Época: Bliztkrieg
Inicio: Año 1939
Fin: Año 1940

Antecedente:
La invasión de Polonia

(C) Andrés Ciudad y María Josefa Iglesias



Comentario

La agresión alemana a Polonia estuvo precedida por una intensísima actividad diplomática. Francia, Gran Bretaña, Italia y, en cierto modo la URSS y Estados Unidos eran las potencias garantes del equilibrio europeo surgido de la Gran Guerra. Pero las responsabilidades principales en el caso polaco recaen sobre las dos primeras, si exceptuamos a Alemania.
El 31 de marzo de 1939 Francia y Gran Bretaña habían dado garantías de su ayuda a Polonia, y el 6 de abril habían firmado un pacto de asistencia mutua.

Pero las relaciones franco-polacas se remontaban a veinte años atrás. En Francia, desde tiempos del Romanticismo, había una verdadera polonofilia. París había patrocinado la independencia polaca en 1919 y existía un tratado con Polonia que había resultado muy oneroso para Francia. Desde 1921 el tratado había decaído y se había reducido a los préstamos, ignorando los aspectos militares, pero Polonia se había negado a revisarlo (H. Michel).

Ante las primeras exigencias alemanas, Francia había aconsejado a Polonia que cediera territorios a lo largo del Vístula -pero había prometido material militar en caso de conflicto-. Gamelin, jefe de Estado Mayor y luego comandante en jefe francés había prometido intervenir en ese caso.

Polonia no posee grandes industrias y su producción no puede compararse con la alemana: por ejemplo, produce 39 millones de Tm. de hulla, frente a los 186 mill. de la alemana; 1,5 mill. de acero, frente a 23 mill. Añadamos que la renta nacional alemana alcanza los 33.347 mill. de dólares, mientras que la polaca sólo 3.189 mill. y que la población de Alemania es de 78 mill. de habitantes (con Austria y los Sudetes) y la de Polonia de 30 mill. Asimismo, al alemán hay que añadir el material militar y la producción industrial checa y austriaca.

Las polacas no eran unas fuerzas armadas de poca monta, como a veces se cree. Se las situaba hacia el sexto lugar en Europa, después de las francesas, británicas, alemanas, soviéticas e italianas y, sin duda, eran más poderosas que las rumanas, turcas, griegas y finlandesas.

Pese a que en los últimos años las fuerzas armadas se llevaban el 40 por ciento del presupuesto, seguían siendo anticuadas, tipo Gran Guerra, muy jerarquistas, y con una tropa con mentalidad preindustrial. Disponían de 400.000 soldados (y 2.800.000 en la reserva), con 39 divisiones de infantería, 4 de caballería (junto con Italia, fue el único país que la empleó en combates en la Segunda Guerra Mundial), 1 brigada de carros de combate con 225 ejemplares modernos y 88 antiguos). En conjunto, había unos 900 carros de combate, unos mil aviones (sólo unos 400 realmente aptos) y unos cuantos destructores y submarinos.

Existía cierta industria de guerra. Un Centro Nacional de Aeronáutica y la empresa PZL fabricaba los cazas PZL-P 7 y PZL-P 11, los bombarderos PZL-P37.

Por su lado, los franceses conocían la debilidad y el desbarajuste de las fuerzas armadas polacas a las que se atribuía, sin embargo, la capacidad de resistir incluso un año ante los alemanes, a quienes, en cambio, se subestimaba. Francia trataba de prepararse para una guerra larga: no pensaba en combatir por Danzig, sino por Polonia, y estimaba que, de todos modos, lo importante iba a suceder en Occidente, "como siempre", y que aquí se jugaría la suerte de Polonia. Paralelamente, Francia había aconsejado a Polonia concluir su alianza con la URSS y aceptar eventualmente su ayuda militar; pero la negativa había sido rotunda: Polonia odiaba el comunismo", temía a la URSS y tenía escasa confianza -compartida también por Francia y Gran Bretaña- en la eficacia de las tropas soviéticas. Además, preferían perder territorios ante Alemania que aliarse a la URSS: "Con los rusos perderíamos nuestra alma", diría el generalísimo polaco, general (luego mariscal) Edward Rydz-Smigly.

