Comentario
La transición del estilo severo a la época clásica plena o madura está representada por Mirón, gran escultor y broncista de extraordinario prestigio. Las fuentes le recuerdan por la diversidad de su obra, por su empeño en reproducir la realidad y por la preocupación por la simetría, al tiempo que le censuran el desinterés por reflejar las emociones y la obsesión por los detalles superficiales. Estos juicios, aun cuando no carezcan de fundamento, son insuficientes para profundizar en la obra de Mirón, que lo mismo se comprometía con esculturas de animales, entre las cuales la famosa vaca de la Acrópolis de Atenas, que con grupos de figuras humanas o con figuras exentas. La prueba más evidente nos la ofrece una de sus primeras creaciones, un Herakles de bronce reproducido en pequeño formato por el Herakles de Boston. La fuerza del original se basaba en la representación del héroe abstraído en sus pensamientos, extenuado tras el ajetreo de los 12 Trabajos y apoyado en la clava. Cruces y cambios de dirección en las líneas maestras de la composición, giro e inclinación de la cabeza hacia la pierna de sostén con la mirada fija en un punto no sólo representan un ritmo nuevo, sino que exteriorizan el estado anímico de Herakles, como en algunas metopas de Olimpia. No menos interesante es la caracterización fisiognómica por medio de un cuerpo musculoso y fornido, en cuyo torso se advierte el principio de la diarthrosis, que tanto interesará a Policleto. Estas apreciaciones son imprescindibles para captar la originalidad que Mirón imprime a su trayectoria artística.
Más innovador se muestra en el célebre Discóbolo tanto en lo que afecta al movimiento como a la composición. Sin insistir en aspectos conocidos y trillados, debe quedar clara la fidelidad de Mirón al planteamiento básico de la escultura clásica -frontalidad del punto de vista principal- y su esfuerzo por variar y enriquecer la composición, enmarcada en este caso por un amplio arco, dentro del que se cruzan y contraponen diversas líneas. El Discóbolo es obra de hacia 450, posterior al Herakles de Boston.
Un paso más en la evolución acredita el grupo de Atenea y Marsyas, reconstruido a base de las mejores copias conservadas de cada una de las figuras, que son la Atenea de Frankfurt y el Marsyas del Laterano. Las diagonales de ambas figuras convergen en el suelo sobre el punto en que coinciden las miradas, de donde el esquema en forma de V típico de finales de la alta época clásica. La Atenea de Mirón vestida con peplo ceñido, tocada con casco corintio y armada con una lanza se inserta en la nueva tipología creada en época clásica para representar a Atenea. El parentesco con la Atenea pensativa del relieve conservado en el Museo de la Acrópolis disipa toda clase de dudas. Por su parte, la escultura del Marsyas supone un avance tanto desde el punto de vista del modelado como de la ponderación.
La actividad de Mirón se constata hasta la madurez del período clásico, pues su huella se deja sentir en las primeras series escultóricas del Partenón.