Época: revolución teórica
Inicio: Año 400 A. C.
Fin: Año 375 D.C.

Antecedente:
La búsqueda del realismo

(C) Miguel Angel Elvira



Comentario

Y es que el arte de Zeuxis, Parrasio o Timantes, pese a su novedad de planteamientos y de teorías, y pese a estar preñado de frutos que granarán con el tiempo, se halla aún muy dentro del mundo clásico que combate. Puede enfrentarse a lo más débil de la tradición -sus caras inexpresivas, su artificial linealidad en pintura, su incapacidad de evocar fondos ambientales-, pero aún hay muchas ideas que nadie se plantea siquiera discutir. Basta volver a nuestro Pirítoo y a nuestras Jugadoras de tabas para ver que incluso las novedades son empleadas con parsimonia: el sombreado, la mayor adquisición, se reduce aún a zonas mínimas. Las carnaciones femeninas ni siquiera lo admiten todavía, al ser su piel, convencionalmente, blanca como el nácar, y casi no se conciben las sombras proyectadas por un objeto sobre el que está junto a él.
Además, los grandes principios del clasicismo, los más profundos y teorizados en generaciones anteriores, se mantienen incólumes: son las actitudes geométricas y armónicas, el trabado perfecto de los distintos elementos en un solo plano, incluso las proporciones anatómicas...

Puede, a primera vista, parecer una inconsecuencia, incluso una cobardía por parte de aprendices de brujo tan despreocupados como Zeuxis o Parrasio. Pero lo cierto es que su revolución nacía en un ambiente concreto, y sin modelos alternativos: lo que para nosotros son estrechos límites clásicos fáciles de traspasar, para ellos era lo único conocido; y pese a las discusiones teóricas, el principio de la belleza ideal estaba demasiado arraigado en el subconsciente colectivo de los griegos. Además, en cuadros de contenido mitológico -y casi todos lo eran- ¿qué sentido hubiera tenido el concepto de realismo?

Demos por tanto a la revolución cultural y artística de fines del siglo V a. C. su verdadera, su posible dimensión. Cuando comience el siglo IV, el clasicismo mantendrá formalmente su vigor; incluso se reforzará durante algún tiempo, dando lugar al llamado "Segundo Clasicismo" o "Clasicismo Tardío". Pero en él se desarrolla el virus infiltrado por la Guerra del Peloponeso y su crisis moral: ya no es un clasicismo semejante al del siglo de Pericles; los nuevos principios lo tiñen cada vez más, y lo arrastran, imperceptiblemente pero de forma inexorable, a su propia negación y a la revolución plástica