Comentario
A partir del día 7 de diciembre de 1941, en que tiene lugar el ataque contra la base de Pearl Harbor, se desencadena con extrema rapidez el despliegue militar japonés sobre el espacio del Pacífico. Durante las primeras etapas del mismo fueron las fuerzas de la Commonwealth las que debieron enfrentarse -y finalmente retirarse- ante el empuje nipón. Pero el ataque dirigido contra el archipiélago filipino había de constituir la primera ocasión en que se enfrentaron directamente los adversarios que habían de contender durante los siguientes cuarenta y cuatro meses: los Estados Unidos y el Imperio japonés.
Los norteamericanos mantenían en el país, desde el momento de su obligada cesión por España en 1898, una especie de protectorado que no era ocultado por unas aparentes formas de independencia. Esta circunstancia había hecho nacer entre la población filipina un creciente malestar dirigido en contra de esta dependencia. Un estado que ahora la propaganda japonesa trataba de instrumentar en su favor. Al igual que hacía en el resto de los países asiáticos colonizados por las potencias europeas, Japón se presentaba como liberador de las nacionalidades oprimidas, y encontraba así unas condiciones favorables entre amplios sectores de opinión que le sirvieron para facilitar su conquista y fortalecer de forma inicial su presencia en ellos.
La isla de Luzón, la mayor y más próxima al Japón dentro del conjunto filipino, fue el objetivo de los primeros ataques organizados por el Alto Mando militar de Tokio. Estos dieron comienzo en las horas centrales del día 10 de diciembre de 1941, saldándose rápidamente con los mejores resultados por medio de un impetuoso avance que no pueden contener ni las fuerzas filipinas ni las norteamericanas que luchan a su lado. El general Mc Arthur solicita entonces de Washington permiso para bombardear la isla de Formosa, desde donde partían los ataques enemigos, pero su petición no es tenida en cuenta y debe decidir una apresurada retirada hacia el sur en busca de lugares adecuados donde hacerse fuerte.
Mientras tanto, Manila, la capital, soporta intensos bombardeos, lo que obliga al almirante Hart a retirar de sus bases a la flota de guerra norteamericana allí apostada. Con ello, esta zona vital queda absolutamente desguarnecida y abierta a la acción de los invasores. McArthur ha llegado para entonces a la pequeña península de Batán, que se convertirá, junto con la isla de Corregidor, en el único foco de resistencia durante varios meses más. El día 2 de enero de 1942 termina el asedio de Manila, y el XIV Ejército japonés desfila eufórico por las avenidas de la capital al mando del general Homma. Esta simbólica conclusión de la conquista había de verse, sin embargo, oscurecida por la presencia de aquellos dos exiguos enclaves, que se convertirían en objetivos prioritarios a anular por parte de los vencedores del momento.
La situación dominante en el interior de la península de Batán no puede ser, por otra parte, más negativa. El enclave se encuentra defendido por un total de 65.000 soldados filipinos y alrededor de 15.000 norteamericanos, en general deficientemente pertrechados y peor entrenados. Las pérdidas sufridas a lo largo de los combates habidos superaban ya para entonces la cifra de 13.000 hombres, y los que todavía resistían se encontraban físicamente agotados y moralmente debilitados. Sin embargo, justamente una semana después de la caída de Manila, el primer ataque japonés lanzado contra esta posición será enérgicamente detenido por la artillería, en la misma forma en que lo es el emprendido durante la noche del siguiente día 12.
El avance nipón se convierte así en algo especialmente dificultoso, a pesar de la gran diferencia existente entre ambos contendientes en cuanto a los medios de que disponen. Los japoneses no cesan de incrementar sus efectivos humanos y materiales, mientras que por el contrario Mc Arthur no consigue obtener nuevos aprovisionamientos, a pesar de la insistencia manifestada ante sus superiores en los Estados Unidos. Pero, por el momento, los sucesivos ataques lanzados por los japoneses en los últimos días del mes de enero solamente supondrán un elevado número de bajas causadas por la acción de la artillería de los resistentes. Ello hace que el mes de febrero sea dedicado a la reparación de los daños sufridos, a la espera de que el angustioso clima reinante en el interior de la posición acabe por entregársela en un breve plazo de tiempo.
