Época: Arte Islámico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
El entorno construido

(C) Alfonso Jiménez Martín



Comentario

De la casa musulmana, en general, cabe reseñar cinco cuestiones; la primera es el anonimato y estanqueidad de la casa a la calle, acentuado con el recodo que, como mínimo, separó la puerta de la primera estancia vividera, cosa que se conseguía con un zaguán. El núcleo de la casa era el patio, cuadrado o rectangular, pero siempre pequeño, en el que solía existir un pozo y tal vez un emparrado; sus galerías, que rara vez pasaban de dos, daban entrada a otras tantas salas y a la cocina, despensa y letrina, y tal vez, a una escalerilla, siempre muy pina y estrecha. El tercer rasgo consistía en la radical separación entre los hombres y las mujeres, que ocupaban partes distintas de la casa: los primeros usaban la zona representativa próxima a la entrada, mientras ellas vivían en la parte trasera o en los altos (denomina harén, de haram, en el sentido de sagrado o prohibido). La cuarta es la casi total ausencia de muebles, reducidos a alacenas, esteras, cojines, arcas y tarimas con colchones para ser usadas como camas, por lo que la misma habitación sirvió para la vida diurna y para dormir, pues bastaba con correr unas cortinas, las que separaban las tarimas del resto de la sala.
Los ejemplos más viejos que se conocen son los de Samarra, cuya organización resumimos siguiendo a Herzfeld, siendo innecesario advertir que, por su extensión, debían ser de cortesanos: una entrada cubierta conducía desde la calle o callejón a un espacioso patio cuadrado, en cuyo fondo se sitúa la pieza principal, en forma de T invertida, con otras salitas en los rincones; cuando esta ordenación se repite debe pensarse en zonas de invierno y verano, estando ocupado el resto de los flancos del patio por otras estancias; en muchas casas había patios menores, baños y pozos, e incluso alguna habitación para hacer el café y un sirdab; eran por lo general extensas, ya que sus varias decenas de habitaciones se desarrollaban en una sola planta. Los techos eran planos y los huecos adintelados, poseyendo la mayoría de las habitaciones un zócalo y el enmarque de ventanas y tacas decoradas con aplacados de yeso. Las ventanas iban acristaladas con grandes lentes de vidrio coloreado. Las casas posteriores siguen de lejos este esquema, destacando por sus características las fatimíes de Fustat, ya que a partir de unos solares de figuras complicadísimas, centraron un patio de perfecta traza rectangular, al que abren un buen número de piezas cuyo rigor geométrico se va viciando a medida que se acercan a las medianeras; destaca la pieza principal, a eje del patio con una fuentecilla en el centro.

Las novedades más recientes son las casas almohades de Siyasa (Cieza, Murcia), de las que es posible precisar con exactitud casi todo, ya que se conservan virtualmente completas. Desde la calle, o el callejón particular de acceso, la puerta, dotada de arco de herradura como la mayoría de las de la casa, daba paso a un zaguán apaisado, por uno de cuyos costados se accedía al patio, y eventualmente a alguna dependencia menor, ya fuese el establo, que siempre estaba cerca del acceso si la casa no tenía entrada trasera, la imprescindible letrina, que en otros casos estaba al fondo del solar y, a veces, una despensa. Antes de seguir adelante debemos señalar que estas casas carecían de ventanas casi por completo, pues se iluminaban y ventilaban por el patio, cuyas puertas llevaban encima dos huecos con dobles celosías para ventilar las habitaciones cuando las hojas de la puerta permanecían cerradas.

El patio siguió la tradición de los más pequeños de Madinat al-Zahra, es decir, con un rehundido cuadrado o rectangular en el centro que, por ser terrizo, debía estar sembrado. Si la casa era grande puede que el patio tuviese una galería cuyos andenes abrían cuatro tandas de habitaciones de las que la principal era un salón largo, en cuyos extremos existían alcobas, es decir, zonas para instalar las tarimas de las camas; en las casas mayores podía existir un salón para verano y otro para invierno. Con ser todos estos datos de la mayor importancia, lo más interesante es que estas casas estaban bastante decoradas y con gran clase. Antes de pasar a otras etapas, recordemos que las plantas altas servían como almacenes, configurando pintorescos altillos, denominados algorfas; en algunas zonas del Islam, son elementos formales muy decisivos, ya que, ubicados en plantas altas de viviendas y con acceso desde la calle, y fortificados, forman pintorescos conjuntos, llamados ksar entre los beréberes.

La casa de época nasrí era la mejor analizada hasta el descubrimiento de Siyasa, pues se conocen unas treinta que en poco difieren de las que acabamos de reseñar, salvo una mayor riqueza en sus pavimentos y una cierta regularidad en la traza de sus muros, que son los únicos elementos conservados, salvo en una casita, de dos plantas y organizada de manera anómala, junto a la Torre de las Damas de la Alhambra, ya que forma una L al borde de la muralla y monta sobre una de las torres.

Para finalizar debemos hacer alguna referencia a la casa turca que, con la yemení, no sólo se ha desarrollado mucho en altura (hasta ocho plantas, como en la mejor época abbasí) y aparecen aisladas, sino que, en sus plantas más altas, se muestra extrovertida, gracias a balcones, galerías y miradores, siempre de aspecto precario y pintoresco; aparece dividida en los dos sectores tradicionales de todo el Islam, llamados aquí el selamlik (de los hombres) y el serrallo, lo que condujo en algunas regiones a plantas simétricas. El papel del inexistente patio, como elemento de relación, está desempeñado por el sofa, zona común que conecta todas las habitaciones de cada planta y contiene la escalera; la pieza más importante es una gran sala de la planta baja, cuya extensión amplían los voladizos, y que contiene la chimenea, y una compleja organización, también la madera, en la que se aloja la puerta de acceso, varias tacas y alacenas y a veces la misma chimenea; el resto de los paramentos están ocupados por un diván continuo, es decir, una tarima con almohadones, apoyados contra las numerosísimas ventanas de la pieza, que llevan las oportunas celosías; no faltan unos huecos altos para ventilación.