Época: ibérico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Arquitectura y urbanismo

(C) Lorenzo Abad y Manuel Bendala



Comentario

Las tumbas monumentales ibéricas pueden clasificarse en tumbas de cámara, excavadas en el subsuelo o construidas sobre él -por lo general cubiertas por un túmulo- y tumbas monumentales propiamente dichas, que pueden tener una parte subterránea, pero que en cualquier caso presentan una superestructura elevada sobre el nivel del suelo.
Las tumbas de cámara son características del mundo ibérico meridional, y se han descubierto sobre todo en la Alta Andalucía. Las más célebres son las de Galera, en la provincia de Granada, descubiertas de forma casual a principios del siglo XX, al parecer en magnífico estado de conservación, incluso con pinturas murales, que fueron violentamente destruidas por los buscadores de tesoros antes de la llegada de los arqueólogos. Casi todas eran de planta rectangular, aunque existía también alguna circular, y las urnas cinerarias, o bien estaban sobre el suelo o sobre poyetes de no mucha altura, o bien se encontraban depositadas en una cavidad abierta en el suelo y cubierta con losas planas. La tumba más importante estaba construida sobre la superficie del terreno, era de planta cuadrada, con dromos de acceso, todo ello construido en sillería y cubierto con grandes losas de piedra; a su alrededor, un cúmulo de piedras, dispuestas en talud, reforzaba las paredes de la cámara y constituía el basamento de un túmulo de tierra y piedra con refuerzos de hiladas horizontales de piedra dispuestas a diferente altura; un círculo exterior de piedras marcaba sobre el suelo la línea exterior del túmulo. Las piedras de la cubierta de la cámara descansaban sobre un pilar central, de sección cuadrada, rematada en un sencillo capitel; el dromos, por el contrario, se cubría con una falsa bóveda formada por un sillar horizontal, a modo de clave, y dos inclinados, a modo de dovelas.

Otra cámara de gran interés es la de la necrópolis de Toya, en la provincia de Jaén. Para su construcción, se excavó una zanja en la roca, delimitando luego el perímetro de la tumba por medio de grandes sillares de tipo poligonal, en tanto que el espacio resultante entre este muro perimetral y la pared de la zanja se rellenó de piedra. La planta de la tumba es de tres naves, con las laterales divididas en dos por medio de sendos muros transversales. Varias de las cámaras resultantes tienen un banco corrido a lo largo de la pared, y nichos en las paredes. Las puertas son de jambas curvas, formando una especie de arco que no llega a cerrarse, ya que se interrumpe al llegar al techo, que está formado por una cubierta de losas planas.

Las tumbas monumentales pueden dividirse a su vez en dos grupos: los monumentos turriformes y los que Martín Almagro ha llamado pilares-estela. Los primeros son menos abundantes que los segundos, y entre ellos destaca especialmente el de Pozomoro, en Albacete, famoso por sus relieves. Arquitectónicamente, el monumento de Pozomoro, tal y como ha sido reconstruido por M. Almagro, resulta un edificio de planta cuadrada, que sobre un podio escalonado presenta un cuerpo principal cuadrangular, con sus esquinas inferiores adornadas por leones yacentes que son en realidad sillares de mayores dimensiones que los normales, cuya cara exterior ha sido tallada en forma de león; algunos de los sillares de este cuerpo están decorados, formando frisos que, en ocasiones, resultan corridos alrededor del monumento. Por encima, una serie de molduras que culminan en una gola constituyen el remate del edificio.

Este monumento es de una gran importancia, tanto desde el punto de vista arquitectónico como desde el escultórico; desde el primero, constituye una tumba monumental, posiblemente la de un rey o príncipe indígena, con una cronología bastante alta, el año 500 como fecha ante quem, y con soluciones arquitectónicas tan avanzadas como el empleo de grapas en forma de cola de milano para trabar los sillares entre sí; desde el punto de vista escultórico e iconográfico, los relieves son del mayor interés para el conocimiento del arte y de la mitología ibéricas, sobre todo en lo que se refiere a sus orígenes.

El segundo grupo de tumbas monumentales son los llamados pilares-estela, cuyo número se incrementa sin cesar en todo el ámbito ibérico. Consisten en un basamento, por regla general escalonado, sobre el que se alza un pilar construido con uno o varios sillares superpuestos, y un remate en forma de capitel, casi siempre de líneas muy sencillas, que puede llegar a complicarse. Este capital constituye la base de una escultura de animal, por regla general de un toro. Un ejemplo de estos monumentos lo tenemos en el pilar de Monforte del Cid, actualmente expuesto en el Museo de Elche.

Son también muy frecuentes los monumentos funerarios en forma de túmulos o encachados de piedra -por lo común de pequeñas dimensiones, aunque en ocasiones pueden llegar a ser bastante grandes- que cubren la tumba o las tumbas de los iberos allí enterrados, aunque es también posible que éstas se encuentren no bajo el monumento, sino junto a él. En ocasiones, estos encachados tumurales constituyen el soporte de estelas de diverso tipo: palmetas, esculturas animalísticas, cerámicas griegas, etc. Ejemplos de estos túmulos son los de la necrópolis de Cabezo Lucero, en Guardamar del Segura (Alicante), y de Coimbra del Barranco Ancho, en Jumilla (Murcia); en esta última necrópolis, un gran túmulo servía de basamento a un cipo decorado con relieves funerarios de contenido simbólico.

Es posible que esta diferencia en la tipología de las tumbas refleje, hasta cierto punto, la estructura de la sociedad ibérica. Si nos basáramos sólo en los restos conservados, y los interpretáramos desde un punto de vista puramente tipológico, podríamos considerar que las tumbas de cámara y las monumentales, sobre todo en los casos en que muestran una riqueza ornamental o de contenido que se sale de lo normal, podrían ser las tumbas de los príncipes o principales dignatarios ibéricos (¿podríamos llamarles reyes?), y en cualquier caso, de personajes bastante ricos e influyentes; los pilares-estela podrían ser una versión menos espectacular de estos grandes monumentos, en tanto que la importancia social de los difuntos iría disminuyendo a medida que se reducía la monumentalidad del tipo de tumba. Sin embargo, este criterio no siempre parece correcto; existen tumbas pobres desde el punto de vista de sus aspectos constructivos y monumentales, que han proporcionado ajuares extraordinarios, y al contrario, tumbas monumentales que han resultado muy parcas en su contenido. Ello nos muestra, una vez más, lo difícil que resulta rehacer los aspectos internos y vitales de una sociedad a partir de sus vestigios materiales.