Comentario
El 22 de febrero, frente a los Comunes, un Churchill preocupado por aparentar el dominio de la situación confesaba: "Muchas gentes se han decepcionado con los progresos conseguidos desde la toma de Nápoles. La decisión de Hitler de enviar a Italia 18 divisiones no es desagradable para los aliados, pues hemos de luchar contra los alemanes en todas partes, salvo que permanezcamos quietos, mirando a los rusos. El general Alexander dice que la fiereza de la lucha que se libra en Anzio y Cassino sobrepasa la experiencia previa. Incluso usa, en un mensaje que acabo de recibir, la palabra terrorífico".Terrorífico era una definición, pero se quedaría corta en el futuro. La amenaza de Alexander de un bombardeo en serio sobre Montecassino no era vana. Bajo la dirección del general Eaker, comandante en jefe de las fuerzas aéreas aliadas en Italia, el servicio logístico del V Ejército transportó 600.000 bombas para que 775 bombarderos las arrojasen sobre los objetivos señalados.Freyberg ideó un golpe fortísimo y en puntos limitados. Indios y neozelandeses atacarían hacia la cota 193 (Rocca Janula) y el pueblo de Cassino. Ocupado éste, los gurkhas treparían monte arriba para expulsar a los paracaidistas de Heidrich. Además, la 78.ª División británica cruzaría el fatídico Rápido para lanzarse por Sant' Angelo in Theodice y alcanzar el tan deseable valle del Liri.En la noche del 14 y 15 de marzo, Freyberg retiró sus primeras y segundas líneas, para alejarlas del Apocalipsis que lo barrería todo al amanecer. Lo que siguió después dejaría impresionados a los mismos que lo habían planeado.Desde las 8 horas, los B-17, B-24, B-25 y B-26 volaron metódicos. Sobre la población y sus cercanías -un área de menos de un kilómetro y medio de largo por 400 metros de profundidad- cayeron 3.150 toneladas de bombas de alto poder explosivo. Inmediatamente después, los Thunderbolt, Mosquito y Tiphoon apuntillaron con sus cohetes y cañones de a bordo asentamientos de artillería, puentes y vehículos, centros de abastecimiento, puestos de mando, trincheras y pasarelas de acceso por todo el frente.A las 12,30, cuando apenas comenzaba a descender la altísima polvareda de la última alfombra de bombas, una concentración de 748 cañones dio comienzo a un bombardeo sistemático y demoledor sobre los mismos puntos. Hasta las 20 horas, se dispararían un total de 195.969 granadas.No se volvería a producir semejante saturación de fuego sobre objetivos reducidos hasta el bombardeo final de Berlín por la artillería de tres Cuerpos de Ejército soviéticos.El tremendo espectáculo aturdía. Parecía que Cassino y sus montes iban a hundirse en la tierra para no salir nunca más. Sin embargo, cuando a las tres y media los carros neozelandeses llegaron a la primera línea de Cassino, los panzerschrek, las minas y el revoltijo indescriptible de escombros y embudos los detuvo en seco. Tan sólo quedaban 160 paracaidistas alemanes con vida, pero parecían tres veces más. El éxito aliado llegó en Rocca Janula, por parte del 25.° Batallón, aunque luego él y su compañero del 26.° quedaron copados por los contraataques germanos.La noche fue tan terrible como el día. Después de ocho horas de preparación artillera, los hombres del Essex, de la 5.ª Brigada india, enlazaron con los neozelandeses y ocuparon la disputada cota 165.Montecassino dependía de una delgada línea de paracaidistas, el 1.° Batallón del 3.° Regimiento. Su jefe, capitán Rudolf Bhömler, superviviente de la odisea, vio cómo llegaba a sus líneas una figura tambaleante: un cabo primero, único superviviente de la 2.ª Compañía que había defendido hasta el penúltimo hombre la siniestra Rocca Janula.Al amanecer, el terrible forcejeo prosiguió. Los indios del Essex intentaron ocupar la cota 236 y fueron rechazados, pero los ghurkas del 9.° de Infantería consiguieron, en un combate cuerpo a cuerpo sin prisioneros, apoderarse de la rocosa cota 435, conocida con el acertado mote de Hangman Hill (Colina del Verdugo).Deslizándose luego por la espalda de la abadía, los gurkhas ascendieron hacia la cima. A medida ladera, el silencio era el único opositor. Sin resuello, subieron las últimas rampas y, en ese justo instante, las MG-42 y los morteros del recientemente llegado Regimiento 71.° germano les hicieron rodar, destrozados, pendiente abajo.Los paracaidistas lanzaron entonces un contraataque para recuperar la Colina del Verdugo. Recibieron el mismo trato que acababan de padecer los ghurkas. Agotados unos y otros, la situación era crítica, al mantener abierto un pasillo de poco más de un kilómetro con el eje de la abadía.Por ese estrecho corredor se colarían más refuerzos alemanes, el l.° Batallón del 4.° Regimiento paracaidista. De noche, estos hombres descendieron por la pendiente para atacar por sorpresa el espigón de la Rocca Janula.Conquistada, fue perdida y vuelta a recuperar de nuevo. Las unidades de ambos bandos desaparecían y nadie sabía cuándo una posición era de los suyos o no. A la mañana siguiente, con los ghurkas aislados en la cota 435 y teniendo que ser reabastecidos por vía aérea, los neozelandeses lanzaron un segundo intento con 17 carros. Ni uno solo de ellos escapó a los 88 alemanes ubicados cerca de Aquino o a las trampas de los paracaidistas.El 21 de marzo, Alexander convocó a sus oficiales para plantearles la posibilidad de suspender las operaciones. El único que se opuso tenazmente fue Freyberg, insistiendo en que todavía se podía romper el frente. Sir Harold aceptó a regañadientes.Fue otro fracaso del mismo cariz que los anteriores, y Alexander tenía ya bastante.La orden de sostener posiciones y esperar órdenes se hizo general. Ambos contendientes se esforzarían en las próximas semanas por acumular tantos hombres y material como para que los adjetivos ya empleados no tuviesen sentido.