Comentario
A principios de siglo todavía estaba dominado este género por los grandes maestros de Versalles. Mignard había muerto en 1695, pero a Largilliére y a Rigaud les quedaban muchos años de vida, durante la que prolongaron el retrato aparatoso, con majestuosas figuras y teatrales cortinajes de fondo. Este respeto, sin embargo, por la tradición no les impide abrir una rendija a los renovadores aires del siglo XVII.Nicolás de Largillière (1656-1746) mezcla el, prestigio de la gran puesta en escena con el estudio minucioso de las telas, claras y luminosas, y suele preferir en los fondos de sus retratos femeninos un frondoso paisaje frente a las tradicionales pesadas cortinas. Amplía además su campo de acción a clientes ajenos a Versalles como actrices, artistas o miembros de la municipalidad parisina.Hyacinthe Rigaud (1659-1743) es el pintor predilecto de Luis XIV y el más afamado de la Corte. Aunque sus retratos oficiales encarnan toda la pompa y el aparato de los retratos del XVII, en su obra de madurez se trasluce una cierta gracia, un estudio más naturalista del rostro del retratado y un aire más ligero propios del nuevo siglo.El ambiente más libre y desenfadado de la sociedad que nace durante la Regencia no podía por menos de favorecer una nueva concepción del género que afecta incluso al más oficial; para dar nobleza al retrato mundano inventa el mitológico, resultado del realizado con traje de disfraz ya conocido en el siglo anterior. El máximo representante de este género es Jean-Marc Nattier (1685-1766), que llena las residencias parisinas de todos los dioses del Olimpo. La moda se extiende hasta tal punto que no hay dama de la Corte que no quiera retratarse como Diana, como Flora o como Venus. Son obras decorativas en las que la verdad del análisis psicológico cede el puesto a la adulación. Pero las modas cambian rápidamente en el XVIII y su yerno, Louis Tocqué (1696-1772), discípulo y heredero de su clientela abandonó pronto el retrato mitológico por una fórmula más clásica y más simplificada. Trabajó también en Rusia, Suecia y Dinamarca. De una generación más joven François Hubert Drouais (1727-1775) se especializó en retratar a los niños de las familias nobles.En un tiempo en que la evolución de las costumbres y el pensamiento exaltaban al individuo no podía dejar de atenderse al estudio y a la expresión de los caracteres, y así un artista como Charles-Antoine Coypel (1694-1752), pintor de escenas teatrales y cartones para tapices, analiza con precisión en los retratos los rostros de sus personajes. El mismo Boucher nos muestra en las varias efigies de su protectora la Pompadour, en un ambiente típicamente rococó, el mejor estudio que puede hacerse de la favorita como árbitro de la elegancia pero también como patrona de las artes y las letras. Basta comparar este retrato con el de Luis XIV para comprender sin más el cambio tan radical que se había producido en la sociedad francesa.Esta nueva sociedad en la que la burguesía pretende que su imagen quede reflejada en las artes como hasta entonces lo había hecho la nobleza, es lógico que favorezca la expansión del género. Pero el cliente moderno exige al retratista que acerque cada vez más el modelo al espectador y la mejor forma de conseguirlo fue acudiendo a una técnica diferente, el pastel, que había lanzado a su paso por París la pintora italiana Rosalba Carriera. Ya vimos cómo Chardin había utilizado esta técnica precisamente para ejecutar retratos en los últimos años de su vida pero son Perroneau y La Tour sus mejores intérpretes en Francia.Maurice Quentin de la Tour (1704-1788) marcha desde San Quintín, su ciudad natal, a París en el año 1722 a la búsqueda de un marchante que le acoja. Ante el fracaso de su intento dedica los siguientes años a hacer retratos por distintos lugares de Francia e incluso va a Londres en donde permanece dos años. A su vuelta a París se presenta como pintor inglés para conseguir mayor clientela y hacia el año 1726 ya era conocido. Es por entonces cuando cuentan que Luis de Boulogne, primer pintor del rey, en una visita a su estudio y ante sus retratos le espeta "No sabéis ni pintar ni dibujar... Dibuje, joven, dedíquese a dibujar". Lo más sorprendente es que le hizo caso y se encerró durante dos años practicando el dibujo. Cuando reapareció se había convertido en experto