Comentario
Aunque firme y decidida, la reacción del Ejército Rojo ante el ataque alemán resultó carente de efectividad por varios motivos -además de las purgas militares de Stalin-, ya que Rusia tenía ciento ochenta divisiones, pero la mayoría estaban muy atrás de las líneas de combate.
El Kremlin comprendió en seguida que sin montar una retaguardia bien organizada en sus inmensos territorios del este, no existirían materiales bélicos para sostener a los hombres que debían combatir en las batallas de la lejana victoria. De igual modo, y para levantar la moral, fue movilizada como nunca la propaganda soviética por el Partido Comunista y el Gobierno, con el eslogan de "Todo para el Frente, todo para la victoria", y con el firme propósito de convertir el país en una inexpugnable fortaleza.
Hitler había calculado que antes de la llegada del temible invierno ruso sus divisiones móviles habrían sobrepasado con creces Moscú y Leningrado, logrando una victoria aplastante en la zona europea de la URSS. En el bando contrario, en la parte occidental del Viejo Continente, nadie otorgaba apenas posibilidades a Stalin, incluso el propio Winston Churchill, quien pensaba que la Alemania de Hitler aplastaría militarmente a la URSS en un período de ocho semanas.
La blitzkrieg avanzaba a un ritmo impresionante en todas las fronteras europeas de la Unión Soviética. Para el Gobierno de Moscú era muy difícil saber si sus tropas serían capaces de frenar la embestida nazi e impedir la ocupación de las principales ciudades: Jarkov, la capital de la nación, Leningrado, Kiev y Stalingrado, así como la gran zona industrial del Donbass.
Para no correr el menor riesgo posible y antes de esperar un debilitamiento enemigo -dado que el increíble ritmo del avance desgastaba sus blindados y camiones por carreteras muy primitivas-, Stalin dio las primeras órdenes para establecer el principio general de evacuación de la industria de interés bélico.
Realmente, para la URSS era un asunto de vida o muerte, una colosal transformación del potencial económico para luchar contra el invasor germánico al límite de las posibilidades, movilizando hacia el este todas las energías técnicas y humanas.
Al día siguiente del ataque alemán por sorpresa, se aplicó ya el proyecto de movilización concerniente a la industria de municiones, ya aprobado por el Kremlin el 6 de junio de 1941. A un tiempo, había que reorganizar la fabricación de armamentos sobre bases nuevas. Todo ello dependía de la rapidez con que se pudiera trasladar la industria pesada a una retaguardia muy distante desde las áreas occidentales y centrales de la parte europea de la URSS, libre de bombardeos artilleros e incluso aéreos.
El 30 de junio de 1941, a los ocho días de producirse la invasión, el Comité Central del Partido Comunista y el Consejo de Comisarios del Pueblo lanzaban a un tiempo el plan definitivo para la completa movilización de la economía nacional, a la vez que se preveía un fuerte aumento de las extracciones de carbón y petróleo, de la producción de acero y hierro, de diversos metales y también de la amplia gama de máquinas herramientas.
Según los primeros cálculos del Kremlin, las industrias de guerra debían tener prioridad absoluta para el traslado al este y el reclutamiento de toda la mano de obra prevista, hasta lograr un aumento de la producción de un 26 por 100. Pero estas previsiones soviéticas quedaron cortas ante las terribles pérdidas materiales sufridas por el Ejército Rojo en los primeros meses de ofensiva germana.
Influía en ello el abandono de amplios territorios con economía muy importante. La rápida ocupación por parte del invasor de las grandes regiones industriales del sur y centro lograron modificar negativamente las condiciones en que se desarrolló la transformación de la industria soviética en guerra. Fue así como se tomó la decisión más importante: el transporte del grueso de las instalaciones fabriles hacia la retaguardia segura de la inmensa nación, convirtiendo el este soviético en la base principal que debía suministrar el material de guerra.
El 4 de julio de 1941 el Comité de Defensa del Estado encargaba a una comisión especial -presidida por N. Voznesenski, director general del Gosplan- la elaboración de un plan para instalar en el oriente soviético "... una segunda línea de defensa industrial". Cabe destacar que esta vastísima operación pretendía reinstalar las industrias que fuera posible evacuar en lugares con las materias primas precisas para su funcionamiento: carbón, petróleo y distintos minerales, o al menos, junto a fábricas similares. También se confiaba a tal comisión el hacer una relación de todas las empresas y del material cuya evacuación había empezado en dichas regiones; que tuviese en cuenta, en la elaboración de ese plan, las industrias de base y de acabados, de forma de poder obtener una producción con ciclo completo.
El vasto plan del movimiento de reimplantación industrial quedó ultimado a finales de junio de 1941. La elección de los Urales, Siberia y distintas regiones situadas más al este del Volga para la evacuación de las grandes factorías fue guiada en gran parte por consideraciones estratégicas; pero se debe consignar que contaba con una base importante de partida, pues la industria soviética ya había instalado antes del conflicto con Alemania una considerable reserva industrial -por medio de los anteriores planes quinquenales-, sobre todo con instalaciones metalúrgicas y carboníferas.
El grueso de la industria a transportar iría a los Urales, una impresionante cadena montañosa en paralelo con el frente de batalla, formando la excepcional línea de fortificación económica, rica por sus yacimientos naturales y la abundancia de fábricas de todo tipo y centrales hidroeléctricas.