Comentario
De todos los pintores adheridos al Manierismo avanzado, activos en Roma y en Florencia, ninguno contribuyó más a la consagración de la maniera miguelangelesca como Giorgio Vasari, el cretino nacido en 1511 a quien Cosme I convirtió en su asesor artístico para la empresa de prestigiar a Florencia como corte de la dominación granducal. Su entusiasmo por Buonarroti ya quedó anotado en la inspiración de sus tareas arquitectónicas de los Uffizi y el Palacio Viejo, y aun más en todas las menciones que le dedica en sus famosas "Vidas", donde le considera cumbre inasequible de la creación artística.
En su calidad de inspector de los trabajos de remodelación de la Señoría, en los que tuvo absoluta permisión de Cosme para el entero programa iconográfico, imprimió a los artistas a sus órdenes una cierta homogeneidad que no asfixió del todo la particular dicción de los colaboradores, que a veces le superan en talento e imaginación. Le interesó fijar las normas por las que se venían rigiendo las corporaciones y gremios artísticos, a través de la Academia del Disegno, fundada por él bajo la tutela de Cosme, en la que contó con el apoyo de pintores, escultores y arquitectos, Bronzino, Montorsoli y Francisco Sangallo entre ellos.
Su estilo es indudablemente ecléctico, con préstamos de Rafael y muy cuantiosos de Miguel Angel, y aparece ya asumido cuando, al volver de su viaje a Roma con Salviati, pinta su Inmaculada Concepción para Los Santos Apóstoles de Florencia (1541), en la que se sabe fue asesorado en su compleja iconografía por eruditos del clero. Precisamente fue Paolo Giovio su mentor en la más antigua decoración por él realizada en el salón magno del Palacio de la Cancillería de Roma, que para ensalzar a Paulo III le encomendó el cardenal Farnesio. Se conoce con el nombre de la Sala de los Cien Días por haber sido realizada, con ayuda de un numeroso equipo, en ese corto tiempo, razón por la que decae la calidad de sus gesticulantes figuras, a veces teñida de extravagancia gratuita, entre marcos fingidos de pronunciado diseño manierista.
Ocupa desmesurado extensión la cobertura pictórica emprendida en la decoración del Palacio Viejo florentino, el encargo más ansiado por Cosme para rubricar su poder autocrático, enlazando las glorias de la Roma clásica con la exaltación de la familia Médicis. La Estancia de los Elementos (1556-1559) contiene algunos selectos desnudos y está arropada con fábulas antiguas que, sugeridas por eruditos mentores, rememoran sucesos parangonables con la monarquía presente. La historia de la familia Médicis engloba la glorificación medicea en el Quartiere de León X, entroncada con los dioses olímpicos. En el techo y en sus numerosos paneles, que rivalizan con los del gran salón del Palacio Ducal veneciano, y en los muros del enorme Salón de los Quinientos, se cantan las victorias de Florencia, olvidando las Batallas de Anghiari y Cascina que bosquejaron Leonardo y Miguel Angel.
Lejos de la cansina y declamatoria magnificencia de estos murales, el Studiolo de Francisco I contiene, en su oscura clandestinidad que no tiene ventanas, una de las más fascinantes alhajas de la pintura manierista. Concebido como una gran arqueta rectangular cubierta por bóveda de cañón, como un joyero convertido en íntimo despacho, fue recubierto interiormente por una exquisita colección de cuadros de profunda y sugestiva erudición suministrada por Borghini, que lo convierten en uno de los programas más variados jamás reunidos.
Bajo la tutela de Vasari, que únicamente se reservó el tema de Perseo y Andrómeda, alusión al origen del coral, un equipo selecto de pintores,. más de una veintena, dio color a un amplio repertorio de temas mitológicos, bíblicos o científicos (1570-1573). Sólo dos son retratos, los tondos de Cosme I y Eleonora de Toledo por Bronzino, que ocupan los dos medios puntos bajo la bóveda. Los demás cuadros, en formato no muy grande y de formato elíptico más de la mitad de ellos, desgranan episodios míticos como la Caída de Icaro, Las hermanas de Faetón, Jasón y Medea, Hércules, Dánae, junto a los bíblicos Paso del Mar Rojo o El profeta Daniel, sin olvidar personajes de la historia helénica o troyana, Eneas, Alejandro, Darío.
Sobresalen entre los más originales las escenas referentes a los cuatro elementos: aire, agua, tierra y fuego, y se relatan faenas en una mina de diamantes, extracción del ámbar, pesca de perlas, una fábrica de tejidos de lana y un taller de vidriero. Este último es pintura de Giovanni Stradano, pintor originario de Brujas (Jan van der Straat, h. 1523-1605), que también fue cartonista de la tapicería florentina. Entre los demás, no todos domeñados por la manera de Vasari, serán luego cultivadores de la maniera madura, como Allori, Macchietti, Maso di San Friano, Santi di Tito y Zucchi.
La última tarea pictórica llevada a cabo por Vasari hasta su muerte en 1574 en Florencia fue tal vez la más desaconsejable. Revistió el interior del cupullone de Brunelleschi con una gloria de Santos y estratos de nubes que desgraciadamente enmascara el atrevido y cristalino ingenio brunelleschiano.