Época: Final Distensión
Inicio: Año 1973
Fin: Año 2000

Antecedente:
La crisis del sistema soviético



Comentario

Los cambios más decisivos no sólo para Europa del Este sino para el conjunto del sistema soviético, e incluso para la evolución del mundo, se produjeron en Polonia. Allí se puso en marcha una evolución cuyo resultado final había de hacerse patente a finales de los ochenta.
En Polonia el incremento de precios llevado a cabo por Gomulka al final de 1970 tuvo como consecuencia manifestaciones en Gdansk que dieron como resultado entre setenta y cinco y ciento cincuenta muertos; así arruinó Gomulka el poco prestigio que le quedaba como "comunista nacional". Fue -merece la pena reseñarlo- la primera ocasión en que un gobernante del Este de Europa fue desplazado directamente como consecuencia de una protesta popular. Gierek, que le sustituyó, tenía un estilo más directo y negociador. No se tomaba como un ideólogo ni había tenido contactos con la URSS sino que su trayectoria era la de un joven y modesto emigrante a las minas belgas. Gierek dominó la política polaca durante una década con un estilo peculiar, que incluía las consultas a la clase obrera en las propias fábricas cuando había un conflicto y la aceptación de que se empezara a reconstruir el castillo de Varsovia, símbolo de la independencia polaca. Gierek, cuya gestión previa le había dotado de una sólida popularidad en Silesia, realizó una leve purga en el partido y prometió que los campesinos adquirirían la propiedad definitiva de la tierra que cultivaban. Además, estableció buenas relaciones con el Vaticano, con quien tuvo relaciones diplomáticas en 1974.

Por lo tanto, la gestión de Gierek pareció basarse en una especie de profundización en una vía nacional del comunismo. La primera parte estuvo principalmente dedicada a las reformas económicas y la segunda a sus consecuencias, que no fueron en absoluto positivas para la estabilidad del régimen. Gracias a concesiones a los campesinos y a los préstamos occidentales, entre 1971 y 1975 los salarios reales se incrementaron un 40% mientras el previsible problema a medio plazo no fue percibido por el momento. La deuda quintuplicó en 1970-1973 y en 1975 había llegado a 8.500 millones de dólares, en el ínterin la dependencia del mercado occidental llegó hasta la mitad del comercio exterior. Mientras tanto, prosiguió la construcción de grandes industrias de destino impredecible. Cuando vino la crisis pudo exportar menos carbón y las importaciones fueron más caras pero, además, el peso de la deuda se convirtió en literalmente insoportable.

Mientras tanto, la oposición crecía y la sociedad polaca se demostraba capaz de imponerse al Partido Comunista. La Iglesia y los intelectuales consiguieron suprimir de la Constitución de 1975 cláusulas sobre el papel dirigente del partido, reducido a la condición de tan sólo "vanguardia", y sobre la naturaleza de las relaciones entre Polonia y la URSS. En el verano de 1976 se reanudaron unas protestas sociales que Gierek tan sólo había logrado anestesiar y, como consecuencia, fueron saqueadas las oficinas del partido en Radom: murieron dos personas, 2.500 fueron detenidas y más de trescientas sentenciadas a diversas penas. La protesta tuvo un carácter nacional y tal intensidad que la propia policía debió actuar con prudencia. Como respuesta, Gierek trató de conseguir que la Iglesia y la intelectualidad disidente permanecieran como antagonistas y para ello se acercó a la primera, pero no consiguió nada. En septiembre de 1976 Jacek Kuron, perteneciente a la segunda, formó el KOR, Comité de Defensa Obrera, destinado a defender a los perseguidos por las protestas; fue la manifestación inicial del nacimiento de una sociedad civil. Por vez primera el partido parecía haber perdido por completo el apoyo del mundo intelectual y, al mismo tiempo, proporcionó a los medios obreros un asesoramiento inteligente y lleno de prudencia. Gierek, por otra parte, no podía recurrir a procedimientos represivos muy duros por temor a que los préstamos occidentales desaparecieran.

