Comentario
En cuanto a los más jóvenes que trabajaron en Halicarnaso, puede decirse que eran los destinados a abrir las vías hacia el Helenismo. Leócares, retomado a la Grecia Propia, hubo de realizar múltiples estatuas de dioses -varios Apolos, el Zeus Polieo de Atenas, la imagen que después servirá en Roma como Júpiter Tonante-, obras caracterizadas en general por la amplitud de sus gestos, y sobre todo de sus brazos. Su ligero Ganimedes raptado por el águila, conocido acaso por una mediocre copia del Vaticano, da idea de un gusto por lo volátil, por lo ascensional, que recuerda el Póthos y otras obras de fines del período clásico.
Sin embargo, acaso su papel más importante en la historia del arte se hallase en otra faceta de su actividad, a la que tendremos ocasión de aludir en el próximo capítulo: como retratista de Filipo II, sus planteamientos tendrán un gran peso a la hora de crearse el arte oficial de la monarquía macedónica.
En cuanto a Briaxis, el más joven de los artistas que vivieron el irrepetible momento de Halicarnaso, su figura permanece en la penumbra. Y no porque le faltasen encargos hasta su muerte, pues de él se citan estatuas colosales en Rodas, un gran Apolo en Dafne (junto a Antioquía), un retrato de bronce de Seleuco Nicátor, rey de Siria, y otras obras más, que acreditan una actividad profusa. Lo que ocurre es que, por desgracia, ninguna copia ha podido ser identificada hasta hoy. Incluso su escultura más famosa, la imagen de culto que será adorada como Serapis en Alejandría, se halla sujeta a discusión: frente a la teoría tradicional, que quería reconstruirla a través de las múltiples representaciones romanas del dios, con bucles verticales cayendo sobre la frente, parece que debe adoptarse un criterio distinto: el Serapis romano no es el elaborado por Briaxis, pues éste se hallaba más cerca de los Asclepios u otros dioses barbados de su época: el llamado Asclepio de Alejandría es quizá el mejor candidato a la identificación, y nos daría una obra de estética grandiosa, pero suave a la vez, casi más cercana a Praxíteles que a Escopas. Y es que el inmenso taller del Mausoleo fue una escuela excepcional, pero cada uno de los que en ella aprendieron supo decidir después su camino.