Comentario
Ni la obra de Soane, ni la de Smirke fueron ajenas a la diversificación estilística del diseño arquitectónico que había propiciado el pintoresquismo. La versatilidad del arquitecto, que incluía la erudición, era un requisito para adecuar los medios constructivos a las necesidades del edificio y a los efectos expresivos. El paulatino conocimiento de los estilos históricos había conducido a la adopción de éstos prácticamente como géneros constructivos, cosa que alteraba radicalmente el sentido restrictivo del antiguo concepto vitrubiano de venustas, lo mismo que la idea de decoro. Pero, también nos encontramos con el compromiso de dotar al edificio de claridad estructural y honestidad plástica, cosa que diferencia, del exotismo y de la carga lúdica y literaria, propios de la imaginería pintoresca, esta otra arquitectura que viene a decantarse en una segunda generación, en parte, por la severidad neogriega.En sentido lato, toda la arquitectura relevante de fines del XVIII y principios del XIX, aún con una fuerte conciencia de la tradición histórica, se comprometió manifiestamente con la novedad, se esforzó por rehacer y cuestionar las directrices tradicionales de la arquitectura vitrubiana, y no se atuvo a la disciplina de estilos tipificados. La trayectoria de la arquitectura del siglo XVIII fue la historia del proceso de diversificación y creciente complejidad de sus presupuestos artísticos. Este proceso partía del arbitrio rococó y conducía al efectismo pintoresquista. Pero también fue el transcurso de una larga serie de intentos dirigidos a limpiar de arbitrio y ornamentación la arquitectura: arrancan éstos de los postulados del abate de Cordemoy y de las lecciones de Carlo Lodoli, se prolongan en la doctrina académica y desembocan en la abolición del ornamento y las manieras asociadas a un ya eclipsado Antiguo Régimen. Esta renuncia cristaliza con una obvia carga ideológica en la época de la Revolución. Ambas eran formas de secesión con respecto a una tradición académica acrítica, y síntomas distintos del paulatino declive del Barroco. Unos presupuestos se formulan desde el diletantismo y desde los gustos versátiles de la Ilustración erudita, y otros desde la instancia a la severidad formal y la simplicidad primitiva, por las que abogaron los oponentes del régimen cortesano, o a veces simplemente los connoisseurs.La corriente más comprometida con la honestidad estructural, el aminoramiento de la ornamentación y la revisión de los principios de autoridad contó con una amplia literatura, empeñada en sintetizar tendencias. Jean-Nicolas Louis Durand (1760-1834) en el período posrevolucionario destaca como un nuevo Vitrubio en la fundamentación teórica de la arquitectura.Desde luego que el estilo neogriego al que hemos aludido arrastraba aún los dictámenes que se habían dado en el siglo XVIII por parte de Le Roy, Winckelmann y otros vindicadores del helenismo que defendían la supremacía del modelo griego como estilo verdadero, que al tiempo, en el "Essai sur l'architecture" de 1753 del abate Laugier encontraría una explicación como estilo natural o estructura arquitectónica primordial, que deriva de la famosa cabaña primitiva que describió Vitrubio. Pero, si bien en el 1800 podía instarse a la austeridad formal, la exclusividad del modelo griego era absolutamente impensable. Es más, en Francia, a diferencia de lo que ocurrió en Alemania e Inglaterra, la primacía de la tradición romana sobre las referencias a la arquitectura griega fue absoluta.Durand es responsable de una lección de disciplina constructiva en medio de un panorama arquitectónico poco sistematizado para el, que quiso fijar tipologías. No era un neogriego, pero cuestionó todos los excesos y contingencias de la decoración y despidió definitivamente las reminiscencias del capricho barroco, lo que no quita para que también cuestionara de forma explícita las doctrinas de Vitrubio y Laugier. También actuó sobre la arquitectura utopista de Boullée y