técnico, salvándose de la banalidad, y así lo entendieron los parisinos que pronto le convirtieron en el pintor de moda de toda la sociedad parisina, desde la familia real hasta el más desconocido burgués pasando por escritores, músicos, artistas y financieros.En 1737 presenta varios retratos al pastel en la Academia, que le acepta como académico. Este mismo año se reanuda la celebración del Salon, que desde ahora será regular y allí expone La Tour todos los años. En 1746 presenta su pieza de recepción como académico de pintura de retrato al pastel que, cómo no, es un retrato, el del pintor Jean Restout.Es un pintor que trabaja mucho pero que trabaja bien y solo, únicamente acepta alguna ayuda para los accesorios. Su técnica no varía con el tiempo, una vez que ha alcanzado el éxito no le interesa cambiar, pero ello no quiere decir que no se preocupe por profundizar en su estudio y así colabora con Pellechet para elaborar una fórmula que permita dar al pastel la consistencia de la pintura al óleo. Ya en 1741 presentó el retrato de cuerpo entero del presidente de Rieux y en el Salón de 1755 repitió la hazaña al exponer el de Madame Pompadour, también de cuerpo entero, con unas medidas (1,75 x 1,28) insólitas para un pastel, que suele ser mucho más pequeño. Su deseo de ahondar en la solución de problemas técnicos le llevó a experimentar en pasteles en los que él mismo era el modelo y así evitaba el peligro de disgustar a su clientela acostumbrada siempre a un mismo estilo.Sus retratos son una continua indagación psicológica a la busca del carácter del personaje, de su semejanza física, pero también de su situación social. Diderot (Salón de 1769) pone en boca de La Tour: "creen que sólo capto los rasgos de sus caras, pero yo penetro hasta el fondo en ellos sin que se enteren y me los llevo enteros" y un poco después "Todo ser ha debido soportar, más o menos, las fatigas propias de su estado". Ello se traduce en una huella más o menos profunda, de manera que, cuando se ha de pintar un rey, un general, un ministro, un magistrado, un sacerdote, un filósofo, un mozo de cuerda, estos personajes reflejen lo mejor posible su condición.En los últimos años sus excentricidades alcanzan los límites de la locura, la demencia senil le hace decir que tiene miles de años y que posee tantas riquezas como el emperador de la China. Muere en 1788 en su ciudad natal a donde se vieron obligados a llevarlo desde París por su penoso estado.El otro gran pastelista francés del siglo XVIII, Jean-Baptiste Perroneau (1715-1783), nace en París en el seno de una familia burguesa e inicia su formación con Natoire. Pronto, sin embargo, se distancia del estilo de éste y se entrega de lleno al pastel, convirtiéndose en el principal rival de La Tour. Su factura es mucho más atrevida y directa, sin disimular las posibles imperfecciones del modelo. Tal vez esta falta de adulación en sus retratos y la avasalladora competencia de La Tour determinó que su clientela procediera de la burguesía y de los habitantes de provincias, de los que nos ha dejado deliciosos ejemplos.En 1743 ante el éxito que habían tenido los cuadros de La Tour y el temor de que saliera perjudicado el retrato al óleo, decidió la Academia no recibir a ningún otro pintor al pastel. Esto obligó a Perroneau, tres años después, cuando solicitó su aceptación en esta institución, a presentar cuadros pintados al óleo, entre ellos el de Madame de Sorquainville (Museo del Louvre), buen ejemplo de agudeza psicológica y refinado colorido, y lo mismo tuvo que hacer en 1753 cuando su recepción definitiva con los retratos del pintor Oudry y del escultor Adam.Como prueba de su ingenuidad frente al astuto y mal intencionado La Tour, que por su orgullo y su codicia no consentía en tener rivales en la Corte, está la historia ocurrida con ocasión del Salón de 1748. Perroneau decide presentar un homenaje al maestro, La Tour con traje de terciopelo negro, para el que, según las malas lenguas, posó al día siguiente de una francachela, marcados en su rostro los efectos. El avieso La Tour pintó un autorretrato con sus mejores cuidados y lo expuso al lado del de su rival, con lo que salió vencedor en la comparación.Ante la dura competencia existente en la capital trabajó en varias provincias francesas y viajó por Italia, Rusia y Holanda, muriendo en Amsterdan en 1783.