Comentario
El 1 de julio de 1939, entre las armas de tierra y aire el Ejército estadounidense no sumaba los 130.000 soldados. De las nueve Divisiones que integraban la infantería, ninguna se acercaba a su plantilla de guerra. De las dos de caballería, ninguna podía disponer de la mitad de su personal. No siquiera existía una División blindada y las escasas unidades de tanques eran atendidas por apenas 1.500 hombres.
Algo más desarrollada estaba la Aviación, compuesta por 1.175 aparatos y 17.000 hombres.
Las bases de ultramar se encontraban defendidas por un total de 45.300 soldados. Como puede verse, los Estados Unidos no se encontraban preparados para afrontar una guerra a gran escala, con enemigos por aquel entonces mucho más potentes. Sin embargo, el potencial industrial y humano de los Estados Unidos se hallaba intacto, convirtiéndose en apenas tres años y medio en el "arsenal de las democracias".
Ajenos a la guerra en Europa, sólo a partir de Dunkerke comienzan a producirse sentimientos de inquietud por la expansión de los fascismos. Como reacción, el Congreso autoriza a finales de agosto de 1940 la movilización de la Guardia Nacional y, pocas semanas después, el servicio selectivo. El progreso es lento, de tal forma que a la invasión de la URSS por Hitler los Estados Unidos sólo han podido reforzar levemente sus bases de ultramar, pues la legislación vigente impide el traslado de efectivos fuera del hemisferio occidental y la permanencia en el servicio militar por más de un año. Finalmente, el Congreso acabó por aprobar la Ley de Ampliación del Servicio Selectivo, rompiendo los límites de actuación del Ejército norteamericano y permitiendo incrementar los efectivos hasta un número de 1.500.000 soldados.
La modernización y adecuación para la guerra del Ejército norteamericano es emprendida por el jefe del Estado Mayor, general George C. Marsahll, ayudado por W. Bedel Smith, L. T. Gerow, B. Somerwell, P. J. Hurley, J. T. MacNarney, W. K. Harrison, G. V. Strong, W. Donovan, H. H. Arnold, Mark Clark, G. S. Patton o Eisenhower, entre otros.
El potencial aliado contaba con 307 aviones americanos en Filipinas (incluidos 35 bombarderos B-17), 158 aviones británicos en Malaya, anticuados en su mayor parte, y otros 37 en Birmania; Holanda contaba con 144 aparatos no mucho mejores en sus colonias. En cantidad y en calidad la superioridad aérea japonesa era aparente (28).
Otro elemento a valorar era el portaaviones. Yamamoto fue el primer japonés en vislumbrar que el portaaviones relegaría rápidamente al acorazado y sobre esta hipótesis realizó sus planes. En diciembre de 1941 Tokio disponía de 10 portaaviones, contra siete americanos (tres de ellos estaban en el Pacífico). Sin embargo, Washington tenía en construcción en esos momentos 17 portaaviones, mientras que los astilleros japoneses sólo trabajaban en cinco grandes portaaviones y trasformaban dos grandes buques de pasajeros. La superioridad japonesa era evidente en 1941, pero el tiempo discurría en su contra.