Comentario
La situación en la retaguardia, como puede deducirse de todo lo anterior, era tremenda. Día y noche se vivía con el temor a los bombardeos, con la angustia de la llegada de los representantes del Ejército que comunicaban a las familias la muerte de los soldados en el frente, con la preocupación de conseguir un poco más de comida que la otorgada por el racionamiento, con la esperanza de que terminase aquel duro invierno que se hacía más frío que nunca a causa de la escasez de combustible para la calefacción, con el miedo a la movilización de una nueva quinta que se llevase a chicos más jóvenes de 17 años y aún mas viejos de sesenta...
Y estaban los rumores. Rumores terribles sobre lo que ocurriría si llegaban los rusos. Los soldados que volvían del Este contaban terribles barbaridades: hombres clavados a las puertas de las casas y castrados; mujeres violadas, antes de ser despanzurradas de un machetazo; niños ensartados en las verjas...
Muchos incluso habían podido leer con sus propios ojos la terrible proclama de Ilia Ehrenburg: "¡Matad!, ¡matad!. No hay inocentes entre los alemanes. Obedeced las instrucciones de nuestro camarada Stalin, destruyendo para siempre la bestia fascista en su refugio. Mancillad el orgullo racial de las mujeres alemanas. Tomadlas como legitimo botín".
"¿Pero, qué hemos hecho? ¿Por qué habremos merecido esta tragedia?", se preguntaba la población civil. Muchos alemanes comenzaban a saber, aunque no se atrevieran a comentarlo, las bestialidades cometidas por sus ejércitos, fundamentalmente por las SS, en las tierras soviéticas. Muchos soldados hablaron de incendios, matanzas, represalias entre la población campesina; de 20 rusos asesinados por cada alemán, en el caso de atentados guerrilleros... también de violaciones, robos, asesinatos, deportaciones masivas, de carreteras sembradas de cadáveres en marchas infernales de columnas de prisioneros.
Otro rumor aún más inconfesable se esparcía por las ciudades alemanas, sobre todo al este del Elba. En los campos de concentración se estaba procediendo a un exterminio acelerado de los judíos y de cientos de millares de prisioneros de guerra... "Pero... no es posible, ¡imposible! deben ser rumores esparcidos por la propaganda inglesa y americana para hacernos perder la fe en Hitler", se decía la mayoría. Incluso quienes tenían más datos para sospechar la verdad preferían defenderse con razonamientos como el anterior para no aceptar tal monstruosidad y, sobre todo, para no tener que moverse. Los informadores de la Gestapo eran legión y gravísimos los castigos por derrotismo.
Así, los alemanes veían acercarse el fin calladamente, desesperanzadamente. La mayoría desconfiaba ya de Hitler y de la victoria y deseaba, sobre todo, que la guerra terminase pronto. Pero aún quedaban a comienzos de 1945 bastantes millones de fanáticos que todavía esperaban el milagro prometido de las nuevas armas, que necesitaban ese milagro porque no podían dar marcha atrás y presentían que las cuentas de los vencedores serían muy duras: jerarcas nazis, policías, gentes complicadas en la represión anti-judía, medradores a costa de los territorios ocupados en Polonia y Checoslovaquia...
Esos trataban aún de galvanizar la resistencia, enarbolando grandezas ya olvidadas y amenazas bien presentes en el frente del Este. Gobernadores que hacían trabajar a toda su población civil cavando zanjas antitanques, trincheras y refugios, dispuestos a convertir sus capitales en formidables stalingrados... Organizaciones que se ocupaban de instruir niños de 13 a 16 años en el manejo de un fusil o de un panzerfaust o de reclutar milicias de ancianos, enfermos e impedidos, los famosos Volkssturm, que desfilaban por las ciudades desmañadamente y con un armamento miserable.
En esos primeros días del año, pese a todo, se sigue manteniendo la apariencia de normalidad. El Reich, incluidos Austria y los Sudetes, tiene 80 millones de habitantes. El 50 por ciento son niños, amas de casas o ancianos; el otro 50 por ciento está ocupado: 9 millones movilizados; 20 millones trabajan en la industria, junto con unos 5 millones de extranjeros, muchos de ellos trabajadores forzosos; el resto trabaja en el campo o los servicios.