Época: BronceFinal
Inicio: Año 1000 A. C.
Fin: Año 500 D.C.

Antecedente:
Bronce Final y Hierro Antiguo
Siguientes:
Nuevas bases económicas
Formas de distribución y circulación



Comentario

En los inicios del primer milenio a.C. el contingente de población mediterránea había bajado sensiblemente, desapareciendo las grandes unidades políticas que, como Micenas, caracterizaron el segundo milenio. Por citar un solo caso, el asentamiento de Lefkandi en la isla de Eubea apenas debió de contar con unas docenas de personas a fines del siglo IX a.C. Sin embargo, en Grecia, a partir del siglo VIII a.C., el proceso se invierte y como señala Snodgrass, a mediados del siglo VI a.C. un sitio como Atenas en sólo sesenta años había multiplicado por siete su población. En términos generales, este proceso podría ser válido para todo el Mediterráneo, pero la constatación de la baja poblacional, con ser evidente, debió responder a diferentes matices según las zonas.
Un caso especialmente bien estudiado, primero por Torelli y después por Bartoloni, porque permite evaluar el proceso hacia la aparición de la ciudad, es el que corresponde a la Cultura Villanoviana, en Etruria. Durante la fase del Bronce Final Protovillanoviano de los siglos XII al X a.C., se constata la existencia de un asentamiento-tipo en altura con un tamaño de cerca de cinco hectáreas y que, en su zona defendida por fortificación, no se muestra completamente habitado. La distancia media entre estos asentamientos es de 5 a 10 kilómetros, según los casos. Cuando esta estructura poblacional alcanza el siglo IX a.C., se produce el abandono de estos centros con el descenso al llano de la población, lo cual posibilitará la aparición de un sistema de aldeas con distancias de un kilómetro de media entre sí, formando concentraciones con un aumento significativo de las distancias medias entre cada conjunto, dándose el caso de que algunas de estas áreas territoriales de aldeas concentradas agruparon los territorios de una veintena de asentamientos del periodo precedente. Estas concentraciones se disponen en posiciones estratégicas sobre la costa (como será el caso de los núcleos de las futuras ciudades etruscas de Populonia, Vetulonia, Vulci, Tarquinia o Cerveteri), sobre los ríos (Chiusi, Orvieto o Veyes) o en las orillas de los lagos (Bisenzo). El caso de Veyes puede ser paradigmático como referente, al conformarse por una estructura de seis aldeas dispuestas en la llanura principal y una serie de núcleos que cubren estratégicamente las colinas que cierran el llano, hasta ocupar un total de 190 hectáreas. La fase, que se inicia hacia el 770 a.C. y que da inicio al villanoviano evolucionado, muestra un proceso de sinecismo por el que las aldeas, que hasta ese momento habían mantenido sus necrópolis separadas, proceden a una unificación espacial no sólo en el plano citado, sino incluso en la determinación del espacio urbano. Desde ese momento, algunas de las aldeas se erigirán en directoras de un proceso que conduce inevitablemente hacia la ciudad.

La situación se produce de forma diferente algo más al sur, en el Lacio, donde con el paso de los siglos se desarrollará la poderosa Roma, sobre una base cultural común con el área villanoviana, aunque definida como cultura lacial. En la fase IIb de ésta, es decir, entre el 830 y el 770, según Bietti Sestieri, se quiebra el modelo típico villanoviano, al producirse en Roma por primera vez la separación neta entre los núcleos habitados (Foro-Palatino-Capitolio-S. Omobono) y los de las necrópolis (Esquilino-Quirinal-Viminal); es en esta fase cuando la concentración aldeana se fortifica, se crean centros dependientes como Décima y Rústica, o se desarrollan otros como Laurentino, también de forma dependiente. Sin embargo, Roma debe ser considerada un caso excepcional en esta área por su disposición de frontera y proximidad al área etrusca; en términos generales, todo el territorio lacial se caracteriza por la existencia de un patrón de asentamiento en el que los centros fortificados se disponen con distancias medias entre 5 y 10 kilómetros y tamaño sensiblemente inferior a los estudiados en la zona etrusca; en suma, un modelo que algunos autores han querido explicar por la presión de la población de la montaña sobre los territorios costeros laciales.

