Época: ibérico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Arquitectura y urbanismo

(C) Lorenzo Abad y Manuel Bendala



Comentario

Los planos de ciudades y poblados ibéricos que conocemos, siquiera sea parcialmente, son muy pocos, y casi siempre corresponden a establecimientos pequeños, que por lo mismo han sido fáciles de excavar, o a áreas muy concretas y limitadas de otros mayores. No puede hablarse de unas características propiamente ibéricas, ya que éstas varían en función del lugar y de la época. Hasta hace poco, se consideraba como más propio de la cultura ibérica el tipo de poblado de altura, ubicado por regla general sobre una colina, a ser posible en una meseta superior, aunque cuando no existe dicha plataforma, o ésta es muy pequeña, los edificios se organizan a lo largo de la ladera.
Ejemplo del primer tipo lo constituyen los poblados de La Bastida de les Alcuses (Mogente, Valencia) y Covalta (Alicante); el primero se encuentra ubicado en lo alto de una montaña, y en él se excavó en la década de 1920 un conjunto de 250 habitaciones rectangulares, agrupadas de manera irregular en casas y manzanas de casas, sin que pueda rastrearse una disposición urbanística coherente; existen dos calles más o menos paralelas, muy irregulares, orientadas en sentido este-oeste, a la que se abren espacios también irregulares, aunque predominantemente de forma rectangular; a estas dos calles principales vienes a incidir de forma perpendicular otras secundarias, que separan las posibles manzanas entre sí. El de Covalta es bastante similar, aunque más pequeño.

Un urbanismo más avanzado muestran en cambio otros poblados, como los de La Serreta de Alcoy o el Tossal de la Cala de Benidorm, que pueden designarse como geomórficos, ya que se adaptan a la topografía del terreno. Las calles, paralelas en cuanto es posible, y tendentes a la línea recta, se abren en la parte más elevada del poblado y en las laderas, principalmente en la solana, y se comunican entre sí por estrechos callejones perpendiculares que, cuando es necesario, son escalonados. La estructura del terreno hace que, en ocasiones las casas se encuentren parcialmente talladas en la roca o construidas sobre terrazas artificiales, y no es raro que, habiendo desaparecido todos los elementos construidos, lo único que se conserve sea precisamente el recorte en la roca; siempre que es posible, se abren a las calles principales, aunque en ocasiones pueden hacerlo a las secundarias.

Sin embargo, no todos los poblados ibéricos son de estos tipos. Los construidos en terreno llano suelen mostrar un desarrollo urbano más complejo, tanto por la facilidad de su planeamiento y construcción como por las influencias exteriores, que desde muy pronto contribuyeron al desarrollo de una estructura urbana más compleja. Así, la Isleta de Campello, en la costa alicantina, es un pequeño yacimiento ubicado en una pequeña meseta, con calles que se cruzan en ángulo aproximadamente recto y que conforman manzanas rectangulares o paralepipédicas, algunas de las cuales están destinadas a albergar edificios de culto o públicos, en una disposición urbanística que recuerda a la tradicionalmente definida como hipodámica y que con más propiedad podríamos definir como ortogonal.

Un poblado de disposición ortogonal similar a la del de la Isleta de Campello y a otros más, pero que tiene el interés añadido de una mayor antigüedad es el de El Oral (San Fulgencio, Alicante). Su sistema urbanístico es bastante desarrollado y se articula a partir de una serie de calles que se cruzan en ángulo aproximadamente recto, delimitando varias manzanas de casas, formadas por un número variable de habitaciones de planta rectangular por regla general, aunque también puede ser trapecial. Se ha documentado la existencia de una calle paralela a la línea de muralla, que constituye el límite exterior de una serie de dependencias ubicadas entre ella y la propia muralla, que les sirve al mismo tiempo de pared trasera. La manzana de casas mejor conservada se estructura a partir de un espacio abierto central, de posible uso comunal, al que dan las paredes traseras de las casas, cuyas fachadas principales se abren a las calles exteriores; este espacio abierto tuvo acceso desde las calles, y también desde algunas de las casas colindantes, que, con el paso del tiempo, llegan a ocupar parte del espacio comunal.

Aunque estos son los tipos de poblados más característicos, existen otros que constituyen variantes regionales o adaptaciones específicas para una ubicación o una actividad determinadas. Es lo que ocurre, por ejemplo, con los pobladores denominados de calle central del valle del Ebro, cuyas casas se abren a una única calle que constituye el eje del poblado, que en ocasiones alberga una gran balsa para recoger el agua, y cuyas paredes traseras, convenientemente reforzadas, constituyen también la muralla exterior. Ejemplo característico es el del Taratrato, en Teruel. Muy abundantes son también los pequeños establecimientos situados en lugares elevados, posiblemente como atalayas o torres-vigías sobre los cruces de caminos y las rutas de comunicación más importantes.