La disidencia católica, por su parte, nunca fue conducida al colaboracionismo. Wojtyla, el arzobispo de Cracovia, no atacó nunca directamente al marxismo pero sus manifestaciones iban más allá de él imprimiendo al movimiento de oposición de carácter religioso una altura ética que le podía hacer coincidir con ese mundo intelectual. Elegido Papa en otoño de 1978 en junio siguiente hizo una visita triunfal a Polonia. Durante nueve días dio la sensación de que el Estado no existía y Polonia no era una nación comunista; en ocasiones, las autoridades estuvieron a punto de suspender las retransmisiones televisivas del acontecimiento. La visita papal produjo en los polacos una mezcla de sentimientos acerca de su conciencia nacional, de la capacidad de la sociedad para enfrentarse al Estado y de orgullosa unidad, que jugó un papel decisivo en la transición posterior hacia la democracia.

Al mismo tiempo, proseguían las dificultades económicas. En julio de 1980 se estableció un nuevo sistema para determinar el precio de la carne y éste fue el motivo de nuevas protestas. Los obreros de los puertos bálticos tenían una larga tradición protestataria y en esta ocasión fueron aconsejados por los intelectuales. En el KOR, que actuaba de forma pública y sin ninguna pretensión más allá de hacer llamamientos éticos, había antiguos resistentes contra los nazis, excomunistas y jóvenes líderes estudiantiles, como el periodista Adam Michnik. La idea fundamental que lo presidió fue organizar a la sociedad para la resistencia ante el poder político: a fin de cuentas el filósofo Kolakowski había asegurado que cualquier emancipación humana sólo podía ser lograda por la identificación entre la sociedad civil y las instituciones políticas. El KOR siempre repudió las manifestaciones violentas como inútiles y contraproducentes pero, al mismo tiempo, montó una amplia red de publicaciones y se convirtió en la voz de una sociedad que ya no estaba dispuesta a permanecer callada ante ningún problema. Entre las veintiuna peticiones de los protestatarios obreros figuró la formación de sindicatos libres pero también la retransmisión de la misa, la reforma de la censura y la erección de un monumento en recuerdo de los muertos de 1970.

De esta manera se llegó en 1980 a la fundación de "Solidaridad". Fue una realidad diferente de cualquier cosa que se hubiera podido ver en Europa del Este previamente: era la primera revolución obrera genuina desde la Commune de 1871. Los valores éticos y nacionales estaban en ella estrechamente entremezclados con sus principios. Muy pronto se convirtió en un acontecimiento para los medios de comunicación occidentales y su fuerza misma impidió que las presiones soviéticas en relación con la tolerancia de las autoridades pudieran plasmar en su prohibición o una dura represión.

Kania, el sucesor de Gierek en la dirección del Partido Comunista, intentó llegar a un nuevo pacto social. Nuevas protestas sociales se produjeron hasta el momento en que "Solidaridad", en noviembre de 1980, fue legalizada admitiendo, en un apéndice de los estatutos, no ser un partido político y no contestar ni la hegemonía de los comunistas ni las alianzas exteriores de Polonia. De esta manera la de "Solidaridad" fue una revolución que supo autolimitarse. Ese fin de año, sin embargo, hubo movimientos de tropas en la frontera con la URSS. Los dirigentes soviéticos pensaron, a lo largo de todo este año y del siguiente, en repetidas ocasiones que deberían intervenir; tan sólo les detuvo la conciencia de la mucha sangre que deberían derramar. Después de su legalización, "Solidaridad" consiguió, además, un mejor acceso a los medios y vacaciones los sábados. En marzo de 1981, tras una amenaza de huelga, logró el reconocimiento de la "Solidaridad" rural.

A lo largo de 1981 "Solidaridad", sin embargo, fue mostrando posiciones más radicales mientras que en la dirección del Estado el general Jaruzelski iba adquiriendo cada vez mayor importancia. Fue un caso peculiar porque, aunque comunista, toda su familia había sido deportada a Siberia; además, en un momento de crisis nacional el Ejército pudo identificarse con el ser nacional. En estos momentos sólo el 7% de los polacos tenía confianza en el partido pero el 68% lo tenía en el Ejército mientras que la Iglesia y "Solidaridad" superaban el 90%. La dirección del partido era consciente de que éste perdía afiliados a miles y de que la sociedad se había alejado ya de él de forma irreversible. Eso produjo la eclosión de un cierto reformismo: en el verano de 1981, por primera vez en el Congreso del Partido Comunista hubo pluralidad de candidaturas y voto secreto. Pero mucho más decisivo fue el Congreso de "Solidaridad" en septiembre, calificado como "orgía antisocialista y antisoviética" en la prensa de la URSS.