En 1939 el 45 por ciento de los franceses consideraba inevitable la guerra. Nadie aceptaba la parte de responsabilidad de Francia, por su pasividad, en el incremento de la agresividad alemana y a nadie parecía importarle nada Checoslovaquia o Polonia. Nadie estaba dispuesto, como resumió muy bien el periodista francés M. Déat, a "morir por Danzig".

En cuanto a los británicos, y pese a que eran también aliados de los polacos, no tenían intención alguna de hacer nada, y esperaban que los franceses cargasen con las responsabilidades, pero habían accedido a un acuerdo militar con Francia, en mayo.

En abril, Alemania, que ya estaba decidida a la guerra, dio dos nuevos pasos en dirección a ella: denunció el pacto con Polonia de 1934 y el convenio naval con Londres de 1935. Los aliados occidentales se alarmaron. Ambos (y Estados Unidos), dice Deborin, "desplegaron febril actividad para obligar a Hitler a modificar sus planes -que no eran difíciles de adivinar (es decir, también, posteriormente, un ataque en el oeste)- y aceptar otro (futuro) plan de agresión: el plan de ataque de la URSS". Así, prosigue Deborin, norteamericanos, británicos y franceses querían resolver, mediante una guerra germano-soviética, "sus contradicciones tanto con los competidores capitalistas -Alemania y Japón- como con la URSS".

Sin embargo, y ésta era otra contradicción, los occidentales y Polonia no tenían otro aliado posible contra Alemania, en Europa, que la URSS. De ahí que, con cierta repugnancia, desde junio se inició una serie de conversaciones entre los occidentales y Moscú con vistas a algún tipo de acuerdo, acuerdo que las opiniones públicas británica y francesa veían con mejores ojos que sus respectivos gobiernos, según Taylor y Deborin, que sólo pretendían atemorizar a Alemania, y sólo en última instancia llegar a algo más sólido: los franceses se inclinaban más por un simple pacto franco-soviético. Pero Londres rechazó cualquier opción, con evasivas.

Los soviéticos -los únicos que creían realmente en la seriedad de los planes alemanes de expansión- se sentían atemorizados y aislados. Sabían que, como era lógico, los alemanes tenían que atacar a otros países antes que a ellos, y pedían un frente común y un acuerdo de defensa mutua; exigían que el ataque contra un país vecino se considerase ataque contra la URSS y ponían sus tropas a disposición de los aliados. Los soviéticos, dice Taylor, eran sinceros (sinceridad que corroboró el jefe de la misión militar francesa en las conversaciones, general Doumenc), pero los occidentales contestaron que "no tenían fuerzas suficientes", y rechazaron la reciprocidad que deseaba la URSS, sobre la que querían que recayese el peso de cualquier acción. Consideraban que, en el fondo, la Alemania nazi era "menos enemiga" que la URSS: ya que en un memorándum secreto enviado por Londres a París en mayo, cuando se discutía el acuerdo con Moscú, se decía que "es deseable la firma de cualquier acuerdo en virtud del cual la URSS acuda a nuestra ayuda si nos atacan en el Occidente, no sólo con el fin de obligar a Alemania a hacer la guerra en dos frentes, sino también, quizá, porque, en caso de guerra, lo principal será el intento de envolver en ella a la URSS". La Pravda del 29.VI.39 comentaba que la "URSS se negaba a ser "peón" y "juguete" para sacar las castañas del fuego a los demás..." Pese a lo cual Moscú, inquieto, prosiguió hasta agosto las conversaciones, tanteando mientras a Alemania con vistas a algún tipo de acercamiento prudencial. También los países bálticos y, sobre todo, Polonia, se opondrán siempre a cualquier acuerdo con la URSS.

En esto (también en junio-agosto) el Gobierno laborista británico y Alemania van a desarrollar negociaciones secretas, en un intento de delimitar sus esferas de influencia y calmar a Hitler, para lo cual los británicos renunciarían a sus compromisos con Polonia, se establecerían relaciones normales con Berlín, se cedería Danzig a Alemania y se le dejaría las manos libres en el Este y Balcanes, y se intentaría que Francia renunciase a cualquier tratado con la URSS; se llegó a proponer a los alemanes el reparto de las colonias portuguesas. Alemania -ya era muy tarde- despreciaría tales "limosnas" y todo quedará en nada.

