Comentario
En 1663 fray Lorenzo de San Nicolás escribía: "hoy está España, y las demás provincias, no para emprender edificios grandes, sino para conservar los que tienen hechos". Estas palabras reflejan la difícil situación económica que padeció España en el siglo XVII, especialmente en las décadas centrales del siglo. La actividad constructiva se vio, en general, afectada por la falta de recursos: materiales pobres, lentitud en los trabajos, interrupciones y demoras... Tampoco se llevaron a cabo empresas arquitectónicas ni programas urbanísticos importantes, como sucedió en otros países. Sin embargo, se levantaron numerosos edificios religiosos, debido a que la Iglesia fue el estamento que menos sufrió la recesión económica, recibiendo, además, la ayuda de la monarquía y de la alta nobleza para financiar sus construcciones. Asimismo, justifican este predominio de la arquitectura eclesiástica la hegemonía de lo religioso en la vida del país y la proliferación de órdenes monásticas, que incrementaron en esta centuria su política de fundaciones para poder acoger a todos los que por entonces profesaron en ellas, buscando el prestigio social que proporcionaban y también evitar la dureza de la vida civil.En general, las construcciones conventuales presentan escaso interés, siendo las iglesias el ejemplo más definitorio y destacado de la arquitectura barroca del XVII. Sin aportar soluciones novedosas, evolucionan a lo largo del siglo desde la sobriedad y planitud del geometrizante estilo posherreriano a una concepción más efectista y decorativa, que se generalizó en la segunda mitad de la centuria, abriendo el camino al lenguaje pleno de libertad y fantasía que imperará en el siglo siguiente.En las fachadas es donde más claramente se aprecia esta evolución. Los elementos constructivos ganan en plasticidad a medida que avanza el siglo, produciéndose una intensificación de los contrastes luminosos, que son también enriquecidos por el destacado relieve de los motivos ornamentales (escudos, placas geométricas, formas orgánicas). Las tipologías son variadas, pero la más frecuente es la que presenta un diseño vertical, con tres cuerpos entre pilastras gigantes y remate de frontón. Siempre están concebidas hacia el exterior, en función del entorno urbano, perdiendo su correspondencia con el interior según es característico en el arte barroco, que considera la fachada como un foco de atracción y comunicación, es decir, como un gran cartel de anuncio destinado a atraer al fiel.Aunque existen algunas plantas centrales (Bernardas de Alcalá de Henares, San Antonio de los Alemanes de Madrid, capilla de los Desamparados de Valencia), los esquemas longitudinales son los más frecuentes. Una sola nave, capillas laterales entre contrafuertes y protagonismo de la cúpula, levantada sobre ancho crucero de brazos poco desarrollados, es la organización más habitual en las iglesias españolas de la época, que recogen tanto la tradición anterior como la influencia jesuítica.En los interiores, el espacio y la luz son utilizados por los arquitectos para crear el clima emocional adecuado para la exaltación de la fe católica. Los muros son generalmente estáticos, pero las superficies se activan mediante elementos decorativos superpuestos.Capítulo importante también dentro de la arquitectura religiosa de la época es la serie de sacristías, sagrarios, torres, fachadas y camarines que se añadieron a edificios ya existentes. Con ello se pretendía no sólo mejorar construcciones anteriores, sino también adaptarlas a las exigencias de las nuevas ideas contrarreformistas. Sin duda, su éxito se debió, en gran parte, a que resultaba una actividad constructiva asequible para una economía en precario.La arquitectura civil tuvo un desarrollo bastante menor que la eclesiástica. La falta de recursos y el descenso de población en muchas ciudades, abandonadas también por las familias nobles que emigraban a la corte, motivaron que este tipo de actividad fuera muy poco relevante o casi inexistente en amplias zonas de la geografía española. Sólo Madrid escapó a esta situación por su condición de capital, y además reciente. El aumento de población, el asentamiento de la nobleza, las necesidades generadas por la corte y el deseo de dotarla de una imagen representativa por parte de la monarquía favorecieron el auge de las construcciones de carácter civil. Arquitectura doméstica, edificios públicos y residencias palaciegas fueron realizadas en número importante a lo largo del siglo. La reforma y ampliación del Alcázar de los Austrias y la construcción del palacio del Buen Retiro son los principales ejemplos de las obras emprendidas por los reyes en este período.Plantas cuadradas o rectangulares con patio interior, empleo del ladrillo visto y la piedra como materiales constructivos, e interés por los volúmenes cúbicos, disponiendo torres con chapiteles en los ángulos son las características más habituales en este tipo de edificios, cuyo diseño se relaciona con estructuras anteriores, aportando escasas novedades. En general, los exteriores eran monumentales, pero muy sencillos, en contraste con la riqueza de obras de arte que ornaba los interiores.La arquitectura civil y la religiosa son, por consiguiente, los principales ejemplos constructivos de la arquitectura española del siglo XVII. No obstante, para completar su estudio es necesario analizar también los planteamientos urbanísticos -escasos-, los retablos y las decoraciones efímeras, así como la aportación teórica. Todo ello configura el panorama arquitectónico de la época, que tiene como principal campo de acción a Madrid, que por ser la capital irradió una vigorosa influencia sobre amplias zonas de la Península, aunque algunos focos regionales desarrollaron un lenguaje muy personal.