Tras haber utilizado por primera vez métodos policiacos para combatir la huelga, Jaruzelski en la noche del 13 de diciembre impuso el estado de sitio aludiendo a que lo había hecho para evitar un mal mayor (evidentemente la invasión soviética). En enero de 1982 "Solidaridad" fue ilegalizada. Los acontecimientos habían demostrado, sin embargo, que los obreros, que hubieran debido protagonizar la revolución comunista, abominaban de ella y que la situación, como en 1968 en Checoslovaquia, sólo podía sostenerse con el apoyo de la fuerza militar. Ni siquiera ésta bastaba para volver al punto de partida. "Solidaridad" perduró en la clandestinidad, aunque ya había experimentado alguna discordia interna. En 1984 hubo una amnistía parcial, al mismo tiempo que el Gobierno pretendía mostrar una apariencia todavía reformista.

La Europa del Este soportó muy mal la tormenta democrática de la "Solidaridad" polaca. Los regímenes sovietizados fueron conscientes de su deterioro económico y tecnológico, al mismo tiempo que la gerontocracia soviética careció de iniciativas políticas y de capacidad económica para reconducir la situación. La nueva actitud de Occidente, más decidido a mantener una posición dura con respeto a la URSS, acabó de complicar la situación.

En la propia Polonia Jaruzelski pretendió aflojar las riendas del estado de sitio pero el asesinato de un sacerdote, Popieluszko, por la policía en octubre de 1984 empeoró la situación. En febrero de 1986 el líder de "Solidaridad", Walesa, un personaje imaginativo pero impredecible, fue detenido, pero eso mismo era ya la mejor prueba de que "Solidaridad" seguía desempeñando un papel muy importante en la vida polaca. En Hungría surgieron también protestas públicas, en este caso por motivos ecológicos, derivados de la construcción de una gran presa. El comunismo húngaro iba evolucionando hacia una fórmula constitucionalista con la creación de un Consejo como órgano dedicado a estas cuestiones y la aprobación de una ley electoral que hubiera permitido la presencia en la campaña electoral de candidatos independientes. En Alemania se trató de dar un nuevo contenido al Estado por el procedimiento de tratar de crear un sentimiento nacional, pero a mediados de la década de los ochenta el crédito de Honecker estaba ya agotado. En Bulgaria los intentos de Zhivkov de proseguir una transformación económica fracasaron por problemas de calidad en la producción y surgió un nuevo problema con el intento fallido de asimilar por completo a la población turca. En Checoslovaquia, como también en otras partes, la protesta política o la simple demanda de libertades nacida de medios religiosos jugó un papel creciente. En Rumania el carácter represivo del régimen fue cada vez más patente: hasta las máquinas de escribir estaban controladas y el nivel de vida se deterioró hasta límites impensables. En Yugoslavia pronto hubo problemas después de la muerte de Tito. En 1985 su yate y la isla que utilizaba como jardín particular fueron nacionalizados, el primero vendido y la segunda convertida en parque. Desde 1981 hubo protestas en Kosovo mientras que, en 1985, la intelectualidad serbia trataba de presentar la situación de los serbios en Croacia como el producto de un genocidio al que no había prestado atención Tito. En Albania los problemas parecieron derivar de la división interna dentro del régimen. Shehu, un colaborador de Hoxha, se suicidó o fue asesinado testimoniando estas dificultades.

La totalidad de Europa del Este pasaba, por tanto, una profunda crisis a mediados de los ochenta. La punta de lanza de la posible transformación era la efervescente Polonia pero tan sólo un profundo cambio en la URSS podía hacer posible que se llegara a dar una solución a los cada vez más consistentes deseos de transformación en su glacis defensivo.