Luis Napoléon Bonaparte, hijo de Luis y de Hortensia Beauharnais, que se había proclamado heredero de los derechos de su tío y que intentó insurrecciones en Estrasburgo (octubre de 1836) y Boulogne (agosto de 1840). El bonapartismo contaba con la vigencia de la leyenda napoleónica, de la que Luis Felipe también intentó beneficiarse con el retorno de las cenizas de Napoleón desde Santa Helena, en 1840, para ser depositadas en los Inválidos. Sin embargo, Luis Felipe supo integrar a algunos de los antiguos colaboradores del imperio, que se mantuvieron al margen de las aspiraciones de este pretendiente. En su conjunto, ninguna de estas oposiciones parecía excesivamente peligrosa, y sólo la republicana parecía capaz de alterar desde dentro las condiciones de la vida política.