Comentario
En el Altis de Olimpia, cerca del viejo Heraion, los habitantes de Elis decidieron construir un gran templo a Zeus con intenciones menos altruistas de lo que durante mucho tiempo se ha pensado. Lejos de haber sido en su época símbolo de la unidad griega, como aseguraban los historiadores, fue el botín de guerra obtenido por los de Elis tras aniquilar a la vecina ciudad de Pisa poco antes del año 472, lo que permitió costear la obra. El prestigio sin par obtenido por el nuevo santuario, la importancia de los Juegos Olímpicos, el famosísimo Zeus de Fidias y el desarrollo de la historia local son los factores que influyeron para crear la idea de ambiente panhelénico en torno al templo de Zeus.
Las obras empezaron inmediatamente después del triunfo sobre Pisa y concluyeron en 457, un período muy breve, si se atiende a la magnitud de la edificación y de su decoración escultórica, de la que nos ocuparemos más adelante. Las fuentes mencionan como arquitecto a Libón de Elis, que es, por tanto, el autor del canon clásico, del arquetipo del templo dórico, en el que está resumida y revisada toda la experiencia anterior.
Es un templo hexástilo y períptero de proporciones perfectamente pensadas y observadas, sin que por ello se resienta el sentido de libre plasticidad, es decir, la individualidad de cada elemento según su función y significado en el conjunto. Dörpfeld fue uno de los primeros en observar que la definición de la perístasis (6 x 13 columnas) debía responder a una norma fija y que la de la planta no estaba determinada por el perfil del basamento y de los muros de la cella, sino por la cohesión interna de las partes, realzada y perfeccionada con correcciones ópticas. Aquí radica sin duda el mayor mérito de Libón, en haber sabido dar cima a la evolución ya larga del orden dórico.
El interior de la cella era de tres naves, la central el doble de ancha que las laterales, y con doble orden de columnas superpuestas. La organización espacial resulta muy clara; a pesar de ello la posteridad la ha juzgado inadecuada para haber albergado la colosal estatua sedente de Zeus esculpida por Fidias casi 30 años después. A efectos de proporcionalidad tiene interés consignar que el basamento y la estatua ocupaban la anchura y altura totales de la nave central y un tercio de su largo. A decir verdad, la crítica se inició con el nuevo gusto romano y a ella contribuyó el comentario de Estrabón, según el cual se tenía la impresión de que si Zeus hubiera podido levantarse, se habría golpeado la cabeza en la techumbre.
El sistema de proporciones responde a un criterio que desconocemos con exactitud, pero que evidentemente se rige por la organicidad, el orden y la subordinación de las partes al todo. A esto hay que añadir una larga serie de refinamientos y correcciones que hoy nos son muy bien conocidos gracias al análisis pormenorizado de las ruinas del templo. Se aplicó el principio de contracción de esquina, para corregir las desavenencias de triglifos y metopas respecto a los ejes de las columnas; se estudió la proporción adecuada para el éntasis de los fustes de las columnas; los capiteles adquirieron forma canónica, interdependientes las dimensiones de ábaco y equino y ajustados éstos a la tensión precisa en una auténtica lección de cálculo, dada su monumentalidad; por último, los elementos horizontales se someten al efecto de la curvatura, antídoto ideal contra deformaciones ópticas, que requirió no poco esfuerzo y múltiples operaciones. El material empleado para la construcción fue la piedra local, más bien endeble y sensible a los efectos de la intemperie, mientras que el mármol quedaba reservado para la decoración escultórica.