Ledoux -ya en declive en Francia- como un rigorista y un pragmático, por eso regresó al modelo del que procedían las ideas de éstos: el teórico del clasicismo monumental J. F. Blondel. Fue un escritor notablemente purista en su discurso tácito, orientado a preservar el clasicismo romano, pero quiso dejar claro que era un escritor crítico. Su crítica directa a la autoridad enlaza con el rigorismo de Carlo Lodoli, y con la lectura de Vitrubio de Claude Perrault, su lejano precedente. Como Lodoli, fue un funcionalista. De la doctrina clásica dio importancia fundamentalmente a dos conceptos: conveniencia y economía.El gusto clasicista de Durand se sitúa en las antípodas del clasicismo que era objeto de placer sentimental de los dilettante en el pintoresquismo romántico. Retomó todos los órdenes clasicistas, e incluso otros lenguajes arquitectónicos, pero valorando en ellos fundamentalmente la honestidad estructural y la adecuación de los materiales a su función, y no los repertorios decorativos, tan queridos a los dilettante. Ponía en duda el interés intrínseco de la decoración clásica y, como su maestro Boullée, deseó una arquitectura desornamentada y de efecto mayestático, aunque no colosal. La calidad del diseño arquitectónico viene confirmada cuando nada enmascara la verdad de los materiales -no tanto su presencia, cuanto su actividad- y éstos se emplean sin un destino que engañe sobre sus cualidades. Esto es lo que entendía por correcto ornato de la obra. Conveniencia y economía son dos instancias que van unidas. Comparte con sus predecesores visionarios la idea de que la función del edificio ha de manifestarse en las formas arquitectónicas, como si éstas dispusieran de una carga significante. La economía consiste en utilizar en los edificios las soluciones óptimas, en que éstos ahorren superficie, elementos arquitectónicos y recursos sin perjuicio de que cumplan plenamente la función para la que se erigen. Para ello concibe módulos primarios que sirvan a la apropiada ordenación de las obras concretas.Durand fue, como Vitrubio, un hombre ligado a la práctica de los ingenieros. Fue profesor de la Ecole Polytechnique, antes llamada Ecole Central des Travaux Publics, desde 1795 hasta 1830, y entre los diversos trabajos teóricos que dejó destacan sus "Précis des leçons d'architecture" (1802-05). Estos gozaron de una gran difusión, especialmente en Francia y en Alemania. Apenas construyó, y nunca edificios u obras públicos, que fueron el mayor objetivo de sus reflexiones. Recogió, como indicamos, el conjunto de la tradición arquitectónica latina, y se esforzó por distinguir la sinceridad de los estilos conforme a los criterios prácticos y los principios de planificación arquitectónica que priman en su doctrina. Durand, finalmente, había tratado de reconstruir principios de autoridad, no tanto formales, cuanto a modo de un método universal de construcción que habría que respetar, y esto disciplinó la lectura de los estilos históricos, aunque con la propuesta de síntesis estilísticas que tienen mucho de sincretismo formal.Aunque Durand muestra su preocupación por la sinceridad estructural de los edificios, el objetivo de su teoría fue establecer estructuras representativas para una nueva arquitectura oficial. Hizo el esfuerzo de tipificar las construcciones que habían de servir a las funciones de la ciudad y que encarnarían la imagen pública del nuevo Estado burgués y laico. No puede decirse que su amplio repertorio contara con muchos imitadores, pero sí perfiló el marco positivo de desarrollo de la arquitectura representativa para toda una generación caracterizada por su rigorismo.La arquitectura oficial del Nuevo Régimen no comenzó a desarrollarse hasta la época napoleónica, proclive a proyectos muy ambiciosos, cuyo desarrollo alcanza, a su vez, a momentos muy posteriores a la caída de Bonaparte. Veremos que la secesión con respecto a la arquitectura renovadora del ancien régime es imperceptible. Pero, el París de Napoleón