Época: Cd1017
Inicio: Año 1800
Fin: Año 1850

Siguientes:
Romanticismo y academicismo
Vaivenes de la historia

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

Al presentar globalmente el fenómeno artístico del Romanticismo los historiadores tienden a utilizar fórmulas que resultarían chocantes para denominar otras constelaciones culturales del pasado: ya que el factor ruptura aparece como el signo dominante en la renovación artística del 1800, se habla, por ejemplo, de la revolución romántica, de la rebelión romántica, o, como hemos optado aquí, y otros antes que nosotros, del movimiento romántico. El carácter insurgente que estos términos asignan a la cultura del Romanticismo hace suponer la existencia de una oferta programática precisa, y llegamos a pensar incluso en una voluntad general de seguimiento de ésta entre los nuevos artistas. Pero, si bien se dieron efectivamente principios programáticos en algunos momentos y circuitos intelectuales del período romántico, no es pertinente hacer converger las labores artísticas del Romanticismo en propuestas unitarias o que surgen de un mismo molde.Convencionalmente hablamos de Romanticismo histórico para denominar el conjunto de las manifestaciones artísticas de la primera mitad del siglo XIX. Pero, la posibilidad de referimos a un movimiento romántico se ve contradicha por la diversidad fáctica de los comportamientos artísticos que se dio en la época. Sería más adecuado hablar de romanticismos que de Romanticismo, toda vez que éste está constituido por exponentes de muy diverso tipo y muchas veces no equiparables entre sí. O ensayemos un distingo: Romanticismo con mayúscula es un concepto de época, lo mismo que utilizamos el término Barroco para referirnos al arte del siglo XVII y parte del XVIII, mientras que romanticismo con minúscula podemos hacerlo equivaler a formas cronológicamente no tan limitadas, que, sin embargo, remiten a algunos criterios característicos vigentes en dicha época, algo parecido al apelativo barroquismo en lo que al otro ejemplo respecta.Una lectura radical de esta derivación semántica, identifica el romanticismo con una forma de sentir, y condujo a algunos historiadores del período de entreguerras, como W. Pinder a hablar sin cortapisas del romanticismo del siglo XVI, por ejemplo. Formulaciones extravagantes de este tipo eran, sin embargo, consecuencia de la amplitud con la que se utilizaba el término romántico en el 1800, que lo mismo servía para adjetivar la literatura de Cervantes y Ariosto, como las catedrales góticas, el paisaje de Ruysdael o la pintura de Altdorfer.Por otro lado, si hacemos referencia a la tradición romántica (aunque no vamos a considerarla con criterios tan expansivos), los jalones cronológicos serán más imprecisos y más amplios que cuando nos atenemos a la denominación convencional de Romanticismo como período histórico. En el primer caso nos preocuparán sobre todo los comportamientos distintivos de una tradición abierta, las parcelas estéticas que cultiva, las cuestiones artísticas que con ella se inician y su evolución, y esto, aunque no sea el tema preciso de este texto, sí ha de ser objeto de consideración en él, más aún cuando nos atrevemos a titularlo El movimiento romántico.Contemplamos el Romanticismo como un movimiento internacional. Afecta, con todo, especialmente a la pintura y a la arquitectura británicas, alemanas y francesas, pero también cuenta con ejemplos significativos en otras escuelas nacionales, como puede ser la italiana, la norteamericana, la española o la catalana, a veces con manifestaciones extemporáneas. El proceso de desarrollo en las diversas escuelas locales, por lo demás, no es unívoco, y la procedencia de los modelos no es única, como suele ocurrir en todos los períodos históricos.Una forma muy sensata de aproximarse a la intencionalidad del arte del Romanticismo es el remitirse a las categorías estéticas que tienen valor interpretativo en la época. Pensamos en conceptos tales como lo pintoresco, lo sublime o, por qué no, lo romántico. Pero estos términos no son sino categorías históricas volubles que se reinterpretan. Aluden a modos artísticos o a modalidades estilísticas que adquieren especial relevancia en este momento pero se conforman en el siglo XVIII.Pintoresco es un término que hace referencia a una pincelada suelta, libre y expresiva desde el siglo XVII, aunque se emplee para calificar pinturas de tema bizarro, caprichoso, popular o costumbrista, cuya ejecución no va siempre unida a una técnica pintoresca. En la jardinería paisajística se habla de paisaje pintoresco para aquel que recuerda una naturaleza pintada, pero los modelos pueden ser, por ejemplo, los de un Claudio Lorena o un Domenichino, que poco se adaptan a lo que entendemos habitualmente por paisaje pintoresco.El concepto de lo sublime conoce igualmente diversas interpretaciones teóricas, desde Addison hasta Mendelsohn o Schiller, y en las creaciones plásticas nos encontramos con un interés por la poética de lo sublime sumamente diversificado, pues evidentemente no es lo mismo lo que realiza un John Martin que lo que aportó, por ejemplo, un paisajista como Turner.Romántico es un concepto acuñado, en principio con carácter peyorativo, en el siglo XVIII, que servía para denominar temas quiméricos o ilusorios, objeto de placeres de la imaginación. También se unía el término romántico al de romanesco para denominar