Así, el 22 de agosto Londres reitera su apoyo a Polonia, un día antes del pacto, ya cantado, germano-soviético, y dos días después de éste, el 25, se firma un tratado polaco-británico de ayuda mutua en caso de agresión alemana (quizá sea ésta una de las razones por las que Hitler decide posponer el ataque a Polonia del 26 de agosto al 1 de septiembre, aunque el historiador británico Taylor lo interpreta como un recurso teatral, de presión).

En esto "estalla" el pacto germano-soviético, llamado "acuerdo Molotov-Ribbentropp" el 23 de agosto de 1939.

La iniciativa pertenece a Stalin y se remonta a los primeros indicios de que no va a cuajar un pacto tripartito con Francia y Gran Bretaña, y aún antes: en Munich, Stalin había sido dejado al margen; la actitud de los occidentales ante Alemania le parece "blanda" y "conveniente"; Polonia se niega a ser defendida. "¿Dónde está -se pregunta Stalin, alarmado- el antifascismo de las democracias?."

La URSS piensa que no puede hacer la guerra ella sola contra Alemania: la economía pasa por una etapa mediocre, la industria pesada es insuficiente, las fuerzas armadas, tras las "purgas" de 1937, están desorganizadas. El pacto con los alemanes puede alejar el conflicto y, quizá, puede proporcionar otros beneficios. Ya en marzo Stalin había declarado que "los antagonismos acusados en materia de concepción del mundo y de política interior no son obstáculo para la colaboración pacífica de dos Estados" -declaración que sólo confirmaba la tradicional política exterior soviética de "coexistencia pacífica", que provenía de los años 20 y luego revigorizará Kruschev-.

A Alemania el pacto le beneficiaba, al poder obtener así productos soviéticos en un momento delicado, al tener las manos libres en el Este y poder concentrarse en Polonia y en los occidentales.

Los estadounidenses no se sorprendieron por el pacto: como expresó H. Ickes en 1939, "Rusia sospechaba que Inglaterra hacía doble juego" y que esta última seguía confiando en hacer "chocar a Rusia y a Alemania y de esta manera quedar a salvo". A. J. P Taylor considera que el pacto, para la URSS, estaba destinado exclusivamente a defenderse, pero que fue interpretado como derivado de la "maldad bolchevique", y los soviéticos se extrañaron de que "antes eran tachados de monstruos criminales y ahora se espera de ellos -prosigue Taylor- que sean más idealistas que los demás"

Lo peor del Pacto fueron las cláusulas secretas por las que la URSS y Alemania se repartían esferas de influencia y expansión territorial y no sólo, en el caso de la URSS, por las tierras habitadas por ucranianos y bielorrusos del este de Polonia: Hitler "dejaba" a la URSS la Besarabia y los Estados bálticos. El Pacto produjo disensiones en el seno del comunismo mundial y bastantes deserciones. Por su lado, los fascistas criticaron el "giro" alemán.

Así, pues, por la pasividad de unos y los temores de otros, y por la estulta actitud de los polacos, éstos van a combatir solos contra Alemania.

Iniciado el ataque alemán, sólo por la tarde de ese uno de septiembre, franceses y británicos presentan idénticas notas al ministro alemán de asuntos exteriores, Ribbentrop: "Si el Gobierno alemán no está dispuesto a dar garantías satisfactorias con respecto a la suspensión inmediata de toda acción agresiva contra Polonia y a la retirada de sus fuerzas de territorio polaco, nuestro Gobierno cumplirá sin dudarlo sus obligaciones con respecto a Polonia." Era una amenaza formal de entrar en guerra. Sin embargo, los aliados no se mueven. Esperan que Mussolini -recordemos que éste y la opinión pública italiana simpatizaban con los polacos- convoque una "nueva conferencia de Munich" que aleje la guerra.

Mussolini propone entregar Danzig a Alemania y negociar. Francia y Gran Bretaña aceptan el principio de una conferencia si los alemanes evacúan Polonia. Pero era demasiado tarde. Mussolini retira la propuesta. El día 2, Chamberlain hace una nueva propuesta, rechazada por Alemania. Llega el día 3 Hitler, de nuevo, estima que los occidentales no van a intervenir, sus temores disminuyen. Finalmente, en la mañana, Berlín recibe un ultimátun franco-británico.