Época: Barroco20
Inicio: Año 1550
Fin: Año 1700

Antecedente:
La imagen de la ortodoxia

(C) Victor Nieto y Alicia Cámara



Comentario

En la escultura iberoamericana se produce la misma complejidad de problemas estilísticos que hemos visto en otras artes. Incluso puede decirse que, en algunos casos, se ve acentuada por sus posibilidades de transporte e importación. Debido al protagonismo que adquirió la decoración esculpida en los edificios los talleres de escultores y decoradores desarrollaron una actividad importante e ininterrumpida. En este sentido, fue la labor de estos maestros la que en muchas ocasiones proporcionó una imagen específicamente americana a unos edificios proyectados de acuerdo con modelos y tipologías occidentales consagrados. Como en España, la escultura se realizó preferentemente en madera policromada, técnica a la que no tardó en incorporarse el empleo de otros materiales y procedimientos indígenas. La imaginería y la escultura de retablos acusa en los primeros momentos una derivación directa de las corrientes artísticas de la Península.Desde los primeros tiempos de la Conquista la importación de esculturas fue una práctica habitual que determinó que, desde un punto de vista formal, se ofrezca como un arte en íntima relación con las corrientes artísticas de la Península y en particular de las sevillanas como pone de manifiesto la Virgen de la Merced de la iglesia de Belén de la ciudad de México, el Cristo del Museo Bello (Puebla) realizado en marfil por el artista sevillano Gaspar Núñez Delgado, autor del Ecce Homo del convento de la Concepción en La Paz (Bolivia). En este sentido, de los talleres del manierismo tardío sevillano proceden las principales piezas de finales del siglo XVI como el retablo de la capilla de los Manci e de la catedral de Tunja (Colombia), obra realizada probablemente en 1583 por Juan Bautista Vázquez.La importante demanda de esculturas no solamente fue cubierta por las importaciones sino también por la actividad de diversos talleres locales y también por artistas llegados de la Península como el jesuita Bernardo Bitti, que está en Perú en 1583 realizando el retablo de la iglesia de La Compañía de Cuzco y del que se conservan algunos tableros muy representativos de una estilizada expresividad manierista. En relación con estas obras, aunque no tiene una importancia específicamente artística interesa destacar, por la repercusión que tiene en la escultura hispanoamericana, el que el escultor utilizase como material el maguey preparado con técnicas indígenas. La incorporación de esta técnica, para la que se disponía de material y mano de obra, facilitaba un soporte escultórico que una vez policromado, producía un efecto análogo al de la escultura policromada en madera. Junto a ello también se generalizó una solución surgida en el Cuzco: la escultura realizada con el lienzo encolado, limitando el empleo de la madera tan sólo para algunas partes como las manos. Estas soluciones abarataban el costo de la escultura, facilitaban su realización y hacían más rápido el proceso de ejecución. Pero al tiempo que se incorporaban estas técnicas se registra la actividad de escultores indios como Francisco Tito Yupanqui, autor de la Virgen de Copacabana (Bolivia), y Sebastián Acostopa Inca. Esta actividad de escultores indios fue ininterrumpida y con artistas de la importancia de Diego Quispe Curo, autor de un Cristo atado a la columna de 1657 (Museo de la Recoleta, Sucre, Bolivia). Estos artistas, aunque siguen el discurso de las tendencias españolas introducen con frecuencia una modulación más atemperada exenta de patetismos como se aprecia en la escultura de Tomás Tairu Túpac, autor de la Virgen de la Almudena en la iglesia del mismo nombre en el Cuzco.La hegemonía ejercida por Sevilla en el tráfico comercial americano determinó una constante proyección de las tendencias artísticas allí dominantes. De esta manera las oscilaciones del gusto y los estilos de los maestros más importantes tiene una continua presencia en América hasta el punto de ser en muchos casos una clara prolongación de la escultura española. Como en España, en donde se concibe como instrumento para atraer a la devoción, la escultura