Comentario
No se puede dejar de citar esta importante parcela de la producción artística española del siglo XVII, ya inexistente porque se originó sólo para un momento determinado, pero sin embargo extraordinariamente representativa de la función y el carácter del barroco hispano, que hoy podemos conocer mediante dibujos o relatos de la época.Fue un arte realizado con sencillos materiales -madera, cartón, tela, estuco-, que ocultaban su pobre condición bajo la monumentalidad o la originalidad del diseño y la exuberante riqueza de la ornamentación. Arquitectura, escultura y pintura participaban de la configuración de este tipo de obras, algunas creadas para los interiores de los templos, como los monumentos de Semana Santa y los catafalcos para las honras fúnebres de personajes reales, y otras, las más numerosas y representativas, destinadas a vestir la ciudad con motivo de importantes acontecimientos. Arcos de triunfo, columnatas, pirámides, pedestales con figuras y otros diversos adornos engalanaban la ciudad, sus plazas, puertas y calles, especialmente la Calle Mayor, para conmemorar y dar relieve a las entradas de los reyes o de personajes ilustres, a las proclamaciones de los herederos de la Corona, a las canonizaciones, a las procesiones religiosas, a los actos de acción de gracias, etc.Muchos de los principales artistas del XVII proyectaron este tipo de obras: Gómez de Mora, Pedro de la Torre, Alonso Cano, Herrera Barnuevo, José del Olmo, etc., mostrándose en general más audaces e imaginativos que en su arquitectura real. Por este motivo las decoraciones efímeras fueron un campo de experimentación y avance, y generaron una influencia decisiva para la evolución de la arquitectura en España, abriendo el camino de las renovadas fórmulas que imperaron en las últimas décadas del siglo. Expresión teatral, mezcla de lo religioso y de lo profano, el arte efímero utilizó un lenguaje espectacular y persuasivo, probablemente con la intención de ocultar la decadencia del país y a la vez proporcionar al pueblo un mundo participativo de riqueza y de alegría en el que olvidar, aunque sólo fuera por un momento, sus difíciles condiciones de vida.