Época: FormaciónArteEtrusco
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
La formación del arte etrusco

(C) Miguel Angel Elvira y Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

Lo más peculiar de este naciente arte etrusco es el desorden estético que se aprecia en sus múltiples realizaciones. La tradición villanoviana, pese a su pobreza, permanece asentada en muchas mentalidades y usos; además, la llegada de lo griego afecta mucho a la Etruria costera, pero, a corto plazo, pasa casi inadvertida en las regiones del interior. Lo helénico y lo oriental, por su parte, son manifestaciones muy evolucionadas. Para ser bien comprendidas exigen en los ambientes etruscos más ricos e interesados por ellas, la recepción de elementos culturales más profundos, de tipo mítico en particular. Lo que traen los comerciantes es demasiado sugestivo para oponer un rechazo: es preferible intentar comprenderlo en su totalidad o, si esto no es posible, reinterpretarlo a la luz de las propias ideas y creencias. Valen, por tanto, soluciones muy variadas, según la geografía, el nivel social e incluso actitudes personales.
En consecuencia, el arte etrusco nace dividiéndose en varias direcciones. Por una parte, contemplamos cómo pervive el mundo villanoviano, pero no decaído ni repetitivo, sino en plena creación: si antes las urnas se decoraban sólo mediante esgrafiado, relleno con pasta blanca para realzar las decoraciones geométricas, ahora se gana en variedad: con el tiempo llegará a inventarse incluso el sello o impronta en relieve, que permite yuxtaponer motivos idénticos por toda la panza del vaso.

Frente a esta producción, nos encontramos las cerámicas a torno, en estilo geométrico final; tan puramente griegas son a veces sus decoraciones pictóricas, que hasta se duda si sus autores se formaron en Grecia o ya en la propia Toscana.

Pero, sin duda, lo más brillante y creativo de este arte etrusco inicial lo hallamos en ciertas obras que saben conjuntar la tradición técnica local (impasto, bronce) con las sugerencias del arte helénico. Podrían citarse varias piezas de interés, todas ellas caracterizadas por su ingenuo descubrimiento de la figuración, pero, a título de ejemplo, vamos a referirnos sólo a dos.

Es la primera una vasija con pitorro, o askós, sin duda destinada a libaciones fúnebres, que se halla en el museo de Bolonia; el cuerpo ha tomado la curiosa forma de una ave, pero con cuatro patas y cabeza de toro. En cuanto al asa, se ha convertido en un jinete a caballo. Hombre, cabalgadura y ave-toro son trasuntos de la plástica griega del momento -recuérdense los caballitos consagrados como exvotos en Olimpia-, pero el conjunto cobra un sentido particular: nos muestra el emerger de una nueva clase social rica, caracterizada por la posesión de ganado equino y vacuno como signo de poder. Nuestro anónimo artesano, además, ha sabido superponer las figurillas con tal sencillez y fantasía que, para un espectador inadvertido, su obra podría sugerir una tradición folklórica de raíces remotas.

El otro objeto que deseamos recordar es también una obra de la región interna de Etruria, donde las novedades griegas llegaban en escaso número, y no tomaban nunca un aire impositivo. Se trata de la urna cineraria de Bisenzio, hallada junto al lago de Bolsena. Signo de una sociedad que se enriquece, el bronce ha sustituido al impasto en la realización de la pieza; mas lo principal es la decoración de la parte superior: en torno a un gran animal encadenado (probablemente un oso que se yergue) danzan una serie de hombres desnudos, y, en otro aro exterior, sobre el hombro de la vasija, se suceden unos guerreros en actitud ofensiva conduciendo un prisionero; junto a ellos camina un campesino con su buey. En este caso, la impronta griega se reduce a la simple idea de concebir una plástica figurativa, pues el tratamiento es simple y popular, podríamos decir que casi carente de estilo. Lo esencial, sin embargo, es que esa turba de personajillos parece querernos describir una escena concreta, y una escena que no tiene precedentes claros fuera de Etruria; probablemente se trate ya de los ritos fúnebres locales, tal como los conoceremos después, con sus danzas, sacrificios de animales, luchas entre hombres y fieras, y acaso primitivos sacrificios humanos; de cualquier forma, el artista etrusco empieza a poner en práctica sus facultades narrativas.