Época: Arte Islámico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
El entorno construido
Siguientes:
Los jardines

(C) Alfonso Jiménez Martín



Comentario

La falta de vertebración institucional de la ciudad islámica hizo que en ella el poder estuviera concentrado en un solo lugar amurallado, ubicado en un punto periférico de la cerca urbana y privilegiado por la topografía: la alcazaba (qasaba) en la acepción de ciudadela. Con sus murallas autónomas, accesos independientes, espacio para tropas y caballerías, palacios, huertos, aljibes, cementerio y, cómo no, mezquita, era la ciudad del poder dentro de la ciudad. Su trazado y tamaño, e incluso su propia denominación, fueron evolucionando; al comienzo, desde los primeros amsar hasta la época de las Cruzadas, predominaron las de nueva planta y, como las residencias omeyas, adoptaron por lo general formas muy limpias y autosuficientes desde un punto de vista geométrico, ya que predominaron los rectángulos y los cuadrados, con torres y puertas rígidamente distribuidas y decoradas; este tipo es el que deberíamos denominar Dar al-Imara.
Sus características formales pervivieron en aquella regiones orientales donde hubo conquistas tardías, como el que, en 1470, se levantó en Ajmer y cuya planta es tan geométrica como el de Federico II de Hohenstaufen en Castel del Monte, labrado en 1240, citado como ejemplo de la influencia musulmana en Italia. En ciudades antiguas ya se dio el problema de instalar el aparato del poder en recintos viejos, y así pronto se dio una línea de alcazabas que se apartaban del esquema omeya. Sin embargo, sería en la época de las Cruzadas, con unas precauciones defensivas más reales que las exhibiciones disuasorias de los primeros siglos, cuando las murallas del Dar al-Imara no alcanzaron la complejidad y potencia propia de las alcazabas; consecuentemente con la debilidad del Islam, las fortificaciones que protegían al poder se multiplicaron; además de la complejidad e iteración de los trazados, que convertían a la topografía en su aliado, las alcazabas incluían barbacanas, fosos, corachas (muros que atajaban espacios baldíos), albarranas, puertas con recodos múltiples, auxiliadas por matacanes, buhaderas, rastrillos y patios intermedios, portenas y pasadizos...; todo ello muy impresionante, pero de nada sirvió ante la artillería.

En la época más vieja del Islam no había posibilidad de distinguir en el palacio la residencia, los espacios protocolarios, las habitaciones destinadas a familiares, ayudantes y consejeros, los cuarteles de la guarnición y el amurallamiento del conjunto; todo era un qasr (palacio), un dar al-Imara o, en los casos extremos, una madina, por esquemática que fuese. Durante el período abbasí el ceremonial y aparato de la corte crecieron de forma imparable al compás con la articulación administrativa del imperio musulmán; por ello el compacto palacio de época omeya, organizado como mucho en torno a un par de patios, se disolvió en un conjunto de sectores articulados y jerarquizados, pero cuya identidad se mantenía de tal manera que los nombre, los accesos, la independencia funcional y a veces la formal, permitían dar sentido a unos complejos de salones y patios que hoy parecen laberintos.

Cuando la documentación nos permite hacernos una idea de qué funciones alojaron aquellos espacios se detecta que cada patio define un conjunto funcional concreto, de tal manera que el espacio descubierto y sus galerías, en caso de existir, se convierten en nodos que aglutinan a las distintas piezas, que sólo a través de ellos obtienen su acceso principal; normalmente y, salvo mínimos desniveles, toda la serie de estancias que se relacionan con un patio están en el mismo piso, pues normalmente no se da una superposición de planta dentro del mismo conjunto, cuestión de la que no siempre estamos bien informados, pues Madinat al-Zahra y la Alhambra no existieron, mientras en lo omeya de Siria y en el Alcázar de Sevilla sí. Cuando el espacio disponible era menor, el conjunto se redujo a un solo patio, que normalmente era rectangular, al que abrían dos tandas de salas en los lados cortos. Los ejemplos de esta disposición abundan tanto en Sevilla como en la Alhambra, tal es el esquema del Patio de los Arrayanes, o en la Aljafería. Un esquema distinto es el que se deduce de los ejemplos en los que la extensión disponible era muy notable; en ese espacio abierto principal no es un patio sino un jardín acotado, dotado de organización propia, en el que los edificios principales que se abren en él sólo ocupan la parte central de uno de sus lados, quedando el resto del perímetro cercado por un muro, un desnivel o la discreta apariencia, a modo de zócalo corrido, de hileras de habitaciones de servicio.

La organización de las distintas piezas que componen el cuarto sufre una cierta evolución desde el primitivo bayt de cinco espacios hasta los modelos más tardíos en los que el ámbito central de dicha organización adquiere gran altura y se cubre con cúpula independiente, convenientemente arropada por salas perimetrales alargadas y de menor fuste; quedan ejemplos intermedios de ordenaciones basilicales muy suntuosas y otros, más reducidos y sin pretensiones, en los que la alargada es la sala principal y el resto son simples alcobas. La asociación de cuartos se produce en dos escalas diferentes, que parecen sucesivas en el tiempo; durante los primeros tiempos, hasta el Año Mil, las organizaciones se basaron en ejes que llevan de unos patios a otros sin que se produjeran quiebros, dando rígidas simetrías. En un segundo momento los accesos parecen perder toda importancia formal, y las conexiones se establecen de manera quebrada, laberíntica y en los lugares próximos a los ángulos o extremos.

Uno de los elementos característicos del palacios, o ciudad palatina, fue su vestíbulo, a cierta distancia de la auténtica puerta principal; solía ser un edificio en cuyas inmediaciones los visitantes desmontaban de sus cabalgaduras, y en el que aguardaban a ser recibidos por el monarca, quien, en determinadas ocasiones, podía convertir el propio vestíbulo en sala de audiencias; uno de los más suntuosos que conocemos es también de los más antiguos, ya que A. Almagro, que los excava y restaura, lo fecha en los últimos omeyas, es el vestíbulo del palacio de Amman, en Jordania, inspirado en ejemplos sasánidas.

En bastantes casos la sala de recepción adoptó alguna disposición de prestigio, entre las que prefirió Al-Andalus el salón basilical de tres naves, en el que aparecía el califa entronizado, pero en el que en otro momentos podía ofrecerse un banquete, como la documentación de Madinat al-Zahra nos insinúa. A través de ella, y parece que tal situación puede extrapolarse a otras cortes, sabemos que el número de mayalis (salones, es decir, cuartos) podía ser muy crecido, lo mismo que las dependencias de carácter administrativo, reseñadas como dar (casa), término que también sirvió para designar lo que parecen ser viviendas de personajes concretos de la corte.

Estos cuartos están en el Alcázar de Madinat al-Zahra integrados a la manera urbana, es decir, forman manzanas relacionadas por terrazas a nivel (alsath, de donde viene azotea) y calles cubiertas en el sentido de la pendiente del terreno (fasil, en plural fusul), y algo similar debió darse en las Alcazabas de Sevilla, mientras en Samarra, Granada, la Aljafería de Zaragoza o el Fuerte Rojo de Delhi, se establecieron como piezas integradas en un edificio.