En la Península Ibérica, conocemos el proceso que se sigue en el área mastiena del Alto Guadalquivir; allí, a fines del siglo IX a.C., se produce una situación semejante, aunque en proporciones reducidas: concentración aldeana en diferentes puntos de la Campiña de Jaén y de Córdoba tal y como lo muestran asentamientos como Torreparedones en Córdoba y Puente Tablas o Los Villares de Andújar en Jaén. El proceso se mantiene así durante el siglo VIII a.C., para desarrollar un proceso semejante al lacial, con una rápida definición de los centros fortificados sobre la mayor parte de los antiguos núcleos aldeanos. Conocemos, además, diferencias significativas entre el poblamiento de la Campiña cordobesa y la jiennense, que pueden ser efecto de la estructura étnico-cultural y política de tartesios y mastienos; los primeros, localizados en el curso bajo y medio del Guadalquivir y los segundos en el curso alto del mismo río y en toda la zona sudeste de la península. Así, sabemos que la concentración iniciada en tierras de la Campiña de Jaén durante el Bronce Final no posibilitará un poblamiento disperso una vez que se produzca la fortificación de los asentamientos; en cambio, el patrón de asentamiento cordobés, tal vez tartésico, se conforma alternando el asentamiento fortificado con las pequeñas factorías agrícolas en llano y sin fortificar. Es más, hacia fines del siglo VII a.C., quizá buscando alcanzar los focos mineros de Cástulo, se observa una auténtica colonización por medio de estas factorías aguas arriba del Guadalquivir, hasta Andújar al menos; el caso provocará en el modelo de la Campiña de Jaén una rápida reacción, en los inicios del siglo VI a.C., caracterizada por la aparición de una red de torres estratégicas, que por primera vez permiten advertir hasta qué punto el patrón de asentamiento mastieno podía fijar su territorio político.

Desde el punto de vista del desarrollo de los modelos señalados, inicialmente se define en todos los casos un proceso de sinecismo, que en ocasiones se puede producir sobre los viejos núcleos ocupados en la Edad del Bronce, con dos vías alternativas de evolución: o bien una concentración en grandes núcleos aunque manteniendo la diversidad de las aldeas asociadas, lo que se sigue por la disposición independiente de cada núcleo con su aldea, como es el caso villanoviano en el área etrusca o en Roma, o bien un proceso de concentración en núcleos más pequeños, fortificados y en altura, tal y como se observa entre mastienos, tartesios o en el área lacial. Un tercer modelo, con características especiales, se configura en el territorio de Apulia, donde asentamientos como Lavello parten de una concentración del segundo tipo para, en el transcurso del proceso, entrar en un periodo de diferenciación de las necrópolis por grupos de casas o aldeas.

La continuación de estos procesos se continúa en las líneas de desarrollo abiertas por los dos modelos señalados, mientras el villanoviano termina por generar grandes núcleos urbanos, unificando las necrópolis y superando la estructura defensiva, el segundo modelo produce un encastillamiento, con una variante muy concentrada, salvo en lo que hace referencia a la ocupación de puntos estratégicos con torres, caso de los mastienos o permitiendo una cierta dispersión poblacional a través de factorías agrarias tal y como se observa en el caso tartésico cordobés. Una variante del modelo villanoviano la constituye Roma, donde se construye la estructura defensiva conforme se define el modelo urbano y se aísla el área habitada y el área de necrópolis. Otro tema de gran interés es la estructura interna de los asentamientos. En Calvario, Tarquinia, uno de los pocos casos de excavación extensiva, se han localizado 25 cabañas de planta oval, rectangular alargada o cuadrangular, que siguen un sistema constructivo muy simple a base de un pequeño canal de cimentación y hoyos de poste para levantar la estructura, que se conoce gracias a las representaciones de cabañas en urnas de incineración. En general, durante los siglos IX a VIII y en algunos casos, como Bolonia, hasta el VI a.C., los poblados villanovianos muestran un modelo con cabañas y estructuras accesorias, sin orden aparente en su disposición y con distancias desiguales entre sí. En el seno de cada aldea no se detectan ni fortificaciones, ni áreas sagradas, ni siquiera una jerarquía entre los diferentes tipos, como tampoco una evolución entre unas formas de planta u otras; de hecho, el modelo, largo y complejo, no dará lugar a espacios claramente urbanos hasta mediados del siglo VII a.C. En el Lacio, el proceso se muestra igual en el sistema constructivo y en la falta de una ordenación interna de la aldea; no obstante, en algunos poblados como Satricum o Gabii, Bietti Sestieri señala que a fines del siglo IX parece destacarse una cabaña en posición relativamente central; sin embargo, no será hasta la mitad del siglo VII a.C. cuando se documente, como en Etruria, un cambio significativo en la estructura interna de las aldeas. La referencia más significativa para este momento la ofrece la evolución de la antigua Roma, con las transformaciones del Foro Boario y el Palatino, pero puede seguirse asimismo en casos como Ficana donde, en una posición excepcional en la estructura del poblado, se construye un edificio rectangular con dos ambientes y posiblemente un pórtico, en cuyo espacio interior aparecían varias fosas de basuras, en una de las cuales se documentó un servicio completo de banquete.

