Época: ibérico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Arquitectura y urbanismo

(C) Lorenzo Abad y Manuel Bendala



Comentario

Las murallas resultan casi consustanciales a los establecimientos ibéricos, tanto si se encuentran en el llano como, lo que es más frecuente, en lugares altos o elevados, aunque en este caso, cuando el acceso por alguno de sus lados resulta casi impracticable, la muralla no lo rodea en su totalidad, sino sólo por donde resulta más accesible. La técnica de construcción de estas murallas varía considerablemente, pero siempre dentro de unos parámetros más o menos uniformes.
Los muros más frecuentes son los de mampostería, construidos con piedras o sillares más o menos regulares, que conforman dos paramentos, uno exterior, formado por piedras de mayores dimensiones, puesto que es el que debe soportar el ataque directo de los enemigos, y otro interior, construido por lo general con piedras más pequeñas, aunque en ocasiones pueden tener las mismas dimensiones que las del exterior, con el espacio intermedio, de anchura variable, relleno de tierra y piedra. Cuando las piedras que conforman ambos paramentos no son muy regulares, se suelen incluir entre ellas otras más pequeñas, a manera de cuñas, que las calzan y dan mayor solidez a todo el conjunto. Recientemente se ha podido documentar que murallas de este tipo de datación antigua (Tejada la Vieja, Puente de Tablas), construidas con pequeños mampuestos, estaban revestidas con un grueso enlucido de arcilla pintado de rojo.

Pero estos paramentos pueden ser también, no obstante, de otros tipos; los principales son dos: los ciclópeos y los poligonales. Los primeros están compuestos por grandes piedras sin trabajar, o tan sólo ligeramente desbastadas, que en ocasiones pueden ser de enormes dimensiones. Su aspecto rústico y primitivo, y el hecho de que en algunas ciudades del Mediterráneo oriental se conociera esta técnica desde muy antiguo, hizo pensar a no pocos estudiosos que se trataba de un sistema de construcción primitivo y que, por tanto, debía corresponder a una etapa muy antigua, hasta tal punto que el término ciclópeo implicaba de forma inmediata un carácter de arcaísmo y primitividad.

El ejemplo más característico de este tipo de construcción es la muralla de Tarragona, de sillares sobre un zócalo ciclópeo; se discutió mucho acerca de la contemporaneidad o no de ambas partes de la muralla y de su carácter ibérico, púnico o romano. Tras los trabajos de Serra Vilaró y Hauschild quedó claro que se trataba de una sola construcción, quizá con un corto intervalo de tiempo entre ambas, datada ya en época romana republicana. Algo parecido ocurre con la otra muralla ciclópea más famosa de las conocidas en la España antigua: la de Ampurias, por cuya puerta han cruzado miles de visitantes durante muchos años; los recientes trabajos de excavación de Enrique Sanmartí han definido la pertenencia de este conjunto de estructuras al siglo II a. C., esto es, a una fecha más o menos contemporánea a la de la muralla de Tarragona.

No quiere decir ello, sin embargo, que todas las murallas ciclópeas de todos los poblados ibéricos puedan ser datadas en época romana; son muchos los yacimientos antiguos que presentan murallas de este tipo, bajo una u otra versión, y lo único que se viene a demostrar con ello es que se trata de un sistema defensivo muy extendido por el Mediterráneo a lo largo de un período de tiempo que abarca muchos siglos, y que no resulta correcta su identificación, sin más, con momentos antiguos.

El otro sistema defensivo, el de los muros poligonales, es asimismo de amplia cronología, y también de amplia difusión en todo el Mediterráneo. La característica principal es que los sillares presentan entrantes y salientes que los hacen trabar fuertemente entre sí, de manera que cada sillar resulta adecuado exclusivamente para el lugar que ocupa y para su relación con los adyacentes, todo lo cual debía contribuir considerablemente a reforzar la solidez de la muralla. Tenemos ejemplos de este tipo de construcción en la muralla de San Antonio de Calaceite y también en los muros de Sagunto y Olérdola. La muralla de Sagunto fue considerada por García y Bellido como de época romana, perteneciente tal vez al podium del templo de Artemis del que hablan las fuentes clásicas, aunque estudios posteriores parecen relacionarla más bien con parte de una muralla defensiva. Este tipo de construcción fue muy utilizado en la Antigüedad, tanto para muros defensivos como de aterrazamiento y contención, ya que lo sólido de su trabazón le permitía soportar fuertes cargas y empujes.

El aspecto de estas murallas ibéricas, que debían constituir uno de los puntos de referencia principales de las ciudades, sobre todo desde el exterior, debía variar mucho de unos a otros. Frente a la solidez y el primitivismo de los muros ciclópeos, se alzaba el perfeccionismo detallista de los poligonales, y la monótona repetición de los paramentos de mampuestos más o menos regulares.

