Época: alta época clásica
Inicio: Año 480 A. C.
Fin: Año 450 D.C.

Antecedente:
La decoración escultórica del templo de Zeus en Olimpia

(C) Pilar León Alonso



Comentario

Dos episodios mitológicos relacionados con el lugar fueron representados en los frontones; en el oriental, la dramática carrera de carros entre Pelops y Enomao; en el occidental, la lucha entre lapitas y centauros en las bodas de Piritoo y Deidamia. Se suele decir, con razón, que en el frontón oriental reina la calma que precede a la tempestad y, en el occidental, la tempestad misma. Ambas formas de interpretar la acción responden plenamente a planteamientos propios del estilo severo. Aunque no conocemos al escultor responsable de los proyectos y de la organización de los trabajos, el análisis de las esculturas nos irá desvelando aspectos notables de su personalidad. Por lo pronto, sabemos que tiene una extraordinaria capacidad de síntesis, reflejada en la selección de figuras y motivos de cada frontón.
El tema de la carrera de carros entre Pelops y Enomao ofrecía graves dificultades por tratarse de una historia terrible y complicada. A Enomao, rey de Pisa y padre de la bella Hipodamia, le había predicho un oráculo que moriría a manos de su futuro yerno, predicción a la que Enomao no estaba dispuesto a amoldarse. Para evitarla, desafiaba a una carrera de carros a los pretendientes de Hipodamia con el compromiso de que el vencido muriera a manos del vencedor. Confiado en la velocidad de sus caballos, regalo del dios Ares, Enomao daba ventaja a su rival, mientras hacía una ofrenda en honor del dios; luego partía, alcanzaba al desdichado de turno y lo eliminaba. Así una y otra vez hasta que apareció Pelops de Micenas, favorito de Poseidón y dueño de caballos aún más veloces que los de Enomao, causa de que se cumpliera el oráculo. Existe una versión menos respetuosa de este mito, según la cual, Pelops sobornó a Mirtilo, el cochero de Enomao, para que sustituyera las clavijas de su carro por otras de cera, que se derritieron durante la carrera, acarreando así la desgracia a Enomao. La discusión por el importe de la traición hizo que Mirtilo, moribundo, maldijera a Pelops y con ello se desatara la tragedia en la dinastía de los Pelópidas, representada por Atreo y sus descendientes.

El problema principal que presenta el frontón oriental consiste en determinar la posición de las figuras del grupo central, es decir, las dos parejas colocadas a los lados de Zeus. Críticos y expertos han apurado las combinaciones posibles, sin ponerse de acuerdo, aunque se suele dar como más probable a Pelops a la derecha de Zeus y a Enomao a la izquierda, en alusión al triunfo obtenido por aquél. De lo que no cabe duda es de que el maestro de Olimpia compone la escena de manera clara, sencilla y altamente expresiva. Zeus preside el acontecimiento en el centro y a ambos lados sitúa a los contrincantes con sus respectivas parejas, la reina Esterope junto a Enomao; Hipodamia junto a Pelops. Aquél, altanero y desafiante, personifica la hybris, la soberbia altiva; éste lleno de aidos, la humildad que acepta los designios superiores. Esterope e Hipodamia escoltan a los protagonistas y junto a ellas se sitúan los carros y séquitos de ambos contendientes, formados por cocheros, sirvientes, adivinos, cada uno con sus características propias. En este terreno el maestro de Olimpia alcanza cimas espectaculares, como bien demuestran las figuras del adivino de mal agüero -el de Enomao-, un viejo apesadumbrado cuyo gesto cansado y triste predice el trágico final de su señor, y la del mozo de cuadra que aparece tras él, un joven sentado en el suelo de mala manera y desnudo, de forma que basta advertir la postura para reconocer su baja condición social. La composición de esta figura es paradigma de la forma cerrada.

Los extremos del frontón están ocupados por las personificaciones de los dos ríos locales, el Alfeo y el Kladeo, alusión al paisaje en clave antropomórfica y novedad importante, porque rehusa el viejo esquema del río representado con cabeza de toro y porque las características de las figuras aluden a la naturaleza de ambas corrientes fluviales; así, el cuerpo reposado, que parece reptar al deslizarse, representa la corriente remansada del río principal, que es el Alfeo, mientras su afluente el Kladeo adopta la forma de un cuerpo joven, inquieto y tenso. El carácter ondulante expresa en ambas figuras la sinuosidad movediza de la corriente.

El frontón occidental narra las violentas peripecias acaecidas en las bodas de Piritoo y Deidamia, que fueron causadas por los centauros. Todo transcurría con normalidad, hasta que los centauros, ebrios en pleno festín, la emprenden contra los jóvenes lapitas de ambos sexos, atropello que pone en acción al novio, Piritoo, jefe de los lapitas, y a su íntimo amigo, Teseo. En el centro del frontón Apolo dirime la contienda con un ademán escueto, como si su mirada y su aliento bastaran para imponer su voluntad. A su derecha Piritoo acude a librar a la novia, Deidamia, de la acometida salvaje del caudillo de los centauros, y a la izquierda, Teseo intenta rescatar a una joven lapita. Grupos de luchadores ocupan las zonas medias del frontón y en los ángulos se acurrucan mujeres lapitas, como si quisieran ocultarse en los rincones. Mientras el frontón oriental nos muestra un juego de actitudes, gestos y emociones contenidas, el occidental nos presenta el tumulto, el desorden, incluso el grito de dolor del joven lapita mordido por un centauro. La única actitud mesurada es la de Apolo, una creación paradigmática del estilo severo.

Las numerosas dificultades a las que se enfrenta el escultor provienen de la naturaleza del material -mármol de Paros-, del abundante número de figuras y del tamaño mayor que el natural de muchas de ellas. El estilo es unitario y conecta con el que por los años 470-460 impera en Atenas, como bien demuestra la afinidad con obras como la estela de Sounion y, sobre todo, la cabeza del Efebo Rubio, tan similar a la de Apolo que obliga a pensar en el mismo ambiente y círculo artístico. Así lo sugieren también otras facetas de la labra, como el tratamiento de los paños, que denota una gran plasticidad. El interés de estos aspectos no debe ensombrecer una cuestión tan esencial como el paso adelante hacia un realismo sin paliativos, pues el estudio anatómico no rehuye la crudeza de las venas hinchadas bajo la epidermis, de los tendones abultados, de las arrugas y carne fláccida de los viejos. Un canon estético difícil de digerir en el siglo pasado, pero que esclarece la evolución vertiginosa del arte de la alta época clásica.