Comentario
Los acontecimientos que tuvieron lugar en la Grecia del siglo IV son el resultado de la confluencia entre la nueva orientación que toma la monarquía macedónica a partir de Arquelao y la posición en que se hallan las ciudades griegas particularmente y la ciudad griega como fenómeno general. El hecho de que cada una de ellas sea incapaz de subsistir como ciudad independiente, sin necesidad de acudir a la explotación de recursos externos, quiere decir que, como institución, la polis autárquica con que todavía sueña Aristóteles ha dejado de ser una posibilidad real. La explotación de la chora y de la comunidad dependiente interna no garantizan los medios económicos que sustenten la participación colectiva de un cuerpo cívico isonómico, ni siquiera de tipo hoplítico. La guerra entre ciudades resulta cada vez más estéril como solución a ese problema, porque no todas las tendencias de los intereses interiores van en la misma dirección. Mientras para unos se pretende garantizar el phoros, otros sólo buscan proteger los puertos y vías de comunicación para el tráfico de mercancías, incluidos los esclavos. Así, las luchas por la hegemonía acaban convirtiéndose en un elemento más en la aceleración del proceso final de la historia de la ciudad-estado. La tendencia del demos a recuperar, conservar u obtener la democracia repercute en la agudización de los conflictos sociales internos y, por tanto, en la imposibilidad de mantener una coherencia que facilite el triunfo en la guerra exterior. Éste sólo se consigue a través de ejércitos mercenarios mandados por un jefe que acaba convirtiéndose en personaje carismático.
En este ambiente, la teoría de la ciudad se divide en dos direcciones. Por una parte se encuentra la que trata de conservar la situación antigua a base de recuperar las restricciones que identificaban al libre con la clase dominante, más estrictamente, como en el caso de Platón, o de modo más amplio, como en el de Aristóteles. Para el primero, todo productor queda marginado. Aristóteles incluye a los campesinos propietarios, pero explica que su ventaja como clase gobernante reside en que acuden poco a los actos públicos, con lo que dejarían la política en manos de un grupo minoritario de dirigentes que serían los mejores, áristoi. La mese politeia, la constitución intermedia que no incluye a la masa del demos que realiza trabajos serviles, se resuelve en una aristocracia.
Por otra parte, Jenofonte defiende la conservación de la polis gobernada preferentemente por los caballeros, pero no rechaza la posibilidad de una realeza, siempre que evite la caída en la tiranía, definida por su apoyo en las clases populares. Isócrates, a lo largo de su vida, tras variadas posiciones, llegó a ver clara la solución en la presencia de un gobernante personal, preferentemente ajeno a las ciudades en conflicto, que se va definiendo en varios reyes o tiranos concretos, como Dionisio de Siracusa, para fijarse definitivamente en Filipo de Macedonia. Éste es el ambiente de la ciudad griega con que se encuentra el expansionismo que se consolida en el siglo IV.