Comentario
Como en el caso de otras grandes culturas del ámbito mediterráneo, la ibérica forjó su tradición escultórica sobre la base de la adopción de una serie de estímulos externos, de diferente intensidad y procedencia, adaptados a las necesidades y capacidades propias. Delimitar con alguna exactitud el proceso en su dimensión temporal, establecer los focos originarios de los impulsos y cuándo y cómo fueron recibidos, determinar en qué medida actuó sobre ellos la propia creatividad ibérica, transformándolos y conformando un producto artístico nuevo, reconocer cuáles fueron las claves del progreso o de la renovación de la plástica ibérica, son algunas de las muchas cuestiones no del todo resueltas, sometidas en la actualidad a un rico -y sin duda interesante- debate entre los especialistas. No es el caso exponer aquí el denso panorama de la discusión en todos sus extremos e implicaciones, pero es preciso sentar desde el principio la idea de que la escultura, sin duda la más brillante expresión de la cultura ibérica, y quizá la más estudiada o atendida, es también la más problemática de sus facetas.
Entre los comparativos de superioridad que la distinguen puede añadirse el de ser la conocida de más antiguo. Desde que en 1830 empezaron a aparecer las esculturas del Cerro de los Santos, en Montealegre del Castillo (Albacete), que fueron tomadas en principio por visigóticas, los estudiosos nacionales y extranjeros fueron cayendo en la cuenta de que hubo aquí una antigua cultura con notable personalidad artística, de lo que fue un certificado definitivo el hallazgo, en 1897, de la célebre Dama de la Alcudia de Elche (Alicante). Y, en relación con lo anterior, valga decir que esta excepcional escultura, tenida justamente desde su aparición como pieza emblemática del arte ibérico, ha recibido valoraciones tan dispares -iconográficas, formales, cronológicas-, que es también todo un símbolo de las dificultades que entraña la valoración histórica, artística y cultural de la escultura ibérica.
Sin embargo, nada es más cierto que estamos hoy día en mejores condiciones que nunca para ensayar una aproximación de conjunto, apoyada en los ricos e importantes datos aportados por los últimos hallazgos, arrancados a la tierra en una oleada de descubrimientos afortunados, que tuvo comienzo en 1971 con la aparición de la Dama de Baza y del excepcional monumento de Pozo Moro, a los que han seguido después otros, como el extraordinario conjunto escultórico de Porcuna (Jaén). Era de esperar que, además, los nuevos hallazgos, en el marco de una maduración generalizada de los estudios arqueológicos e históricos, suscitaran abundantes estudios y nuevos enfoques que han enriquecido notablemente la visión que hoy se tiene de la escultura ibérica.