Comentario
Los años 20 fueron años de resaca y recapitulación. Tras haber experimentado el mayor conflicto nunca antes visto, la Gran Guerra, que había desmantelado no sólo buena parte de las economías europeas sino diezmado sus poblaciones, la recuperación económica de la segunda década del siglo XX permitía augurar la llegada de "días de vibo y rosas". A ello contribuía la conciencia, o mejor, la ilusión, de que un conflicto tan devastador no podría volver a repetirse, y que la propia racionalidad occidental, plasmada en los acuerdos del final de la I Guerra Mundial, sería capaz de establecer los mecanismos necesarios para ello.
La sociedad, al menos parte de ella, comenzó a buscar fórmulas de escape y evasión, en la conciencia de que el hedonismo y la diversión podrían acompañar permanentemente sus vidas. Los progresos técnicos permitían vislumbrar un mundo dominado por el ocio y la carencia de problemas, al mismo tiempo que se era consciente de estar viviendo tiempos de apertura en muchos terrenos, sobre todo con respecto a una sociedad de finales del siglo XIX que se percibía como menos permisiva. Cine y deportes se convierten en espectáculos de masas, llenando los tiempos de las conversaciones y los intereses populares.
Al mismo tiempo, parece llegada una época en la que poco a poco irán, si no desapareciendo, si al menos las distancias sociales, políticas y económicas se irán aminorando. El sufragio universal, la participación de las masas en la política, el acceso más o menos generalizado a un empleo, etc. permiten alcanzar un estado de confianza y relativo bienestar.
No caminaban por el mismo sendero buena parte de los intelectuales, quienes pensaban que el recientemente terminado conflicto no era sino la muestra de la crisis de toda una civilización basada en los valores y la cultura occidental. El malestar por un mundo en crisis y cuya dirección se desconoce se apoder de la intelectualidad, en un proceso reforzado e incrementado cuando, en 1929, el crash económico desvele la realidad de un mundo donde la miseria nunca dejó de estar presente. La sombra de la guerra, además, permanece acechante.