Comentario
Una vez que hemos descrito someramente las anónimas casas islámicas, pasemos a la única parte de la ciudad que fue bulliciosa, aunque sólo a ratos, como pueden percibir quienes los domingos se arriesgan a atravesar los alrededores de la iglesia sevillana de Omnium Sanctorum, ya que difícilmente podrán reconocer el mundo comercial que los mismos lugares conforman cualquier jueves por la mañana, cuando coinciden el mercado diario de la Feria con el semanal del Jueves; el espacio urbano se hace denso y no sólo por la aglomeración de público errático y de aprisionados vehículos que intentan escapar de la presión humana, sino por los toldos y tenderetes que han crecido por doquier, los tullidos, parados y vendedores de gangas, los mostradores de ropa vieja, de altramuces y aceitunas, chucherías, pescados, plásticos y un sinfín de objetos, todo ello en un ambiente luminoso, ruidoso, sucio e inundado por fuertes olores.
La misma sensación de caos perceptivo tendrá el turista que atraviese la parte vieja de una ciudad musulmana, pues no en vano el mercado de Sevilla es heredero directo de uno musulmán, es decir, de un suq (zoco); en la ciudad musulmana la idea de desorden vendrá dada por el idioma y los numerosos viandantes, pero a poco que el turista preste atención, observará que existen unas ciertas pautas, dadas por la agrupación de establecimientos de un mismo ramo por calles y ciertos locales más amplios destinados exclusivamente a agrupar los puestos de alimentos perecederos.
En las ciudades anteriores a la expansión otomana los comercios estaban organizados en zocos, es decir, conjuntos de calles en cuyos edificios los artesanos vivían, producían y vendían, de la misma manera que había ocurrido en las ciudades romanas, se agrupaban según los productos y se localizaron a partir de la aljama, de tal manera que un síntoma de la proximidad de ésta es el incremento de la densidad de los comercios, y que sus calles fuesen por lo general cubiertas, incluso abovedadas. Pero no todos los comercios se localizaron en zocos, pues el hecho de que los tejidos de lujo fuesen objeto de un cierto monopolio estatal y que el comercio de las importaciones requiriese la colaboración del poder establecido, propició que los lugares donde su comercio se realizó estuviesen intervenidos por el monarca y sus agentes; así pues se denomina alcaicería (de al-Qaysariyya, derivado del griego Kaisareia, como abreviatura de mercado imperial) a un lugar de mercado, perteneciente o auspiciado por el monarca, concebido como un recinto cerrado, de planta cuadrada o rectangular, con varias puertas que se cerraban por la noche, durante la cual lo vigilaban unos guardas específicos y en la que se almacenaba género de lujo, especialmente tejidos y, sobre todo, elaboraciones de seda. Se deduce que estos conjuntos se prestaban a una configuración unitaria y coherente, dotada de características espaciales de mucho mayor interés que las de un simple zoco. Al contrario que éstos la alcaicería solía ser única, bien próxima a la aljama, con la que a veces constituía una cierta unidad compositiva. En época tardía la alcaicería cambió su nombre, sobre todo por influencia otomana, por el de bazar, uno de cuyos elementos más característicos fue la de una parte aislada, cerrada y cubierta con cupulillas, denominada bedestán, que fue como una alcaicería metida en el corazón de un gran zoco. Los ejemplos más notables son orientales; éste es el caso del Gran Bazar (Büyük Garsi) de Estambul, cuyo bedestán fue fabricado en tiempos del sultán Mehmet II, es decir, cuando éste, tras la conquista de Constantinopla, concibió un ambicioso programa de renovación edilicia, incluyendo como pieza básica el Gran Bazar, que estableció sobre un mercado bizantino; se construyó de madera, por lo que hubo que renovarlo en 1651, 1701 y 1894. Un bazar raro fue el de 5 km de largo que unía el palacio samaní de Laskari Bazar con la ciudad de Bust, siguiendo la orilla del río Hilmend, levantado en la primera mitad del XII y destruido en 1221.