tiene algunos signos distintivos, que afectan, eso sí, fundamentalmente a los contenidos. La inflexión laica, durandiana, de la arquitectura de este período se observa característicamente en las mudanzas del planeamiento de la Madeleine. Esta iglesia emblemática del gusto neorromano del nuevo París fue comenzada en 1764 con planos de G. H. Couture (1732-99), pero después del nuevo concurso de 1806 se optó por el proyecto de Pierre Vignon (1763-1828), y en 1813 el emperador ordenó que no había de erigirse como iglesia, sino como templo honorífico dedicado a la gloria del ejército francés. Con todo, en 1816, aún en construcción, se devolvió a este monumento arquitectónico su destino como iglesia con advocación a la Magdalena. De hecho, el período de la Restauración borbónica se caracterizará por un apetito por construir iglesias que está en franca antítesis con la inexistente solicitud que se hizo notar para esto mismo durante el imperio de Napoleón.Se han acuñado los útiles títulos estilo imperio y arte Empire, pero no tanto para denominar la producción arquitectónica, sino aplicados al diseño de muebles y a la decoración de interiores. En estas artes el arqueologismo de evocación romana no es tan palmario como en la arquitectura. Charles Percier (1764-1838) y Pierre-François-Léonard Fontaine (1762-1853) fueron los encargados de remodelar diversas residencias del emperador, y se especializaron en la realización de interiores. En 1812 publicaron "Recueil de décorations intérieures" que puede considerarse el compendio del repertorio decorativo característico del estilo imperio. Se trata de combinaciones de motivos griegos, egipcios y, sobre todo, pompeyanos, fielmente tratados, que luego se confunden con los arabescos antiquizantes del clasicismo romántico inglés y alemán. Denotan una inflexión cortesana y artísticamente conservadora en este arte, que se somete a tipificaciones y enlaza con la decoración Luis XVI de Ch.-L. Clérisseau. Ello no quita para que fuese muy imitado fuera de Francia. De hecho, sus repertorios inciden ampliamente en la decoración del Romanticismo pleno basada en grutescos.Percier y Fontaine fueron además los que arbitraron la única intervención urbanística significativa de este período en París. Son autores de una vía porticada que sigue el modelo inmediatamente anterior de la rue des Colonnes, atribuida a Bernard Poyet (1742-1824): es parte de una reforma urbana mayor y se plasma en la rue de Rivoli, cuyo bellísimo trazado, basado en la repetición de módulos, conoció en el II Imperio una ampliación monumental.Continuismo y voluntad de nueva representación son los distintivos de la arquitectura de este período en Francia. Jacques Gondoin (1737-1818), el autor de la Escuela de Medicina (1769-76) prestigiado en el ancien régime por sus mayestáticas realizaciones neorromanas, fue el encargado, junto a Jean-Baptiste Lepére de diseñar la columna que había de dedicarse a las hazañas del ejército francés en la Place Vendóme. Se erigió entre 1806 y 1810. Recrea la Columna de Trajano. Otros monumentos honoríficos fueron el Arco del Carrousel (1806-08) de Percier y Fontaine, también arqueologista, y, sobre todo, el Arco del Triunfo de la Place de I'Etoile, comenzado el mismo año que su homólogo, pero que no se terminará hasta 1837. Es obra del que antes fuera autor del Teatro de l'Odeon (1799), Jean-François Chalgrin (1739-1811). La decoración escultórica incluye piezas espléndidas de F. Rude.Se hace patente que lejos de que la arquitectura clasicista Luis XVI hubiera quedado abolida, se convirtió, antes bien, en tradición prolongada en el Empire en manos de arquitectos que, como Chalgrin, Gondoin y A. T. Brongniart (1739-1813) -autor de la Bolsa de París (1808 ss.)-, procedían de ella y fueron bienvenidos e imitados en este otro momento. Durand actualizó al remoto Perrault y a Blondel, y el compromiso de la honestidad en la construcción se tradujo en fidelidad a modelos típicos de representación de Francia.