Comentario
Uno de estos artistas fue precisamente el distinguido por Alejandro para convertirse en su pintor favorito: se trataba de Apeles. Nacido en Colofón, recibió sus primeras lecciones de pintura en Jonia, pero luego siguió los cursos de la escuela de Sición, y de allí pasó, a causa de su indiscutible genio y de sus maneras afables, puestas de relieve en múltiples anécdotas, a ocuparse de la iconografía de Alejandro.
De sus retratos del monarca, se recuerdan al menos uno ecuestre, conservado en Efeso, que lo mostraría como general; otro en el que debía aparecer heroizado, junto a Cástor, Pólux y una Victoria; otro más de carácter alegórico, donde se veía "una figura de la Guerra con las manos atadas a la espalda junto a Alejandro montado sobre un carro triunfal" (Plinio, NH, XXXV, 93); y, finalmente, uno en el que Alejandro se presentaba ataviado como Zeus, en un manifiesto halago divinizador: "Pintó también, en el templo de Diana de Efeso, un Alejandro Magno portando el rayo, por el que cobró veinte talentos de oro. Los dedos parecen estar en relieve y el rayo salirse del cuadro" (Plinio, NH, XXXV, 92). Como se ve, casi no le quedó ningún matiz de la realeza por ensayar. ¡Lástima que, de todo ello, lo único que nos quede sea una posible copia pompeyana, y muy mediocre por cierto, del Alejandro con el rayo!.
Apeles, sin embargo, fue bastante más que un pintor cortesano. Los antiguos recuerdan, de entre sus obras, sobre todo dos: La Calumnia, pintura alegórica que realizó en su vejez, tan finamente descrita por Luciano (Calumnia, 2-5) que Botticelli pudo imaginarla de nuevo; y, sobre todo, su famosísima Afrodita Anadiomene, que presentaba a la diosa surgiendo de las aguas. A falta de copias dignas de esta obra, no nos resistimos a transcribir, en versión de nuestro llorado M. Fernández-Galiano, el epigrama que le dirigió, en el siglo III a. C., Leónidas de Tarento:
Mirad la que emerge del seno materno / chorreando espuma, la fecunda Cipris, /cómo le da Apeles su belleza amable / como quien no pinta, sino vida inspira. / ¡Qué bien sus cabellos las manos enjugan! / ¡Qué pasión serena brilla de esos ojos! / ¡Qué túrgido el pecho su sazón declara!/ La propia Atenea y la esposa de Zeus / dirán: "Derrotadas somos en el juicio".
Ciertamente, si además del propio cuerpo de la diosa, los brillos de los ojos y las transparencias de las aguas estaban convincentemente reflejados en este cuadro, se puede decir que la pintura griega estaba superando sus últimos problemas de orden técnico y expresivo.