Comentario
La intransigente actitud de los musulmanes, en determinadas épocas, con otras creencias, determinó que se eliminasen imágenes expuestas al público que, por tradición o relajamiento, habían sido toleradas; así es corriente hallar sarcófagos paleocristianos con rostros destrozados. La fobia parece que ha contagiado a ciertos investigadores, como A. Papadopoulo, en cuyo libro, tan bien ilustrado, no hay más que cuatro figuras en blanco y negro del tema, que para el autor no merece ni un apartado específico. Nosotros recordaremos sucesivamente un cambio que, con cierta lógica de orden temporal, va desde las esculturas de bulto redondo a los altorrelieves.
Casi toda la escultura es omeya y de dos palacios del desierto; formaron parte de la decoración arquitectónica aunque en lugares bastante raros de bóvedas y cúpulas, como en el Plateresco. El grupo parece deberse a la iniciativa del califa Hisam, en el segundo cuarto del siglo VIII; el primer yacimiento es Qasr al-Hayr al-Garbi, donde existe una serie de personajes, masculinos y femeninos, entronizados, sentados y reclinados, que formaron parte de frisos o frontones, y en los que el estudio de las telas es tan clásico y solemne que, si no fuera por el contexto del hallazgo, creeríamos estar ante los dioses de Palmira, del siglo III, de tan parecidos que son; al fin y al cabo no sería raro que el califa, al que se supone representado en una de las imágenes, ordenara copiarlos, pues el yacimiento está sobre la pista que une Palmira y Damasco.
El segundo grupo, en Jirbat al-Mafyar, al que debemos unir una escultura o altorrelieve procedente de Musatta, es muy diferente; a los personajes femeninos parece que los hemos visto en un contexto mucho más antiguo, tal vez en la corte de Ur-Nanshe, allá por el lejano siglo XXVI a. C. o bajo la forma de alguna Pótnia Therón del segundo milenio antes de nuestra Era, en Ugarit. Se trata de señoras bastante entraditas en carnes, todas ellas en "topless", vestidas sólo con faldas largas, como pantalones muy amplios o prendas breves; todas parecen bailarinas y casi siempre aparecen sonrientes y dispuestas a la juerga. También aparece un señor, vestido de ceremonia, encaramado sobre los lomos de unos leones y que parece ser el califa, en una apariencia que podríamos calificar vagamente de sasánida. El conjunto se completa, además de algunos animales bien observados y vegetación clásica, con una larga serie de cabezas de caballeros negroides que se asoman a los espacios cubiertos desde bóvedas y claves. Todos muestran unas proporciones, estudios de rostros y desarrollos anatómicos bastante ingenuos e inorgánicos, aunque una notable variedad de tocados y vestidos. A partir de este momento la única posibilidad plástica es la que permitieron los potentes relieves decorativos de fachadas y portadas de palacios, mezquitas y muchos edificios, constituidos según los cánones de la decoración islámica y su temática convencional, aunque de vez en cuando aparecieran, en medio de la vegetación, animales en actitudes heráldicas, y más raramente personas.
Los temas fueron convirtiéndose, cada vez más y más, por pérdida de profundidad en relieve, en lo que hemos llamado atauriques, salvo en los soberbios edificios de cantería de los silyuqies de Run, en Anatolia, donde las hojas de la vegetación representada adquieren la misma potencia plástica que los escudos y blasones de los edificios góticos del siglo XV.