Sin embargo, lo que conservamos de estas murallas es en realidad casi siempre la parte inferior, ya que la superior, salvo en el caso de Tarragona y en alguno otro excepcional, ha desaparecido; no sabemos si toda la muralla presentaría la misma técnica constructiva, o si, como ocurre en Tarragona, existía un segundo cuerpo también de piedra, realizado con una técnica diferente, o si éste era de adobe, y ni siquiera si la muralla presentaba al exterior una cara de piedra vista o se encontraba revestida de una capa más o menos gruesa de arcilla.

Todos estos aspectos pueden ser estudiados, con más o menos detenimiento, a la luz de las excavaciones e investigaciones recientes. Así, en el poblado de El Oral (San Fulgencio, Alicante), que tenemos en curso de estudio, hemos podido excavar parte de la muralla, muy perdida, pero que conserva restos suficientes para permitimos asegurar que se trataba de una muralla compuesta por dos paramentos de piedra, uno exterior, formado por piedras de mayores dimensiones, en algunos casos casi ciclópeas, y otro interior, hecho con sillarejos irregulares más pequeños; entre ambos, un relleno de tierra y piedra. La parte superior, no conservada, era de adobe, a juzgar por la gran acumulación de adobes caídos en la línea de la muralla y en sus inmediaciones, que formaban una elevación que ha preservado otras estructuras del poblado. En el sector septentrional, las piedras de la muralla han desaparecido, como consecuencia de un saqueo antiguo, realizado cuando se había acumulado ya contra la muralla un grueso depósito de tierra; al retirar las piedras, se realizó una zanja en la zona de la muralla, pero no se tocó el interior ni el exterior de la misma, por lo que quedaron adheridos a la tierra grandes lienzos del revestimiento original, de arcilla encalada, que en algunos lugares llega a alcanzar los 10 cm de grosor.

Las murallas ibéricas suelen adaptarse a las curvas de nivel del terreno en el que se asientan, aunque cuando es necesario pueden llegar a salvar grandes desniveles; en algunos casos (Ullastret, Sagunto) se documenta un trazado en cremallera, esto es, a base de trozos de lienzo retranqueados que permiten hostigar al enemigo no sólo de frente, sino también por uno de sus flancos, lo que facilita la defensa de la ciudad. Cuando se trata de poblados de altura, la muralla suele cerrar la pequeña meseta superior, incluyendo en algunos casos áreas no edificadas que debieron servir de encerradero de ganado.

Por regla general, todas las murallas ibéricas se refuerzan con torreones, cuyos tipos, así como su ubicación en la línea de muralla, resulta muy variado; la muralla del poblado de El Oral, antes citado, se refuerza con dos torreones macizos, dispuestos en los ángulos de la muralla, precisamente donde la ciudad era más fácilmente accesible, pero otros establecimientos presentan un solo torreón, al amparo del cual se abre la puerta, o una serie de torreones dispuestos de forma más o menos regular a lo largo de todo el recinto. La mayor parte de estos torreones son de planta rectangular o cuadrada, y casi siempre macizos, al menos en la parte inferior, que es la conservada, aunque en el caso de los de Tarragona, que, como ya hemos dicho, corresponden a época romana, los más antiguos tuvieron una cámara interior accesible desde el camino de ronda de la muralla. En algunos casos la planta se complica, convirtiéndose en poligonal, como en el Castellet de Banyoles (Tarragona), de planta cuadrada, con un refuerzo triangular hacia el exterior, o en circular, como los de Ullasttret, ciudad indiketa muy relacionada con la colonia griega de Ampurias, a cuya influencia debe, muy posiblemente, algunos de los rasgos de su muralla, entre ellos su trazado en cremallera; sabemos por los tratadistas griegos que las torres redondeadas resultaban las más adecuadas para resistir el ataque de los enemigos, pues por una parte eran más resistentes a los embates de los arietes y, por otra, permitían una mejor visibilidad del entorno y, por ende, de los atacantes, lo cual, si se combina con el trazado en cremallera, redunda en una considerable mejora de las posibilidades de defensa de la ciudad.

Si la muralla es especialmente importante para la configuración de la imagen de la ciudad ibérica desde el exterior, no ocurre lo mismo desde el interior, ya que aquí con frecuencia queda total o parcialmente oculta por una serie de casas que se le adosan, y que al tiempo que utilizan su cara interior como pared posterior le sirven de refuerzo y, posiblemente, también como parte del camino de ronda. Por tanto, desde el interior de la ciudad, en muchos casos lo único que se vería sería la parte superior de la muralla, de piedra o de adobe, tal vez revestida de arcilla y encalada, pero dado lo estrecho de las calles, difícilmente podría obtenerse una panorámica amplia de la muralla recortándose ante el cielo.

El aspecto interior de la ciudad vendría dado, por tanto, por la distribución y ordenación de sus espacios abiertos y cerrados: calles, plazas, casas, edificios públicos, talleres artesanales e industriales, etc., y variaría considerablemente de unas ciudades a otras.