Comentario
Al amanecer del 21 de enero, la orilla izquierda del Rápido, frente a Sant'Angelo, estaba ocupada por seis batallones norteamericanos preparados para el cruce del río y ocultos tras los matorrales y las redes de camuflaje, a los que la niebla que entonces se levantaba parecía añadir una salvaguardia definitiva. La tensión era enorme por los fracasos anteriores (1) y por la gran acumulación de pertrechos que, forzosamente, habrían sido advertidos por los alemanes, pero no había ni la menor huella de tropas alemanas.Desde que el V Ejército del general Mark Clark, tras desembarcar en Salerno, luchaba península italiana arriba, los aliados se habían enfrentado a dos hechos irreversibles: los ríos discurrían perpendicularmente a su avance, convirtiéndose en aquel invierno tan lluvioso en obstáculos muy difíciles de superar, y los alemanes habían montado una inteligente y tenaz defensa.En su lenta progresión hacia Roma, los Cuerpos de Ejército (Compuesto por el cuerpo expedicionario de Juin (Divisiones 2ª y 4ª marroquíes y 3ª argelina), 2.° Cuerpo de Ejército Keyes (Divisiones 34ª y 36ª), 10ª. Cuerpo de Ejército de McCreery (Divisiones 4ª, 46ª y 56ª); 6.° Cuerpo de Ejército, Lucas, que en esos momentos preparaba la operación Shingle) a las órdenes de Clark habían dejado atrás las fortificaciones de la línea Bernhard. Los alemanes, maestros en la lucha defensiva, y en posesión de magníficos observatorios para su artillería, habían convertido cada paso del río en una pesadilla. Así le ocurrió al V Ejército en el paso del Volturno, y ya cerca del Adriático, al VIII Ejército británico, en el paso del Sangro.Las tropas que les hacían frente, los alemanes del X Ejército de Von Vietinghoff, sembraron campos de minas en cada hondonada, en cada vuelta de río, en vados, laderas y sembrados; emplazaron en zig-zag nidos de ametralladoras cubriéndose entre sí y sin ángulos muertos; colocaron inesperadas trampas de contracarros -los temibles cañones 88- y, al acecho, sus pocos pero poderosos carros, los Panther y los Tiger I.Todos estos repetidos intentos de forzar posiciones que se alzaban incansablemente unos kilómetros más atrás habían hecho prever una agotadora y sangrienta lucha hasta la conquista de Roma, si antes no se producía un impacto demoledor en las líneas germanas.Ese impacto lo había intuido, calculado y llevado finalmente a término frente a sus generales el premier británico Winston S. Churchill. Era la operación Shingle, un ambicioso intento de romper las fortificaciones de la Línea Gustav en el Rápido y el Garellano, los dos ríos frente a los cuales esperaban la orden de ataque los hombres de Clark.El punto elegido por Churchill era Anzio, a sólo una hora de coche de Roma. Si se triunfaba, como parecía seguro, un formidable empuje de cuatro divisiones anglo-americanas barrería todo y podría apoderarse de Roma en pocos días.Los efectos políticos serían tremendos: el acoso y cerco de una gran masa de divisiones alemanas al sur de la capital italiana provocaría la inmediata llegada de refuerzos germanos desde las reservas ubicadas en Francia -con lo que se debilitaría la oposición frente a la ya muy avanzada operación Overlord en Normandía- y la ocupación de las dos terceras partes de Italia, con sus aeródromos y puertos intactos gracias al factor sorpresa, permitirían realizar el gran proyecto cumbre de Churchill: el ataque directo a los Balcanes por Trieste, en Yugoslavia.El avance directo a Viena y la posibilidad de atacar por la espalda al III Reich, ocupando todo lo que antes era el imperio de los Habsburgo: Checoslovaquia, Hungría y Austria, arrebataría a los ejércitos soviéticos -lindando ahora las fronteras orientales de Hitler en Polonia y Prusia- el gran bocado de la Europa del Este; imposibilitaría el futuro dominio de Stalin sobre esta porción vital del continente -obsesión creciente en Churchill- desplomaría la estructura policíaco militar de la Europa Hitleriana y produciría como final lógico la conclusión de la guerra para este mismo año.Frente a Sant'Angelo, el silencio era absoluto. Cuando la niebla se solapó con el cauce de agua, llegó la señal. Las primeras secciones introdujeron los botes de goma y las lanchas en el agua helada.Apenas habían comenzado a avanzar cuando un fuego tremendo taladró la lechosa claridad, sembrando la muerte y la confusión entre los asaltantes. La 94.° División Panzergrenadier esperaba a los norteamericanos perfectamente camuflada y con todas sus armas enfiladas contra el río.El cruce del Rápido se convirtió en una matanza. Enfiladas por las ametralladoras, aturdidas por un densísimo fuego de mortero y frenadas por el fuego de barrera de los ilocalizables 88, muy pocas secciones lograron alcanzar la orilla opuesta, para ser luego fijadas sobre ella y exterminadas poco a poco.Durante todo la mañana, los norteamericanos trataron de ayudar a las tropas copadas enfrente. Se tendieron pasarelas, la Artillería disparó sin tregua, se empeñaron las reservas.Fue un desastre completo. Las pasarelas volaron hechas trizas por el fuego concentrado de los cañones alemanes, las piezas que podían haber inclinado la balanza a su favor, los famosos Long Tom de 155 mm. quedaron pronto sin observadores ni coordenadas que las dirigiesen, y las reservas se sangraron en un nuevo y obstinado fracaso que tuvo lugar a las cuatro de la tarde.El general Fred L. Walker, jefe de la División 36.° Texas, comprendió que había enviado al matadero a dos de sus mejores regimientos: el 141.° y el 143.° Antes de que la oscuridad se hiciera total, cuarenta hombres reventados y con los ojos idos pudieron regresar a las líneas americanas. Era todo lo que quedaba del 141.°La más negra desesperación reinó aquella noche en el cuartel general de la División. Definitivamente, era imposible desalojar de allí a los alemanes. Los jefes norteamericanos, los pocos que lo sabían, pensaron en Anzio, un lugar en la costa hacia donde pronto tendrían que correr los alemanes, dejando libre el paso.Algunos comentaron entonces que, si los de Anzio lo lograban, tal vez pudiesen acercarse a la cota 516: Montecassino. Decían que era una maravilla del Renacimiento.Pero en esta decisiva madrugada del 22 de enero de 1944, la abadía de los monjes seguidores de la regla de San Benito permaneció a oscuras y detrás de las poderosas fortificaciones de la Línea Gustav.En el mar, bajo un cielo que perdía rápidamente sus estrellas, la luz azul de la noche silueteó incrédula las múltiples formas de cientos de barcos. Ciento diez mil hombres del 6.° Cuerpo de Ejército, mandado por el general Lucas, miraron a la vez el cíelo y la tierra. La paz que les hacía frente no podía ser cierta.