Comentario
En la Roma de Augusto estalló una polémica entre defensores y detractores del ius imaginum en su forma tradicional. M. Valerio Mesala Corvino, que como otros miembros de su familia militaba en las filas de los primeros, protestó airadamente cuando unos Valerios inferiores trataron de encaramarse a su árbol genealógico. Plebs non habet gentes clamaban estos defensores de los usos antiguos. De un Mesala es probablemente la formulación de esta queja: Aliter apud maiores in atriis haec erant, quae spectarentur; non signa extemorum artificum nec aera aut marmora: expressi cera vultus singulis deponebantur armariis (Otras cosas eran las que se veían en los atrios de nuestros mayores; no estatuas de artistas extranjeros, ni bronces, ni mármoles; rostros modelados en cera era lo que se colocaba en sus correspondientes armarios).
Y en efecto, en un nicho de una mansión de Pompeya, tan lujosa como la Casa del Menandro, se han recuperado, por el procedimiento de rellenar de yeso los huecos existentes en la masa de ceniza volcánica, los vaciados de unas cabezas humanas de una tosquedad inconcebible si no estaban conservadas como reliquias desde tiempo inmemorial.
Las primeras máscaras debieron de ser como las más antiguas que se conocen en Italia, los cánopos de Chiusi y el rostro del Guerrero de Capestrano, que no en vano se interpreta como efigie de un difunto. En todas ellas está ausente la pretensión de reproducir el semblante de una persona concreta. Pronto, sin embargo, se debió de sentir la conveniencia de señalar tanto la forma general del semblante -redondo, alargado- como sus rasgos más sobresalientes. El material empleado habitualmente era la arcilla -pintada, en Chiusi, desde fecha muy temprana- y en algunos casos el bronce. No hay indicios, en cambio, de mascarillas de oro como las de Oriente. Los siglos V y IV no fueron propicios, ni en Grecia ni en Italia, para el retrato personal. A lo más que se llega es a piezas como la cabeza de bronce de un adolescente etrusco del Museo de Florencia, una obra maestra del retrato itálico en la que el núcleo estereométrico de la cabeza sirve de asiento a los rasgos que se consideran definitorios, sin llegar a constituir un conjunto orgánico.
A finales del siglo IV se produce en Grecia una innovación trascendental que Plinio expone en estos términos: Hominis autem imaginem gypso e facie ipsa primus omnium expressit ceraque in eam formam gypsi infusa emendare instituit Lysistratus Sicyonius, frater Lysippi (Lisístrato de Sicione, hermano de Lisipo, fue el primero que para hacer el retrato de un hombre lo sacó en yeso, de su rostro mismo, e hizo una impronta de cera del molde para retocarlo a la perfección). Cuando los romanos conquistan Tarento en el 272, sus artistas tienen ya ocasión de examinar de cerca retratos del tipo del de Aristóteles de Lisipo, el Demóstenes de Polyeuktes y otros que inauguran el retrato helenístico. La respuesta romana la da la obra maestra del retrato itálico, el llamado Bruto del Palacio de los Conservadores, que sin dejar de ser itálico, no se explica sin modelos griegos como los acabados de citar. A su misma escuela, pero de fecha algo posterior, pertenece la cabeza de un hombre rasurado, de cabello algo revuelto y ejecución similar, procedente de Bovianum Vetus, conservada en la Biblioteca Nacional de París, y otra de Fiésole, en el Louvre, todas ellas parte de estatuas honoríficas de bronce.
En los retratos de personajes históricos reproducidos en monedas de época dé César, como ilustres antepasados de los jóvenes responsables de las acuñaciones, se observa una curiosa variedad de estilos. Los personajes pertenecientes al siglo I, como Sila o Aulo Postumio Albino, se amoldan a los estilos bien acreditados por los retratos escultóricos existentes. Son retratos republicanos típicos. Pero si uno se remonta más allá de la frontera del año 100 a. C., se ve cómo los monetarios recurren a dos tipos artificiosos: para los reyes y altos magistrados, cabeza idealizada con barba inspirada en el arte griego del siglo IV, o bien cabeza del tipo príncipe helenístico (si no se dispone de un retrato auténtico de ese estilo como era el caso de Flaminino, Escipión el Africano y algún otro). Estos últimos retratos, que sin duda existieron, pertenecen más al arte griego que al romano. Por eso nunca se llegará a probar a gusto de todos si el Déspota helenístico del Museo de las Termas representa a un griego o a un romano.