obras no clásicas. En este sentido lo empleaba, por ejemplo, el clasicista y humanista ilustrado Alexander Pope, y es una acepción que, aunque con otras connotaciones, pervivirá en el siglo XIX, como saben los lectores de Hegel. Un uso muy extendido del término en la segunda mitad del siglo XVIII era también el siguiente: se aplicaba a obras que evocaban o recordaban conocidas obras literarias, especialmente épicas, y que instaban entonces a la fantasía del espectador a recrearlas ante imágenes que hacían las veces de soporte visual de una memoria poética. Cuando cristaliza la teoría romántica con carácter programático, especialmente con Friedrich Schlegel, a fines del XVIII, el concepto se liga íntimamente a la idea de coman (novela), aludiendo a un proyecto de fabulación del conjunto de la realidad en un organon único, cuya formación sería la tarea que insta al artista romántico. Los valores ficcionales adquieren en esas propuestas teóricas el rango de valores epistemológicos. Pero estos ideales tampoco adquieren un perfil definitivo, sino que durante el siglo XIX vemos que se refrendan repetidamente proyectos románticos con nuevos contenidos y nuevas expectativas.La definición del Romanticismo a partir de un concepto es cosa difícil, y, al mismo tiempo, bastante ilustrativa. El vocablo romántico es de origen inglés, y esto tiene mucho que ver con que se defina con mayor propiedad desde la contingencia del uso que por la fijación conceptual. Paul Valéry advirtió, en una aproximación justísima, que habríamos de perder la razón si quisiéramos definir correctamente esta palabra. Realmente todas las definiciones que se dieron en la época eran deliberadamente inestables y ocasionalistas. Víctor Hugo, por ejemplo, dictó que "el romanticismo es en la literatura lo que el liberalismo es en la política". Lo romántico se constituyó como una noción dinámica, de significado inestable, capaz de nombrar las novedades de un devenir cultural inmediato.Romanticismo, también según Hugo, era el principio de libertad. Se acogió, pues, como expresión del espíritu de modernidad y de la receptividad moderna. Por ejemplo, Astolphe de Custine, en 1814, ponía de relieve esa ligazón entre lo romántico y lo moderno, al afirmar: "soy esencialmente moderno y, por consiguiente, romántico". Baudelaire escribiría en 1846: "Quien dice romanticismo dice arte moderno, es decir, intimidad, espiritualidad, color, aspiración hacia el infinito, expresados por todos los medios que encierran las artes".En la última parte de la frase Baudelaire conserva ciertos ideales del primer romanticismo, el que se articuló en el seno del Idealismo alemán: la voluntad de un aprovechamiento expresivo de todos los medios que encierran las artes equivale a un apropiamiento de todas las formas artísticas mediante una nueva síntesis romántica. Esta era la idea que se formó con la teoría del roman (novela) de los hermanos Schlegel y Novalis, a la que antes nos referíamos. Casi cincuenta años antes que Baudelaire escribía Novalis: "El mundo ha de ser romantizado. Así se reencuentra el sentido original. Romantizar no es sino una potenciación cualitativa". Como puede deducirse, el proyecto del romantizar no consistía en, romantizar algo, sino en romantizarlo todo, incluso con el propósito de dejar indiferenciados arte y vida. Así lo afirmaba a fines del siglo XVIII igualmente Friedrich Schlegel, a quien se debe la idea de una revolución romántica: "La poesía romántica es una poesía universal progresiva. Su designio no consiste únicamente en volver a unir todos los géneros disgregados de la poesía y en poner en contacto a la poesía con la filosofía y la retórica. Quiere y debe mezclar poesía y prosa, genialidad y crítica, poesía del arte y poesía de la naturaleza, fundirlas, hacer viva y sociable la poesía y poéticas la vida y la sociedad (...)". Nos parezca o no una pretensión excesiva, el hecho es que la idea de lo romántico se forjó como proyecto de fusión de géneros, artes y formas expresivas en una nueva síntesis histórica. Esto, desde luego, tiene una viabilidad muy relativa, pero fue un principio que incidió decisivamente, como veremos, en una alteración radical de la doctrina tradicional de los modos artísticos."El modo poético romántico está aún en devenir", escribió también Schlegel. Lo romántico no sólo se definía en términos de expansión, sino también como expectativa abierta de transformación. Y sólo desde este punto de vista podemos intuir una relativa continuidad en el arte del Romanticismo histórico, habida cuenta de las alteraciones que, como indicábamos se hacen notar ostensiblemente en los diversos períodos y escuelas nacionales. Repetimos que bajo romanticismo se entendieron muchas cosas distintas. El ideario del romanticismo literario alemán contó con publicistas en casi todos los países: Böhl de Faber, por ejemplo, en España o, como caso más eminente, Madame de Stadël en Francia. Pero, ni aquel fue el único modelo, ni los idearios permanecieron inalterados. Incluso, si nos atenemos a las producciones artísticas que se calificaban de románticas, podríamos comprobar que la crítica del primer tercio del siglo XIX tan pronto estimaba que la pintura romántica era el paisaje sentimental, como la de género histórico, o, simplemente, la más próxima a la moda del momento. Es evidente que el uso ocasionalista del apelativo romántico lo sometía a fuertes contradicciones.