se orientó hacia unos planteamientos formales en los que la representación y la apariencia de lo real se utilizan como recurso para la persuasión. La escultura en madera policromada, con su síntesis de volumen y color y los efectos del estofado, fue un lenguaje adecuado que se utilizó de forma sistemática.El nexo principal entre América y España en la escultura está marcado por el nombre y la escuela de Martínez Montañés, que ejerció una influencia decisiva en Hispanoamérica como ponen de manifiesto las numerosas piezas que reflejan su influjo, como el Niño cautivo de la catedral de México, bien por ser importadas o realizadas en América por escultores influidos por el arte de este escultor, como la Inmaculada de la iglesia de la Concepción de El Tocuyo (Venezuela). Pero fue en Perú donde la presencia del estilo de Martínez Montañés se deja sentir con mayor intensidad. Además del envío de obras de la importancia del Retablo de San Juan Bautista para el monasterio de la Concepción de Lima, el estilo del maestro se difundió por la presencia en esta ciudad de seguidores suyos como Martín de Oviedo, Alonso de Mesa y Gaspar de la Cueva, autor del Cristo de Burgos de la iglesia de San Agustín de Potosí.La intensa demanda de esculturas posibilitó el desarrollo de talleres propios que ejercieron una ininterrumpida actividad. En Quito, existió desde el siglo XVI un número importante de imagineros, conocidos o anónimos, que desarrolló una importante labor con rasgos propios, como el valor conferido a la intensidad cromática de su policromía, si bien se acusa también la huella de escultores españoles como Montañés, Cano y Mena. Algunos como Bernardo Legarda acusan una cierta especialización en algunos temas como el de la Inmaculada debido al éxito que alcanzaron en relación con la intensa demanda de obras de este tema. En este sentido, cabe recordar también la difusión en todo el Río de la Plata de la imaginería cristiana inducida por los jesuitas entre los guaraníes de las misiones a la que éstos dieron un tratamiento y un estilo peculiarmente mestizo.En el siglo XVII, un artista indígena, Manuel Chili, conocido por Caspicara, que refleja ya en su escultura una modulación en sintonía con la de Salzillo, expresa una forma de religiosidad en la que el valor de lo patético ha sido desplazada por una expresividad atemperada como puede observarse en El Descendimiento de la catedral de Quito (Ecuador). Lo cual no quiere decir que fuera éste un fenómeno general. Es más, la contrapartida de esta atemperación tiene su expresión y paradigma en uno de los escultores más importantes del siglo XVIII: el brasileño Antonio Francisco Lisboa, más conocido por Aleijadinho. En torno a este artista, nacido en 1738, se ha generado una leyenda basada en el mito de la lucha del artista contra la adversidad. Arquitecto y decorador de su obra, como escultor ofrece una integración singular de la escultura en el entorno arquitectónico. Su obra de mayor empeño es la escalinata con esculturas del Santuario del Bom Jesús de Matozinhos en Congonhas do Campo, con doce estatuas de profetas que aciertan a introducir una movilidad impresionante en el conjunto. El escultor ha planteado la integración de la escultura en el atrio como un espectáculo escenográfico que se sigue mediante un itinerario a través de una estatuaria parlante. La idea de percepción de la escultura condicionada por un itinerario generando una coreografía congelada fue un recurso utilizado frecuentemente por este artista como, por ejemplo, en los Pasos de la Pasión de Cristo, realizados en madera policromada, situados en seis capillas en el acceso al Morro do Maranhao. La aportación de Aleijadinho radica en la plasmación de una expresividad independiente de las soluciones convencionales. En este sentido, dentro del arte colonial americano y del brasileño en particular su obra se muestra como una expresión independiente al margen de las codificaciones convencionales.A eso se deben los rasgos que han intentado identificarse con la inspiración en grabados o en soluciones medievales, pues la independencia de las normas clásicas conduce a soluciones afines aunque su hallazgo no sea el fruto de una búsqueda.