Comentario
El ataque concéntrico de las potencias europeas sobre la España de Carlos II ha conducido a enjuiciar el periodo de transición al siglo XVIII como una época de estancamiento complacido, de actitudes acríticas, o de escasa toma de conciencia de un retraso cultural que transige en ver anclada a la nación en la defensa de esquemas tradicionales. La curva cultural que va de 1680 a 1715, y que para P. Hazard representa una perspectiva de apertura, un "integral examen de conciencia", tan sólo recientes y agudas investigaciones admiten que también fue ocasión de recuperación para España, observando en ese proceso transicional la actitud inquieta de un grupo de intelectuales, que ajenos al mero monólogo del cuadro histórico presentado por Américo Castro, o de un permanecer en el pasado, en el sombrío ambiente de intrigas cortesanas relatado por Pfandl o Maura, expresan una voluntad de ponerse a tono con las circunstancias, aunque a sus ojos se "extienda una zona incierta en la cual moverse es difícil".Ante los hechos, en el contexto de aquella transición, es prudente hablar más bien de manifestaciones individualistas que de posiciones institucionales u oficiales, pues como muy bien ha analizado el historiador veneciano G. Stiffonni, "ninguna sincronización fue posible entre la estructura dinámica de las nuevas ideas, y la estructura del dominio político y social de las clases dominantes". El tímido colbertismo de Oropesa, o los más tímidos aún mecanismos de renovación sociopolítica de don Juan José de Austria, constituyen una solitaria esperanza, aunque en ella se asiente la fermentación cultural de esa España que de forma sutilmente crítica se resiste a ser autóctona y delimitable y se muestra deliberadamente receptiva de las aportaciones externas.Sin duda, el viejo esquema político había hecho desaparecer la Academia de Matemáticas de Madrid, o las Escuelas de Burgos y Sevilla. Una absurda posición conservadora mantendrán las universidades tradicionales, tan sólo alteradas en sus tópicos escolásticos por la de Valencia, a través de matemáticos y científicos tales como José de Zaragoza, Félix Falcó o Baltasar Iñigo o el tono singular que imprimen J. B. Corachan y Vicente Tosca, el cual se arriesga allá por el año 1697 a la apertura de una Academia privada, sustentada en nuevos criterios de valor metodológico. Tal riesgo personal daría como fruto su "Compendio Mathematico..." que ve la luz entre 1707 y 1715. Una manera nueva de interpretar la realidad se consignaba a través de Crisóstomo Martínez, que vino a ser tal vez la pre-verificación de un cartesianismo sin temores. El resurgimiento económico catalán también contribuye al estímulo intelectual sustentado por algunos nombres representativos, quienes ya preparan el camino que ha de conducir a Ustariz, uno de sus representantes más ilustrados. El ambiente, aunque restringido, conduce a nuevos planteamientos de investigación científica y a un debate entre tradición y modernidad. Estas ideas circulan y se advierten en Zaragoza en donde Casalete o el italiano Juanini confirman en el campo científico una actitud de renovación.Orientadas en la misma dirección, las tertulias madrileñas que impulsaron el Marqués de Mondéjar y el erudito Duque de Montellano, intentan proyectar a la sociedad el ánimo de secularizar la cultura y de hacer latente el retraso cultural de España. Cabriada, en su crítica al paralizado mundo de la Corte, diría: "...sacudamos el yugo de la servidumbre antigua para poder con libertad elegir lo mejor". Configuraba, sin duda, un camino alternativo, difícil, como lo fue cuando pretendió fundar una Academia Real en la Corte "como la que hay en la del Rey de Francia, en la de Inglaterra y en la del Señor Emperador". Implica el problema de reconocer una exterioridad cultural que se echa en falta.Domínguez Ortiz ha analizado que el fermento más activo hacia el cambio se concentraba en Andalucía, por mantener en su mercantilismo un vehículo de intercambio de ideas. También las tertulias fueron el indicio de la necesidad de un proyectismo foráneo, que en algún caso quedó institucionalizado por el apoyo del Cardenal Portocarrero. El clima hacia una apertura ideológica, aunque no de forma programática, se advierte, y se admite, que no lo motivó la mera curiosidad, sino tal vez el deseado milagro que buscan algunos de liberar la soñolienta España del último tercio del XVII, de la irrisión de otros países. Eran