En efecto, las deficientes condiciones materiales existentes son marco de los permanentes enfrentamientos que se producen entre filipinos y norteamericanos. Los primeros acusan a los segundos de someterles a un trato desigualitario, situándoles en los puestos de combate más peligrosos y entregándoles ínfimas raciones alimenticias. Al mismo tiempo, la propaganda japonesa actuaba por medio de un persistente lanzamiento de folletos en los que se exhortaba a los nativos al abandono de la resistencia. Esto haría nacer un extenso sentimiento de entreguismo entre el contingente de filipinos, que el mando norteamericano se vio obligado a anular de la forma más drástica.
Mc Arthur tiene ya por entonces clara conciencia de la real imposibilidad de resistir durante más tiempo, pero trata de prolongar la situación con ánimo de mantener a los japoneses ocupados en una acción concreta e impedir, siquiera parcialmente, su avance. Para entonces, ya han caído sucesivamente las colonias británicas de Hong Kong, Birmania y Malasia -con la ciudad de Singapur- y la holandesa de Indonesia. Japón se manifestaba así como el dueño absoluto de la situación, y miraba amenazante hacia la India y Australia. Finalmente, el día 10 de marzo de 1942, una orden del Presidente Roosevelt decide la retirada de Mc Arthur y su estado mayor hacia Australia. Desde allí tomaría el mando absoluto de las fuerzas que estaban organizándose para pasar a la contraofensiva, una vez detenido el avance enemigo.
En el momento de emprender la marcha, el general dirige un breve discurso a sus fuerzas, y lo concluye con la célebre expresión "Volveré", que a partir de entonces iba a servir como consigna tanto para los movimientos de resistencia interior como para la acción liberadora que se emprende desde el exterior. Quedan así en el enclave sus defensores, que -lo saben ellos tanto como sus adversarios- solamente deben esperar el momento de una nueva ofensiva, en este caso la definitiva. El ataque se inicia el 3 de abril, mediante una operación de cerco que no se encuentra ya con los mismos grados de resistencia mostrados hasta entonces. La ocupación de Batán es de esta forma una mera cuestión de tiempo.
Los bombardeos se incrementan día a día, hasta que durante la jornada del 9 explotan los depósitos de combustible que aprovisionaba a los cercados. Esto impide ya de forma definitiva la continuación de la resistencia, por lo que se impone el hecho consumado de la rendición. Comienza a partir de entonces el largo martirio para los sobrevivientes -64.000 filipinos y 12.000 norteamericanos- que en medio de las más espantosas condiciones son obligados a recorrer la isla de Luzón camino de los campos de concentración que les esperan. Los japoneses tratan a los vencidos con la más extrema brutalidad, fomentando el incremento de muertes debidas al agotamiento o la enfermedad producidas por los malos tratos recibidos y la carencia de alimentos y atención médica.
También parece haber llegado la hora para el enclave de Corregidor, que obviamente no puede subsistir sólo, una vez caído el de Batán. Sin embargo, a pesar de las circunstancias, la pequeña isla se mantendrá libre durante cuatro semanas todavía. Los japoneses, decididos a terminar con esta mínima resistencia que les impide completar la conquista del archipiélago, lanzan sobre ella enormes cantidades de munición, que el día 4 de mayo llegan a suponer una cifra superior a los 16.000 proyectiles.
Las condiciones en que se desenvuelve la precaria existencia de los defensores no pueden ser más difíciles en todos los planos. A ellas viene a unirse la extrema dureza de los combates entablados, que en algunos casos llegan a producirse directamente cuerpo a cuerpo. El día 5 de mayo, una vez terminado el masivo bombardeo, los atacantes efectúan un gran desembarco contando con carros de combate. Esto decide ya de forma definitiva al general norteamericano Wainwright a la rendición. La enorme desigualdad de fuerzas en presencia ponía de manifiesto de la forma más evidente la imposibilidad de realizar cualquier esfuerzo destinado a resistir. Los prisioneros capturados se unen a sus compañeros de Batán en los campos de concentración, aunque en este caso el trato que reciben de los vencedores es menos duro que el soportado por éstos.
Mientras tanto, comienzan ya a organizarse en las zonas selváticas los iniciales núcleos de resistencia, formados tanto por civiles filipinos como por los soldados de esta nacionalidad que consiguen huir de sus centros de prisión. Habían sido necesarios cinco meses para la conquista del archipiélago, la operación más difícil de su proceso expansivo. La extrema dureza con que los conquistadores tratarían a la población había de servir para anular en muy poco tiempo las esperanzas puestas en la prometida liberación nacional.