Comentario
Los alemanes, al retirarse, retardaron cuanto les fue posible la apisonadora aliada, que había acumulado ingentes medios. Con el X Ejército de Vietinghoff en pleno repliegue y lejos aún de Roma, la posibilidad de asestar un golpe mortal a los germanos se hacía evidente. Alexander, acuciado por Churchill y Wilson, cursó órdenes estrictas de envolvimiento, apoyadas por rápidos ataques en tenaza para el 22 de mayo como fecha límite.Clark, obsesionado en que nadie le disputase la entrada en la Ciudad Eterna, confundió a un impaciente Truscott con órdenes de avanzar a la vez hacia Valmontone -para enlazar con ingleses y franceses- y sobre la demolida Cisterna di Latina, para, atento a sus órdenes, poder lanzarse sobre Roma.Los alemanes, que habían levantado una tercera línea de resistencia, la Caesar, en los montes Albanos, confiaban en salvar sus divisiones maltrechas y reagruparlas detrás para defender la capital italiana. Tan sólo la falta de imaginación y coordinación, imprescindibles entre los mandos aliados, salvó a los alemanes.Finalmente, tarde ya para el copo alemán, los olvidados de Anzio lanzaban un ataque concentrado a las 22,30 horas del 23 de mayo, apoyados por 500 cañones y 120 aviones, sobre el Ejército XIV de Mackensen. Pese a una resistencia desesperada de los alemanes -los americanos perdieron 100 carros en tan sólo tres horas-, en la mañana del 25 una cansada patrulla del 6.° Cuerpo de Truscott divisaba otros casos e idénticos uniformes que caminaban con precaución por las cunetas de la carretera nacional 7. Eran soldados del 2.° Cuerpo de Keyes.Aquel abrazo había costado 123 días de lucha y pérdidas que resultaban inconfesables.La línea Dora saltó en pedazos y sólo la habilidad de Kesselring le permitió escabullirse con el grueso de sus soldados, aunque abandonando casi todo el material pesado.El 31 de mayo, unos hombres que llevaban meses esperando saldar una vieja cuenta remontaron silenciosamente la ladera del monte Artemisio para salir después por Vetrelli y tomar por sorpresa Valmontone, sellando así el destino de los últimos defensores alemanes e italianos de la línea Caesar. Aquellos hombres eran los supervivientes del Rápido: la 36 División Texas.Tres días después, Kesselring recibía autorización para abandonar Roma. Las gestiones diplomáticas para que Roma fuese declarada "cittá aperta" y no se convirtiera en frente de batalla y, consecuentemente, en un montón de ruinas, dieron resultado, y el 4 de junio, las primeras tropas norteamericanas eran acogidas jubilosamente por la Ciudad Eterna. Mientras tanto, los alemanes se replegaban sobre sus defensas en el Arno. La guerra en Italia estaba aún sin decidir, aunque ya sería un objetivo secundario.La actual visita a Cassino promueve inmediatamente la pregunta: ¿aquí se dio aquella feroz batalla? Una apretada muralla verde sube serena hacia la cumbre. Arriba, la grandiosa construcción de San Benedetto de Norcia parece incólume. La basílica, las amplias salas, los patios porticados, el arte y la filigrana del Quattroccento aparecen imperturbables y magníficos.La reconstrucción se ha cuidado al más pequeño detalle. Fuera, la panorámica revela una campiña feraz, con la trepidante vida mecánica de la moderna ciudad de Cassino abajo, y cómodamente perdida en sus tribulaciones domésticas. Pero si giramos levemente la cabeza a un lado, un corte abierto en los repoblados montes cercanos nos vuelve a la tragedia de hace cuarenta años.Es un rectángulo inmenso, adaptado a la abrupta inclinación de la pendiente, salpicado de filas y filas de puntitos blancos. Son cruces. Hay miles y miles de ellas. Treinta mil cuerpos descansan allí.En la abadía, y coincidiendo con las vacaciones de verano, no es difícil ver a unos hombres ya mayores, generalmente solos, que pasean con evidente estupor su mirada plena de los horrores del pasado.Son ingleses o alemanes -los americanos suelen venir en bullangueros grupos que pronto pierden su imagen de polaroid y tour operator, sobrecogidos por el recuerdo y la realidad presentes-, ensimismadas figuras que terminan por escoger un lugar tranquilo al sol y allí se sientan, tratando de recordar y de comprender... Viejos soldados que se dispararon desde opuestas trincheras y que en la actualidad apenas si se hallan separados por la barrera idiomática, que salvan con una cortés inclinación de cabeza. Es la paz de los viejos soldados, y también la paz de los muertos.