Comentario
Las Ardenas fue un fracaso, el canto del cisne de la Wehrmacht. El ejército alemán debía avanzar, como en 1940, por el macizo de Las Ardenas y luego girar a la derecha, hasta el mar, aniquilando la mitad de las fuerzas angloamericanas situadas en el norte de Francia y en Bélgica. Pero la Wehrmacht careció de medios suficientes para ejecutar la última megalomanía de Hitler.
A finales de diciembre de 1944 los aliados habían conjurado el peligro con importante gasto de material y hombres. Pero aún peor era la situación de Hitler, cuyas pérdidas humanas y materiales ya serían irremplazables (1). Por el contrario, los aliados recibían refuerzos y material en inmensas cantidades, tanto que sus pérdidas estaban compensadas antes del 15 de enero de 1945.
Pera ya para entonces, el peso de la guerra dejaría de gravitar por unas semanas en el frente Occidental: en el Este, la URSS había iniciado la mayor ofensiva terrestre de toda la guerra.
Las Ardenas habían sido una operación suicida, según opinión de los más calificados militares alemanes, pero muchos esperaban de ella la solución milagrosa a una guerra que había comenzado a perderse dos años antes, en El Alemein y Stalingrado. Cuando los resultados de aquella última ofensiva estuvieron a la vista, todos los generales responsables supieron que la guerra estaba irremisiblemente perdida y que el final no andaba muy lejos.
Pero no era Hitler hombre que se amilanase tan pronto. Tras la batalla aún se mantenía en sus trece respecto a la oportunidad de aquella operación; la batalla de Las Ardenas ha "transformado por completo la situación en términos que nadie lo habría creído posible hace una quincena", aseguraba tozudamente.
Se engañaba. En aquellos momentos la inferioridad alemana era manifiesta si se comparaban los medios humanos y materiales de los ejércitos contendientes; pero el abismo auténtico era la capacidad tecnológica, industrial y los recursos que ambos bandos podían poner en juego.
En aquellos primeros días de 1945, Hitler aún disponía de 243 divisiones de infantería, y de 45 blindadas, pero 115 de ellas luchaban en frentes secundarios o lejos de Alemania, de modo que no combatieron en las fronteras del III Reich.
Enfrente, los medios acumulados por los aliados eran inmensos. En el Oeste, Eisenhower disponía de 93 divisiones (25 blindadas) desde la frontera de Suiza al Mar del Norte; en el Este el mariscal Vasilevsky contaba con 5 grupos de Ejército con 231 divisiones de Infantería, 22 cuerpos de Ejército blindados, 29 brigadas blindadas independientes y 3 cuerpos de Ejército de caballería.
La desproporción de fuerzas resulta evidente aunque esas cifras sean menos elocuentes que la realidad, porque las unidades alemanas estaban por debajo de sus efectivos teóricos en hombres y en medios de combate, mientras que los aliados operaban al completo. Y, más aun, porque la aviación alemana, la otrora gloriosa Luftwaffe, era en esos momentos poco más que simbólica ante las fuerzas aéreas aliadas. Por ejemplo, en el frente del este se estimaba que los soviéticos disponían de una ventaja de 17,5 a 1 en cuanto a medios aéreos. Pero hay más: los alemanes operaban en medio de una permanente escasez de combustible y bajo una lluvia de bombas que entorpecían sus comunicaciones, dificultaban los traslados de tropas y pulverizaban las industrias de guerra, de modo que escaseaban las armas y las municiones.