Comentario
El desarrollo inicial de los ejércitos hoplíticos aparece todavía actuando bajo la dirección y patrocinio de la aristocracia. La tendencia a liberarse por parte del campesinado ponía en peligro su pervivencia. Algunos aristócratas acuden consecuentemente a tratar de reforzar las filas a su alrededor, fortaleciendo clientelas a través de repartos benéficos y aumentando sus poderes reales con ejércitos mercenarios, pagados con las monedas con acuñaciones indicativas de los símbolos heráldicos del demos dominante. El primer paso, tanto en las nuevas formas militares como en los nuevos medios de cambio, se inserta así en la crisis de la aristocracia que sobrevive a base de poner ella misma los fundamentos de las nuevas estructuras, tanto en el plano militar como en el económico.
En otro orden de cosas, la ciudad, órgano de la solidaridad aristocrática, se transforma en el escenario no sólo de sus acciones tendentes a integrar y transformar los fundamentos materiales en que se asientan las otras clases, creando así lazos verticales, sino de las acciones que rompen los lazos horizontales de esa misma solidaridad. De este modo, a las presiones del campesinado, a la presencia a veces conflictiva de los thetes, se une la rivalidad aristocrática, donde los miembros de las grandes familias compiten entre sí para obtener el control de los bienes y de los hombres. Las presiones de estos últimos y sus resistencias colaboran, sin embargo, a desarrollar fuerzas aglutinadoras que permiten que dentro de la aristocracia se produzca una tensión entre tendencias solidarias y competitivas, característica de las acciones y de las creaciones ideológicas del arcaísmo.
En este ambiente, las mentalidades que se reflejan en los medios aristocráticos recogen en cierta medida los elementos que se desprenden de la práctica del combate hoplítico y del papel equilibrador del ágora como centro político. El oráculo de Delfos se erige en patrono ideológico de la clase que exige el equilibrio para su supervivencia solidaria. Las máximas "conócete a ti mismo" y "nada es demasiado" recogen tajes necesidades, con el intento de evitar que la insolidaridad lleve a cualquier individuo a violar las reglas de la propia clase y a excederse, en su ambición, en sus modos de explotación de las clases antagónicas y en la rivalidad con sus homólogos, de modo que provocara la destrucción del todo. El mayor delito moral sería la hybris, la ruptura con los propios límites, el olvido de la propia naturaleza, la soberbia que lleva al hombre a intentar igualarse con los dioses y a provocar su envidia. Todo exceso trae como consecuencia la propia destrucción. Para los griegos, los representantes de tal mentalidad fueron los siete sabios, número mágico que encuadra en listas que contienen variaciones concretas a los hombres que, mitad políticos y mitad filósofos, habían expuesto en las teorías que habían llevado a la práctica, en la vida pública y en la privada, los principios básicos de esa mentalidad.
En el plano político, éste es el espíritu que se plasmó en las diferentes legislaciones que se llevaron a cabo en las ciudades griegas, donde se redactaban, generalmente por escrito, las normas de convivencia con la intención de imponer orden, tanto por medio del freno de las reivindicaciones y de los abusos de las clases en conflicto como a través de la imposición de los límites a las rivalidades destructivas de los miembros más ambiciosos de las clases aristocráticas. En Magna Grecia se hicieron famosos Zaleuco y Carondas, cuyas leyes seguían sirviendo de modelo en la época clásica. Pitágoras sería el representante de la doble cara, política y filosófica, de este tipo de personajes, pues su teoría matemática y musical viene a ser la sublimación de estas actitudes ante la realidad social. En Esparta y en Atenas es donde la actividad de los legisladores Licurgo, Dracón y Solón resulta mejor conocida.