Comentario
Los abundantes sellos latericios de todas sus partes garantizan que su construcción no comienza antes del reinado de Caracalla como único augusto (212-218) ni acaba sino al término de los dos últimos miembros de la dinastía: Heliogábalo (218-222) y Alejandro Severo (222-235). Todavía éstos tuvieron poder y recursos para dejar memoria de sí en los monumentos de Roma, y a ellos se debe el períbolo del gran recinto deportivo y recreativo que rodea al inmenso balneario central.
La planta de éste, de 220 metros de ancho por 114 de fondo (140 si se le suma la parte saliente de la rotonda del caldarium), se atiene al esquema consagrado por Apolodoro de Damasco para las Termas de Trajano, modelo de las posteriores imperiales, pero eleva sus proporciones, sobre todo en altura, hasta extremos desconocidos hasta entonces y no superados hasta finales de aquel siglo por las Termas de Diocleciano.
El edificio central se encontraba en el sector norte de un parque cuadrado, delimitado por el muro del períbolo, cuyos lados pasaban de los 300 metros. En el tramo del nordeste se encontraba la entrada principal; en el opuesto, el del suroeste, detrás de los jardines, un graderío de extremos semicirculares y un saliente ocupado por los depósitos del agua de una cisterna abovedada, por una prolongación del Aqua Marcia, denominada Aqua Antoniniana. En los otros dos lados se abrían exedras que contenían las bibliotecas y dos salas anejas, una absidada y otra cuadrada por el exterior y octogonal por dentro. Esta última goza de merecido renombre por ofrecer el ejemplo más antiguo en Roma de una cúpula de pechinas, imperfectas por no ser casquetes esféricos, ya que tienen una arista vertical en el centro, pero de todos modos un paso hacia la solución que no culminará hasta la cúpula de Santa Sofía.
El plano distribuye los patios interiores y las salas del edificio central en dos mitades, perfectamente simétricas, a los lados de un eje que divide en dos las estancias centrales, natatio, frigidarium, tepidarium y la rotonda, cubierta de cúpula hemisférica, del caldarium. El sistema de calefacción por hipocausto hacia llegar el calor deseado a las salas termales, incluidas las del baño turco (laconicum), accesibles por estrechos portillos. El sector de los baños calientes y de sudor se encontraba, como es lógico, en el lado sur, por donde sobresalía el muro cilíndrico del caldarium y al que daban sus grandes ventanales.
Los otros dos tercios del edificio se repartían entre vestíbulos, patios de comunicación, palestras, y la gran piscina contigua al muro del norte y embellecida por las hornacinas y estatuas del gran escenario columnado de que hemos hablado. A continuación se encontraba la más suntuosa y probablemente la más alta de todas las salas: el frigidarium, una verdadera basílica, cubierta por tres tramos de bóveda de crucería, apoyada no sólo en los machones de los muros laterales de hormigón, sino en seis arcos de medio punto paralelos a aquéllos y apoyados en columnas gigantescas, coronadas por ménsulas, una maravilla técnica imprescindible ya en edificios de porte colosal que aspiraran a rivalizar con las Termas de Caracalla: las de Diocleciano y la Basílica de Majencio.
Los vestíbulos de los dos extremos del frigidarium lo ponían en comunicación con los hemiciclos de las palestras laterales. De estos vestíbulos proceden los célebres mosaicos polícromos de los púgiles del Vaticano; el centro de cada uno de los vestíbulos, por su parte, estaba ocupado por una de las gigantescas bañeras que desde hace siglos sirven de tazas a las fuentes de la Plaza Farnesio. Gala de estos salones fueron también en su día el Toro, la Flora y el Hércules Farnesio, los tres hoy en el Museo de Nápoles.