Época: Arte Español Medieval
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Siguientes:
La continuidad de las basílicas cristianas
Los ladrillos decorados de la Bética
Las necrópolis visigodas y sus ajuares

(C) Ramón Corzo Sánchez



Comentario

Los siglos V y VI fueron de especial inestabilidad en todo el territorio peninsular; desde la entrada de las primeras hordas bárbaras hasta la consolidación del reino visigodo de Toledo, pasaron más de ciento cincuenta años de fragmentación del poder, y, en sentido estricto, no puede hablarse de unidad nacional hasta la expulsión definitiva de los bizantinos en el año 628.
Las tribus de alanos, vándalos y suevos penetraron en el territorio imperial por el Rin en el año 406, y en el 409 asolaron la Península, sometiendo a todos los pueblos a saqueos y destrucciones que no cesaron hasta el reconocimiento de su condición de federados y la concesión de provincias para sus componentes en el año 411. El desconcierto de la población hispanorromana les llevó a aceptarlos como vecinos y aliados, pero, por su propia dinámica, ninguno permaneció mucho tiempo en las tierras asignadas.

Los visigodos, por su parte, ocuparon de forma estable el sur de Francia, en el que se creó el reino de Tolosa, y, desde allí, combatieron en nombre de la autoridad imperial, y más adelante, en nombre propio, a los ocupantes de la Península; los alanos fueron prácticamente extinguidos, los vándalos se trasladaron al norte de Africa, y sólo los suevos permanecieron en el noroeste con un gobierno independiente, hasta su anexión por los visigodos en el año 585. El gobierno visigodo residió primero en Cataluña, luego en Mérida y, desde el año 544 en Toledo, al tiempo que se desprendía de sus territorios en Francia.

La repercusión de todos estos avatares en el terreno artístico se manifestó de una forma irregular, según la intensidad y la extensión de la presencia de cada una de estas tribus. La parte oriental fue la menos afectada, mientras que en el centro y el oeste de la Península, desaparecieron un gran número de poblaciones. La ruptura con el pasado fue definitiva en el orden político, pero la Iglesia conservó su organización y adquirió progresivamente parte del poder perdido por el Imperio.