Este hecho lleva a valorar el problema de los palacios. Uno de los casos, ya paradigmáticos, de análisis de estas diferencias internas en el seno de la trama urbana de los poblados es el realizado por Torelli en Etruria, sobre el palacio o la regia de Murlo, localizado cerca de Siena. El primer edificio, siguiendo la secuencia estratigráfica, se fecha en los primeros tres cuartos del siglo VII a.C. y presenta una edilicia muy primitiva, con una forma alargada y un significativo acroterio con la representación de un personaje. Hacia el 580 sufre una reconstrucción que sigue ya las pautas del palacio oriental, con una estructura cuadrada que gira en torno a un patio central con un pórtico de columnas alineadas sobre tres de sus lados. En uno de ellos se advierte la disposición de un almacén, en tanto que en otro se destaca un complejo tripartito para la audiencia y el banquete. En el centro del patio se distingue un pequeño recinto que debió corresponder al lugar de culto de los antepasados del grupo gentilicio. Todo el techo y las paredes del pórtico del patio ilustran, en una amplia representación figurada, las formas propias de la sociedad aristocrática: el banquete, los juegos, las procesiones o los sacrificios. Cincuenta años después, ya inscrito en el asentamiento y no en un altozano aislado como en Murlo, se levanta el palacio de Acquarossa, en el sur de Etruria y cerca de Viterbo. Se trata de un modelo muy diferente, en el que aún se conservan elementos comunes como el pórtico columnado, si bien sobre dos lados, el área del banquete o una fosa en el patio destinada a recoger las cenizas de los ritos, pero entre los relieves la representación ahora dominante es la del banquete y la de los trabajos de Hércules, es decir, los antepasados no se vinculan ya a los dioses sino a héroes. En el marco de la distribución espacial del palacio se advierte aun otro hecho más significativo: frente al palacio se ha construido un pequeño templo, lo cual implica la separación de los poderes político y divino.

En el sur de la península italiana, en Apulia, durante la segunda mitad del siglo VI se observa un proceso semejante al momento documentado en el palacio de Murlo, en el asentamiento de Cavallino, con un edificio construido al gusto griego pero con los enterramientos de los antepasados en su entorno. En España, el caso más parecido a los citados se documenta durante el siglo V a.C., aunque su origen pudo remontarse hasta el siglo VI a.C., en Cancho Roano en la provincia de Badajoz donde se dan todas las características del palacio orientalizante, con un área para el banquete, otra en la parte opuesta del edificio que actuaría de almacén y un patio central entre ambas dependencias, con un pilar dispuesto en el centro, seguramente con fines rituales.

En general, en el área tartésico-mastiena el proceso es bastante semejante al italiano; los poblados con cabañas se documentan durante el siglo IX y VIII a.C. en casos como Acinipo en Ronda, Málaga, El Carambolo en Sevilla o Puente Tablas en Jaén. El paso a la casa con zócalo, estructura cuadrangular y compartimentación interna se produce desde fines del VIII al siglo VII a.C., siendo el proceso anterior en la zona costera próxima a las colonias fenicias y en el Bajo Guadalquivir, si bien durante el siglo VII perduran algunos casos de poblados de cabañas como el asentamiento minero de S. Bartolomé de Almonte en Huelva.