Comentario
Junto a esta hornada de artistas reclutados en Epidauro y Atenas, los agentes de Mausolo cuidaron de llevar a Halicarnaso a otros dos maestros, arquitectos y escultores a la vez, más vinculados en principio al mundo jonio y oriental. Uno de ellos sería Sátiro de Paros, cuya trayectoria anterior al Mausoleo desconocemos, a no ser que sea el mismo Sátiro que trasladó en Egipto un obelisco Nilo abajo desde su cantera (Plinio, NH, XXXVI, 67, 68). El otro era Piteo, destinado a convertirse con el tiempo en un gran tratadista de la arquitectura, pero también desconocido hasta entonces.
Una vez reunidos todos en la capital de Caria, se plantearía la división de funciones. Los arquitectos serían Sátiro y Piteo, sin duda con la colaboración de Escopas, y la escultura se dividiría de la siguiente forma, según nos relata Plinio: "La parte que da a oriente la esculpió Escopas, la de septentrión Briaxis, Timoteo, la del mediodía, y la de poniente, Leócares... También tuvo acceso un quinto artista; pues por encima de la columnata se eleva una pirámide de la misma altura que la parte del edificio que está por debajo de ella, que va estrechándose hasta el vértice en 24 escalones. En su parte más elevada hay una cuadriga de mármol obra de Pitis" (y Piteo) (NH, XXXVI, 31; trad. de M.ª E. Torrego).
Dado el lastimoso estado en que ha sido descubierto el Mausoleo, sigue siendo un verdadero problema reconstruir idealmente su aspecto, aun exprimiendo hasta el máximo los datos arqueológicos y los que proporcionan las fuentes escritas. Estas últimas parecen bastante concretas, sobre todo por lo que se refiere a las medidas: "De sur a norte se extiende a lo largo de 63 pies (un pie mide unos 30 cm), más estrecho por el frente; su perímetro es de 440 pies. Tiene 25 codos de altura (el codo mide un pie y medio) y está ceñido por 36 columnas... Si se incluye la cuadriga, la altura total del edificio es de ciento cuarenta pies" (Plinio, NH, XXXVI, 30). Pero en realidad se plantean dudas insolubles, y hay que utilizar a título orientativo edificios semejantes, como el Monumento de las Nereidas.
Aunque muchos detalles se nos escapen, no cabe duda que el Mausoleo fue una obra esencial en la resurrección del orden jónico, comenzada precisamente por entonces. Coincide, en efecto, con el inicio de la reconstrucción del inmenso templo dedicado a Artemis en Efeso, quemado por un loco en el 356 a. C. Pero, mientras que en este último caso la obra se hizo siguiendo fielmente los planos del destruido santuario arcaico, y simplemente realzando su infraestructura, en el Mausoleo se plantearon con seguridad diversas novedades, por ejemplo en el diseño de los capiteles, y hubo que buscar soluciones originales para un tipo de edificio que, a esa escala, resultaba completamente nuevo.
Por lo que a la decoración escultórica se refiere, era muy profusa: aparte de la cuadriga que coronaba el conjunto (obra de Piteo, como hemos visto, y bastante seca por los restos que nos han llegado), había otras figuras exentas (unos leones que ocupaban probablemente los intercolumnios, unos grupos con tema cinegético y de sacrificio que estarían fuera del monumento propiamente dicho, varios retratos de cuerpo entero, de los que conocemos bien dos, los llamados convencionalmente Mausolo y Artemisia), y, finalmente, en torno al cuerpo del edificio se desarrollaban tres frisos: una Centauromaquia, una carrera de carros y -lo mejor conservado de todo- una Amazonomaquia.
No es momento aquí de adentramos en agudas y resbaladizas distinciones estilísticas para intentar adjudicar a cada uno de los escultores los diversos fragmentos llegados hasta nosotros y conservados, casi todos ellos, en el Museo Británico. Para dar idea de la complejidad de las disquisiciones a que la crítica ha llegado en este punto, bastará recordar la teoría de Buschor, según la cual el Mausoleo se abandonaría antes de acabarse, poco después del 350 a. C., y los escultores retornarían para terminarlo en 333 a. C., ya en un estadio más evolucionado de sus respectivos estilos.
Sin embargo, casi por encima de las diferencias, lo que más asombra es la relativa homogeneidad del conjunto, prueba, como en Epidauro, del intento unificador que se daba en las grandes obras colectivas. En estas ocasiones, solía tomar el mando del conjunto uno de los artistas (posiblemente Escopas en nuestro caso), se imponían normativas rígidas (por ejemplo, la sistemática organización del friso de la Amazonomaquia a base de diagonales y de posturas geométricas relativamente simples), y tendían a limarse las peculiaridades personales. Si a ello añadimos que, en el caso del Mausoleo, al menos dos de sus escultores se hallaban al principio de su carrera, con un estilo aún sin definir, y que Timoteo, como mostró en la Leda, no estaba cerrado a las novedades del siglo IV, haremos bien en ser humildes a la hora de planteamos atribuciones concretas.
El Mausoleo fue, para todos los que en él trabajaron, un verdadero trampolín hacia la fama. Sátiro y Piteo escribieron un libro sobre el monumento y, retomando de nuevo las palabras de Plinio, "la reina (Artemisia) murió antes de que estuviera acabado (se fecha su muerte en 350 a. C.), pero, a pesar de ello, la obra no se paró hasta que estuvo concluida, pues ya los propios artistas se dieron cuenta de que éste era un monumento a su propio arte y gloria" (NH, XXXVI, 31). Salvo el anciano Timoteo, todos los demás recibirían numerosos encargos tanto en Asia como en la Grecia Propia.