los modos de invitar a un cambio, tal vez a un necesario replanteamiento que sólo se vislumbra en el límite extremo del horizonte y que justifica de alguna manera aquel utópico plan de la Sinapia, de construir un orden económico, político y social bajo criterios extratemporales. El contenido ideal no era más que el resultante de una búsqueda de adecuación europea, o de una identidad sustancial a otros espacios.Pensadores y artistas, en algunos círculos, eran conscientes de las cerrazones rigoristas del siglo XVII, incluso de que se persistía en una cierta depresión. Dejaron espacio a la reflexión y al juicio, y puesto que nos adentramos en el mundo de la actividad artística nos parece oportuno el destacar la polémica creada por Juan Caramuel y Lobkowitz, el científico que investigó en campos diversos, de contenido doctrinal teológico o de la compleja poética de la arquitectura. Su inmenso trabajo le lleva a indagar sobre la naturaleza, la lógica como ciencia de la comunicación. humana, el método matemático como base de la formación intelectual. Contribuyó a la formación de nuevas doctrinas, como bien ha demostrado Dino Pastine extractando citas que le dedica Feijóo. Su "Cursus Mathematicus, Architectura Civil Recta y Oblicua" (1678), confirma su comprometido mensaje renovador, considerándose por muchos un manifiesto arquitectónico que renueva todo el quehacer artístico relacionado con la ciencia del espacio.En este camino de transición, al que hace de soporte todavía la época, "sin valor y sin providencia" de Carlos II, tal y como Lafuente Ferrari llegó a definirla, se mantenía viva la ilusión de aquellos solitarios "mercaderes de la nueva cultura", de llevar adelante su proyecto de establecer un compromiso entre cultura y poder, adelantándose a la virtual meta de la Ilustración. Parte de aquellas ilusiones se rompían con la contienda dinástica, con la Guerra de Sucesión, pero su penetración había quedado enraizada; manteniéndose como un complejo retículo, el cual por sí mismo explica las posiciones soterradas pero operantes de algunas personalidades. Los planes de reforma del nuevo poder borbónico no fueron inmediatos, mientras que los trabajos y las líneas de investigación iniciadas siguieron tímidamente su curso. Y en ese intento de proseguir en la consolidación de una reforma nos parece ejemplificadora la actitud intelectual de Tomas Vicent Tosca. Su "Compendio..." en nueve tomos es un planteamiento crítico que propone establecer una apertura a las materias principales de las Ciencias estableciendo en su método una vinculación con planteamientos europeos. La obra terminó de publicarse en 1715, pero de ella se hicieron ediciones en 1727, 1757 y 1794, sirviendo de fundamento en la formación de aquellas generaciones. Tosca establece una línea de conexión con Caramuel en el criterio de integración del saber matemático, físico, astronómico y de aplicación técnica, cuestiones a las que otorga plena autonomía, como manifestación de la ciencia.En el contexto de ese paisaje transicional, existe sin duda una inquietud nada superficial y sí llena de entusiasmo por parte de algunos, y aun siendo incordenada e individualista, mantiene vivo ese criterio abierto, flexible y crítico, sutilmente razonado en muchos casos, en el contexto de la ruidosa controversia de los novatores y los tradicionalistas. Fue una plataforma para el cambio aunque los cambios fueran lentos en venir. La encastillada mentalidad de la España detenida en sí misma era difícil que se rompiera o que cristalizara triunfalmente en otra idea que aquella que ha resaltado Palacio Atard: "...lamentable creencia en una oposición natural entre los hombres y las tierras de uno y otro lado de los Pirineos". Fuerzas internas de poder como lo fueron todavía la Inquisición o la Compañía de Jesús, contribuyeron a que la batalla ideológica se hiciera más larga y el enfrentamiento más tenso. Pero las posibles ambigüedades, las derrotas ideológicas, los firmes pilares de una nueva doctrina, fueron abarcando poco a poco ese mundo del sentimiento y, por primera vez, con claridad aparecen en el contexto cultural no pocos aspectos que derivan de unas nuevas directrices, bien encaminadas hacia exigencias especulativas del saber. Este contenido que subyace ciertamente en España en el puente entre los dos siglos hará más apreciable el programa político y cultural de la nueva Monarquía, tanto en su forma como en sus contenidos.