Comentario
Las transacciones relativas a la tierra indican el peso que en la economía del momento había adquirido la circulación monetaria. Todos los escritores del siglo IV serán, de un modo o de otro, testigos del fenómeno, sobre todo Aristóteles, que, en el plano moral, ve en él un elemento clave para explicar la disolución de la comunidad que, a su manera de ver, se está llevando a cabo. Los valores se alteran desde el momento en que crece la actividad crematística, la de quienes compran para vender y no sólo venden para comprar lo que necesitan. De la alteración de los valores en el plano específicamente monetario es testigo Aristófanes, que alude a monedas devaluadas, hecho indicativo de los inicios de procesos inflacionistas, manifestados siempre de esta manera en el sistema económico antiguo, con la devaluación real y material consistente en rebajar la cantidad de metal precioso que contenía la moneda.
La aparición de alteraciones en el valor metálico de las monedas resulta como consecuencia de los desequilibrios producidos en momentos de intensa actividad económica. Ésta se manifiesta en el tráfico de la propiedad, pero también en el desarrollo de los mercados. La presencia de la cerámica ática en todo el Mediterráneo es prueba de ello, lo que se ve compensado con la importación de materias primas, sobre todo agrarias, fenómeno heredado de la tradición que venía haciendo del Ática un territorio eminentemente importador de cereales.
En principio, así resulta equilibrada la situación, pero en un siglo de guerras es frecuente que los puertos resulten inseguros, hasta el punto de convertirse en un tema de preocupación de muchos oradores de la época. Las consecuencias pueden repercutir en el conjunto de la vida económica y social. Los intercambios se realizan plenamente a través de la economía monetaria, no solo de la compensación en el trueque de cereales por cerámica. De hecho, la moneda de plata ática ha adquirido un valor circulatorio prestigioso que la garantiza a través de todos los mercados del Mediterráneo durante el período imperialista. La guerra ha creado para ella circunstancias de crisis. Su fundamento material se halla en la producción de las minas de Laurio y del Pangeo, cuando controlan la costa de Tracia. Las circunstancias de finales de la guerra del Peloponeso han puesto en peligro la producción metalúrgica, sobre todo a partir de la ocupación espartana de Decelia.
Los desequilibrios pueden venir por varios caminos, representados por los problemas de la explotación minera y por los de la garantías de la importación cerealística. El riesgo está presente constantemente en ambos durante la primera mitad del siglo IV. De hecho, la historia de la explotación minera resulta significativa, pues, a pesar de los esfuerzos estatales, las inversiones se reducen. Es más seguro invertir en las propiedades territoriales, en auge, donde es más fácil ocultar la rentabilidad en momentos de fuerte presión fiscal, provocada por los gastos de la guerra en un período en que ésta resulta costosa por la tendencia a sustituir a los ejércitos ciudadanos por soldados mercenarios. De este modo, la legislación ática de 375 que trata de imponer el uso de la moneda propia frente a imitaciones y falsificaciones, las listas de los poletai que se encargan de controlar zonas de explotación, conocidas para los años sesenta, y las preocupaciones de Jenofonte en su obra sobre ingresos y gastos, Poroi, escrita en la década de los cincuenta, revelan los desequilibrios producidos en el mundo económico y financiera a lo largo de este período.
En este ambiente se inserta el desarrollo de la banca, donde se encuentran los máximos beneficiarios de todo el proceso de aumento de la circulación, lo que favorece los préstamos, los depósitos y todas las operaciones ligadas al mundo del emporion. Son los banqueros los que sacan provecho de todos los procesos de alteración de valores que, para Aristóteles, rompían con la koinonía, con la comunidad estable identificada con la ciudad de los hoplitas, autárquica y autosuficiente.