Época: Barroco14
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1650

Antecedente:
Los grandes maestros de mediados de siglo
Siguientes:
La obra de Zurbarán

(C) Trinidad de Antonio



Comentario

El título que encabeza estas líneas corresponde a uno de los estudios más significativos realizados sobre Zurbarán (P. Guinard, ed. española, Madrid, 1967), en el que, además de analizar las cualidades y la trayectoria de su arte, se puso de relieve la que fue su principal aportación a la pintura española del Barroco: el reflejo de la vida, las creencias y las aspiraciones de los ambientes monásticos, para los que el pintor realizó prácticamente toda su obra.Esta clientela conservadora le llevó al éxito, pero también condicionó su pintura, porque los encargos de los monasterios se solían ceñir a modelos establecidos, e incluso en los contratos se hacía constar en ocasiones que en sus cuadros debía de poner "las figuras o cosas que el prior mande", y que le serían devueltos si no se ajustaban a los deseos de la orden. En estos deseos primaban fundamentalmente la corrección religiosa, la ortodoxia de los temas y el decoro, quedando en segundo lugar la habilidad estética.Como consecuencia de este planteamiento su pintura se convirtió en un magnífico exponente de la sencillez y del carácter fervoroso de la vida monástica, que él plasmó con un estilo realista, simple, a veces hasta torpe, ajeno a cualquier artificiosidad o complicación compositiva, porque su única intención, y lo que se le exigía, era representar figuras y escenas de manera precisa y legible, para que cumplieran su misión ejemplarizante destinada a los frailes, exaltando además los méritos de la orden. Sin embargo, Zurbarán, que no fue hábil ni imaginativo en sus composiciones, alcanzó sus mejores logros pictóricos en la representación de expresiones llenas de espiritualidad y dulzura, con una dedicación especial a las visiones místicas, a los éxtasis y a la sosegada reverencia, que plasmó en imágenes totalmente ajenas al dramático dolor que imperaba en otros ejemplos artísticos de la época.Los ciclos monásticos forman, por consiguiente, el núcleo esencial de su producción. Este tipo de obras fueron muy frecuentes en el siglo XVII, sobre todo en Andalucía, y, aunque existían precedentes, como la serie de la Cartuja de Granada de Sánchez Cotán (1615-1617) y la de la cartuja del Paular de Vicente Carducho (a partir de 1626), los trabajos de Zurbarán consolidaron las características de estos conjuntos, tanto por su número como por su perfecta adecuación a los intereses de los comitentes. Todos estos ciclos estaban integrados por grandes lienzos destinados a decorar los monasterios, siguiendo una idea programática y didáctica, que determinaba la elección y la ordenación de los temas. Las escenas de la vida de Cristo se disponían en la iglesia, los distintos episodios de la existencia del santo fundador en el claustro, y en la biblioteca y en la sala capitular se colgaban los retratos imaginarios, pero pintados como reales, de los miembros más distinguidos de la orden.La dedicación a estos conjuntos cimentó el éxito y la fama de Zurbarán, que fue sin duda el más importante pintor activo en Sevilla desde 1630 a 1645 aproximadamente. Nada hacía sospechar en los comienzos de su vida que llegaría a ocupar un puesto preeminente en uno de los principales focos artísticos de la España del XVII. Nacido en Fuente de Cantos (Badajoz) en 1598, inició su aprendizaje, según Palomino, a los doce o trece años con un discípulo de Luis de Morales en Badajoz, aunque la única noticia cierta que se sabe sobre su formación hace referencia a su entrada como aprendiz, en 1615, en el taller sevillano del desconocido pintor Pedro Díaz de Villanueva, en el que permaneció durante tres años, para después instalarse en Llerena (Badajoz) donde comenzó su actividad pictórica.En 1626 recibió el primer encargo de Sevilla, que le sirvió para ir introduciéndose en los ambientes artísticos de la ciudad, donde se instaló definitivamente a partir de 1629 por invitación del propio Cabildo hispalense, que le consideró como un "consumado artífice" tras la terminación de sus cuadros para la Merced Calzada, a pesar de las protestas del gremio de pintores, con Alonso Cano a la cabeza, que pretendían hacerle pasar un examen.Zurbarán en ese momento ya había definido su personal estilo, formado como se dijo antes en los círculos sevillanos de principios de siglo, y probablemente también en el conocimiento de la obra juvenil de Velázquez. Su vocación naturalista y tenebrista se vio refrendada por las obras de Ribera que el duque de Alcalá llevó a Sevilla en los años treinta, aunque más que el detalle efectista Zurbarán buscó la estructura de la realidad, y sus sombras fueron siempre más suaves y transparentes que las del valenciano, porque para él no tenían una connotación trágica sino que eran un medio para acentuar el volumen y la plasticidad de las formas. Estas, monumentales y estáticas, aparecen configuradas por colores luminosos y un preciso dibujo que les presta el aspecto geometrizante, de planos esenciales y perfiles netos, característico de su lenguaje.Con él alcanzó gran prestigio, pero cuando en la década de los cuarenta irrumpió en la escena sevillana el arte de Murillo, representante de un nuevo gusto pictórico, más amable, decorativo y luminoso y ajeno a los rigores contrarreformistas, Zurbarán no supo evolucionar en la nueva dirección, y su estilo quedó anticuado porque ya no se adecuaba ni a los planteamientos estéticos ni a las exigencias de los clientes de la nueva etapa. Por este motivo, tras su muerte (1664) ningún pintor siguió su estela, salvo en América, donde la masiva llegada de sus obras en los años centrales del siglo creó una escuela dependiente de su concepción pictórica, que se mantuvo vigente hasta la siguiente centuria.Su arte cayó así en el olvido hasta el siglo XIX, momento en el que empezó a ser descubierto tras la apertura en el Museo del Louvre de la Galería Española del rey Luis Felipe, en la que figuraban muchas de sus obras, adquiridas después de la desamortización de Mendizábal. Los románticos valoraron su espiritualidad y, a principios del siglo XX, se le apreció especialmente por la estructura geometrizante de sus formas y por la intensidad de sus vidas inmóviles, cualidades coincidentes con la estética de Cézanne y del cubismo. Pero sólo las investigaciones y los estudios de las últimas décadas han permitido conocer el auténtico significado de su arte y situarle en el lugar que le corresponde, entre los más importantes pintores del barroco español.