Comentario
En la historia de India el jainismo no es tan determinante como el budismo, pero supo sobrevivir desde su fundación en el siglo VI a. C. hasta nuestros días, atravesando impasible una India budista, una India hindú, una India islámica y una India británica.
Desde el punto de vista artístico no ofrece ninguna creación original con repercusión estilística (con la digna excepción de las miniaturas del Kalpasutra), pero es un excelente catalizador cuando consigue adaptarse a las directrices estéticas de otra religión. Su actitud purista ante la vida se traduce en un primoroso mármol blanco y en un exhaustivo tratamiento de superficies, y su rígido respeto a la norma en la concepción estereotipada de su iconografía y en la fría gracia que apenas anima sus imágenes de culto.
Antes de seguir planteando características del arte jaina es absolutamente necesario presentar aquellos aspectos de su doctrina que puedan incidir en su estética, que explique la desnudez de sus imágenes, la ausencia de dioses y la riqueza de sus templos.
La historia jaina comienza en el siglo VI a. C., el siglo de los grandes pensadores y de la crisis espiritual de Asia (Zoroastro, Buda, Mahavira, Lao zi, Confucio...). Nace el príncipe Vardhamana Vaishali, cuya vida ofrece un increíble paralelismo con la de Buda: se casa, tiene descendencia y a los veintiocho años abandona la corte para seguir la vía ascética. Tras doce años de meditación a la sombra de un árbol se declara jain (victorioso) e inicia su vida de predicación; itinerante, fundando comunidades de monjes, convirtiendo fieles y muriendo longevo rodeado de sus discípulos... Estos le otorgaron el título de Mahavira o Gran Héroe con el que pasará a la historia.
Las comunidades jainas extendieron su doctrina sobre todo por el oeste de India (Rajasthan, Gujarat, Maharashtra y Karnataka); allí se asientan las principales ciudades santas del jainismo, que son eterno objeto de peregrinación: Mont Abu, Palitana, Sravanabelgola, etc. Todo buen jaina debe visitarlas al menos una vez en la vida.
En realidad, aunque a Mahavira se le considere el fundador del jainismo, sólo el último de los veinticuatro profetas santificados o tirthankara, y su papel fundamental fue canalizar y dar vida a la doctrina de su antecesor Parsvanath (vigésimo tercer tirthankara), que se calcula que vivió unos doscientos cincuenta años antes que Mahavira, y se le representa de color azul sobre una cobra de siete cabezas. Salvo éste y el propio Mahavira, que se distingue por su color dorado y su león, todos los profetas son legendarios y permanecen sin documentar, lo cual no es obstáculo para que sus vidas aparezcan detalladas en los textos jainas (sus manuscritos originales, sobre hoja de palmera, son los más antiguos de India). Aunque no vamos a detenernos en los veinticuatro, sí conviene destacar, por la enorme veneración que suscitan y los muchos templos a ellos dedicados, a Adinath, el primero de todos, reconocible por su cuerpo amarillo y por su toro emblemático, y a Neminath, caracterizado por su color rojo y su concha marina, que ocupa el vigésimo segundo lugar.
En el jainismo no hay lugar para un dios creador y omnipotente, por lo que los jainas se declaran directamente ateos; pero el universo está poblado de innumerables almas individuales que viven prisioneras en la materia y sufren por liberarse, ya sean vegetales, animales o humanas. De hecho, consideran a las divinidades menores que decoran sus templos como una suerte de seres privilegiados, capaces de ayudar al hombre ocasionalmente a liberar su alma. Los jainas admiten la ley del karma (como todas las religiones de origen indio), de las reencarnaciones, pero la tienen en cuenta como algo peligroso, pues es precisamente lo que va creando un cuerpo excesivamente sólido, una prisión del alma o, como los jainas dicen, una especie de costra.
Practican las cinco abstenciones mayores: no matar, no mentir, no robar, no caer en la incontinencia sexual y no ser codicioso. La primera abstención implica una total ahimsa o no violencia contra cualquier ser, por lo que ningún jaina puede ser agricultor, ya que con el arado puede dañar o matar a los animales que viven bajo tierra. Son estrictamente vegetarianos, hasta el punto de comer tan sólo aquellas frutas y vegetales que cuelgan de las ramas. Desde el principio los jainas se dedicaron al comercio, a la orfebrería y joyería, a la cultura, administración y a todo tipo de servicios que no implicara daño a otros seres. Enseguida adquirieron un gran poder económico y cultural, a la vez que su total veracidad y honestidad les ganó la confianza de la gente y un gran respeto social. Los laicos llevan una vida austera y donan todas sus ganancias a los religiosos, y éstos las utilizan para construir unos riquísimos templos, adornar sus imágenes con metales y piedras preciosas, fundar hospederías, hospitales, escuelas, universidades y centros de investigación.
Un aspecto que llama mucho la atención es que los jainas admiten el suicidio; una suerte de suicidio muy especial, sólo aceptable en los religiosos que han alcanzado los últimos grados: éstos pueden dejarse morir por inanición en un estado de quietud y abstracción permanente. También excepcional resulta el que la escisión principal entre las dos sectas mayoritarias se haya basado en ir desnudos o vestidos. Los más reaccionarios y tradicionalistas son los digambara o del atuendo espacial, es decir nudistas, que se localizan principalmente en el sur; mientras los innovadores, que surgieron en el año 79 a. C., son los shvetambara, los del vestido blanco, más característico del norte, que restan importancia al hecho de que una ligera túnica aumente la prisión corporal del alma.
Durante la India antigua, es decir, mientras florecía el arte budista, las pocas imágenes jainas que nos han llegado muestran torsos masculinos desnudos (por ejemplo, dentro del estilo Maurya), y alguna imagen de culto de tirthankaras similares a los Budas de Mathura, aunque en una total desnudez y con un símbolo jaina tatuado en el pecho. Cabe suponer que sus recintos rituales fueran cuevas (las de los ascetas desnudos de época Maurya) y que las ciudades sagradas, que hubieran edificado templos en madera, se remodelarían y reconstruirían en piedra en épocas posteriores.
Durante la India Hindú los jainas, encumbrados gracias a su poder económico, ocupan altos cargos de la administración llegando, incluso, a ser ministros y consejeros directos de los príncipes hindúes. Sus templos, aunque en mejores materiales, apenas se diferencian de los nagara rajput o de los vimana drávidas; únicamente se aíslan dentro de un recinto tapiado, constituido interiormente por celdas individuales para los monjes y capillas de tirthankaras, y los edificios cierran sus vanos con celosías para conseguir un ambiente propicio a la meditación.
Es ahora cuando la iconografía de los digambara y de los shevetambara empieza a representar de forma diferente a sus tirthankara. Los digambara o nudistas ofrecen una estatuaria más realista en piedras austeras, aunque siempre la concepción plástica sea totalmente sacra, con un único punto de vista y un fuerte hieratismo. Los shvetambara o vestidos estilizan exageradamente sus imágenes, siempre en mármol blanco, con incrustaciones de piedras preciosas en sus ojos; suelen revestir el mármol con láminas de oro y plata.
Gracias a su ejemplar comportamiento social y a su total ahimsa (no violencia) pudieron convivir pacíficamente en la India islámica, si bien sus lujosos santuarios se encuentran apartados de los núcleos urbanos y sus ciudades santas se elevan en montañas de difícil acceso.