Comentario
Estos reveses lograron, finalmente, que Berlín permitiera los repliegues de los salientes de Demiansk y Gjatzk, que se efectuaron durante el mes de marzo con perfecto orden... Pero Hitler ya no pensaba en esos salientes, sino en otro situado más al sur: en el de Kursk.
El 15 de abril de 1943 firmaba Adolf Hitler su orden de operaciones número 16: se trataba de poner en marcha el 3 de mayo la Operación Citadelle, maniobra de tenaza sobre el saliente de Kursk, ocupado a la sazón por casi un millón de soldados soviéticos.
Este saliente, de unos 200 kilómetros de ancho por 150 de profundidad, se había producido como consecuencia de la ofensiva soviética de noviembre de 1942 y de los contraataques de Manstein en marzo. Hitler pensaba en Kursk como en una inmensa golosina: terreno apropiado para el juego de sus carros, para montar una tremenda pinza que aniquilase de un golpe a 9 ó 10 ejércitos soviéticos. Berlín recobraría la iniciativa en el Este y Moscú volvería a estar a su alcance.
No eran tan optimistas sus generales. Guderian, Inspector General de las fuerzas acorazadas alemanas, se opuso, alegando que el golpe, en el mejor de los supuestos, también agotaría mucho a las propias fuerzas y no podrían reponerse rápidamente las pérdidas. Por otro lado, las unidades acorazadas se precisarían pronto en el oeste, pues la derrota de Túnez -ya bien evidente para entonces- presagiaba el desembarco aliado en el continente europeo. Finalmente Guderian explicaba que el nuevo y poderoso Panther, el carro del que tanto esperaba la Wehrmacht, tenia todavía las múltiples enfermedades infantiles de los materiales nuevos y que no había ninguna probabilidad de superar estos defectos antes el comienzo de la ofensiva.
También se opuso von Manstein. Compartía parte de los puntos de vista de Guderian y tenía un plan alternativo mucho más astuto; era preferible disponer una fuerte línea defensiva en el Dniéper y retirarse lentamente hacia ella cuando se produjera la previsible ofensiva soviética, sembrando el camino de trampas, obstáculos y emboscadas.
Cuando la ofensiva soviética hubiera llegado a su apogeo, cuando sus ejércitos estuvieran dispersos, un tanto desordenados, cansados y gastados, una poderosa reserva que tendría de dos a tres meses para organizarse caería sobre los ejércitos rojos, los cortaría entre el Dniéper y el Don y los coparía contra el mar de Azov ....
Tampoco amaban Citadelle el general Model, que debía formar la pinza izquierda de la tenaza con su 9.° Ejército, ni von Mellentin, jefe del Estado Mayor del 48 cuerpo de ejército panzer. Hitler, en vez de reconsiderar Citadelle y adoptar alguna de las posibilidades que se le ofrecían, hizo lo peor que podía ocurrírsele: confirmar el plan y posponerlo en espera de disponer de mayores medios de combate.
En definitivas cuentas, su única oportunidad -la sorpresa- quedaba eliminada. Stalin y sus generales dispusieron del tiempo necesario para preparar el campo de batalla y el adecuado recibimiento a los alemanes.
Efectivamente, Moscú pudo detectar pronto los preparativos enemigos frente a sus líneas, y, además, su espía Rossler tuvo en sus manos una copia de la orden de operaciones número 16 pocos días después de que Hitler la emitiera. Increíblemente, las informaciones de Rössler fueron tan precisas que, por ejemplo, en julio comunicaba a Moscú los efectivos alemanes (aliados incluidos, salvo Finlandia) en el frente del Este: 210 divisiones; el diario del Estado Mayor de la Wehrmacht del 7 de julio enumera 210 divisiones y 5 regimientos. ¡El espía comunista se equivocaba apenas en un uno por ciento!